jueves 27 de marzo de 2025
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Elecciones alemanas en tiempos turbulentos

Ante los resultados de la elección parlamentaria en Alemania es difícil que no se venga a la cabeza el desgarrador verso de Bertolt Brecht: Alemania pálida madre qué han hecho tus hijos contigo poema del año 33, año -hasta ahora- más infausto que el que estamos viviendo este 25 del siglo XXI, pero el cual es imposible no rememorar en estos días.
Se suele decir que la historia tiene un ácido cuando no cínico sentido del humor, lo ha hecho manifiesto a plenitud si se considera que los resultados en Alemania, país tan central y protagónico en el orden de posguerra, ya dividido cómo perdedor entre el 45 y el 90, ya reunificado cual “ave fénix“ cómo centro y articulador de la construcción de la Unión Europea, el proyecto democrático más prometedor de la modernidad, se han hecho públicos el día en que se cumplen tres años desde que la Rusia de Putin invadiera Ucrania. En el año, si queremos agregar coincidencias, en que se cumplen 80 años del fin de la guerra que devastó a Alemania que la había desatado y llevado a cabo el probablemente más brutal y consciente crimen contra la humanidad de entre los muchos que hay recuerdo en la historia de la especie.
Pasadas ocho décadas de aquel 8 de mayo en que flameó la bandera de la Unión Soviética, que había ofrendado 20 millones de muertos por esa victoria, en la cúpula en ruinas del Bundestag uno de cada cinco alemanes que habían pagado con 17 millones su aventura optan en democracia, al compás de una tendencia europea cuando no global, por una opción política que no deja de tener una inocultable nostalgia por aquellos tiempos.
El momento en que discurrió el día de ayer esta elección es un tiempo de cambios, veloces, sorprendentes, por momentos aterradores, desesperanzadores para aquellos que prefieren el mundo que propone Kant sobre el que describe Hobbes. Desde la asunción a la presidencia de Donald Trump el 20 de enero de este año se puede sin problema parafrasear el título del libro de John Reed que muchos leímos en nuestra juventud afirmando que han sido “días que conmovieron al mundo“.
Probablemente no es mucho, si es que, lo que no se ha dicho en la prensa internacional del triunfo de Trump y aún dando cuenta del proverbio alemán que dice que “la sopa nunca se toma a la temperatura en que se cocina“, los cambios y tendencias que ha inducido permiten afirmar que lo que dio en llamarse “interregno hegemónico“ luego de la crisis de 2008 cristalizó en un punto en que EEUU, decidió, “porque quiere y porque puede“ como dice el poema de García Lorca plantar sus cuarenta en su mejor versión imperial, reconociendo que sólo uno, además de ellos, tiene la estatura, la moldura y la voluntad de ser adversario de igual a igual en la hegemonía global, China.
En este empeño de volver a ser hegemón incontestado Trump parece optar por aquella parte de Europa que está más cerca de China y con cuyo liderazgo él pareciera tener más empatía ideológica y personal, con la Rusia de Putin. Mata con ello dos pájaros de un tiro,
aleja a Rusia de la órbita China y se aleja de una Europa central y occidental que aporta poco a la pretensión imperial, que más bien es un lastre a su proyecto y que a las finales siempre estará, por casi todas las razones, cerca de los EEUU.
El triunfo de Trump coloca el proyecto de la UE, un proyecto democrático y, no es aventurado decirlo, civilizatorio de tono mayor en un estado de debilidad existencial, deja a ese proyecto, como titula Ernesto Ottone su último libro, “caminando por la cornisa”.
Fue el contexto global en que discurrieron las elecciones alemanas, en un momento de mucha debilidad del propio país dónde se conjugan un sinfín de problemas de la propia sociedad; la guerra de Ucrania que la toca en el nervio de sus debilidades materiales y culturales, en estas últimas la guerra en Gaza los afecta también mucho, la crisis energética profundizada por el corte del suministro de fósiles rusos, el estancamiento económico dónde ha tocado techo su capacidad industrial y muy especialmente tecnológica y científica que los tiene rengeando en los temas más de vanguardia, una crisis migratoria que sin mucha salida en tiempos breves presiona las instituciones y el estado de ánimo colectivo en áreas amplias y diversas de la propia sociedad a lo que se agregan límites impuestos por la propia constitución para la inversión pública y desde luego y en consecuencia una situación política interna que no facilita propiamente las cosas.
Es un pozo de aguas turbias y revueltas en que bebe cual heliogábalo la extrema derecha alemana. No está de más repetir que cuando hablamos de extrema derecha en Alemania y a juzgar por lo que han sido sus performance en la historia estamos hablando de un sujeto que no es cualquiera y muy de temer. Pues bien, durante el periodo electoral el equipo de Trump y él mismo de maneras menos directas intervinieron muy desembozadamente a favor de esta opción.
Esta fuerza reunida en el partido Alternativa para Alemania (AFD) que tiene poco más de una década de existencia pasó de ser un grupúsculo neonazi bajo observación de los organismos de seguridad del Estado a convertirse en la elección reciente en la segunda fuerza política del país prácticamente doblando la votación que obtuvo el año 2021. Uno de cada cinco alemanes votaron por ellos en el territorio de occidente y dos de cada cinco en lo que fue la RDA.
Es un inmenso desafío a los partidos democráticos desentrañar, comprender y enfrentar las causas del crecimiento de la ultraderecha. Explicarlo con la afirmación simplona cuando no banal que se trata de un giro global hacia la derecha como si se tratara de una regularidad astronómica no sólo no aclara nada, sino profundiza y legitima la situación y obvia buscar las raíces en las acciones y omisiones de las propias fuerzas democráticas en su accionar político y social. Frente a la situación del Este de la Alemania unificada a la vista de los resultados de la elección urge un análisis y una comprensión distinta. Nadie sensato puede afirmar que el crecimiento del AFD es resultado de la conversión al neonazismo de millones de ciudadanos.
Alice Weidel, lideresa del AFD, una figura carismática y singular en tanto dirigente máxima de la ultraderecha alemana, vive en Suiza con su esposa filipina, mantiene una relación fluida tanto con el mundo de Trump como el de Putin. Es entonces probablemente la única dirigente alemana que ha de sentirse cómoda en el mundo que tiende a configurarse.
No obstante sus respetables resultados -20%- lo que da en llamarse „el cordón sanitario“ en torno al AFD (Alternativa para Alemania) hace casi imposible una participación suya en el gobierno en esta vuelta y así lo ha reafirmado Friedrich Merz ganador de la elección y jefe de la CDU.
Weidel, por su parte, cuenta con un fracaso del gobierno que quiera se conforme tras esta elección. Espera entonces unas nuevas elecciones en las que estará en condiciones de formar gobierno. Ello en la convicción que dado el escenario global que se vislumbra y las bajas posibilidades que se consolide y sostenga una coalición que esté en condiciones de “tomar el toro por las astas“ y superar las diversas crisis de la sociedad alemana en un nuevo impulso su partido alcanzará la meta y obligará al sistema a aceptarla más temprano que tarde.
La CDU junto a la CSU -la versión bávara del partido- obtuvieron la primera mayoría en la elección con un 28,60% de los votos. No obstante, sin embargo, colocar a su candidato Friedrich Merz en primer lugar es la segunda más baja votación en la historia del partido y bajo el listón de 34% que el propio Merz puso durante la campaña.
Merz, el ganador, un tipo confrontacional en su carácter, muy conservador, pero atlantista convencido, como discípulo predilecto de Wolfgang Schäuble, siempre ha considerado preferible el Mercado Común a la unidad política de Europa radicada en Bruselas.
Estuvo durante años tanto fuera del gobierno como de la política enviado al ostracismo por Angela Merkel de quién era enemigo jurado dentro de la Democracia Cristiana alemana -aprovechó el tiempo eso sí para armar una fortuna considerable- y recién, ya frisando los 70, pudo volver a la vida pública cuando esta abandonó el escenario. Ganó la elección con claridad, aunque bajo las expectativas y con mucha resistencia interna.
Todas las quinielas y también la lógica política indican que el socio natural de Merz para la conformación de la coalición de gobierno, y no sólo porque sumados el número de parlamentarios de ambos superan con holgura la mayoría absoluta, será el Partido Social Demócrata. El propio Merz ya ha hecho un llamado en ese sentido.
El PSD que dirigía la coalición que se rompió entre socialistas, verdes y liberales y que obligó a llamar a nuevas elecciones era liderado por Olaf Scholz, una figura deslucida que no logró dar cuenta de ninguno de los desafíos y problemas que se le presentaron tanto en el frente interno como externo. En estas elecciones el partido obtuvo el peor resultado electoral desde la fundación de la RFA en 1949, un 16,4%, en la elección anterior de 2021 logró un 25,7 %.
Está claro que este derrumbe se debe a una gestión de gobierno débil y superado por las circunstancias en que se desarrolló, pero el tema más de fondo va más allá de Alemania y es el vaciamiento conceptual, programático de la izquierda y la centroizquierda, su aislamiento cuando no extrañamiento de la nueva realidad social y cultural que ha surgido en las últimas décadas, pero este tema es otro cantar…
Además de los socialdemócratas, los verdes, con también una merma sensible, lograron seguir siendo una fuerza parlamentaria lo que no lograron los liberales que redujeron su fuerza a menos de la mitad y quedaron bajo el mágico (y envidiable) requisito del 5% necesario para entrar al congreso federal. Los verdes en Alemania han tenido una deriva singular y han devenido en un partido muy del establishment y cercano a la centroderecha, sin embargo sus posibilidades que Merz los convoque a conformar gobierno son muy bajas.
Novedoso es lo sucedido en las fuerzas más a la izquierda. El partido “die Linke“ -la izquierda- es una organización nacida de la fusión del PDS (partido democrático social) que es el sucesor del PSUA, el partido de gobierno en la RDA, con el DKP, el Partido Comunista de Alemania de Alemania Occidental y un desprendimiento del Partido Socialdemócrata encabezado por Oskar Lafontaine, expresidente del Partido Socialdemócrata y dirigente histórico de ese partido.
El partido sufrió tras las elecciones de 2021 una muy compleja situación interna por una disputa con una de sus más connotadas figuras Sahra Wagenknecht, una dirigente que ha tenido mucha presencia mediática , carismática y que finalmente quebró el partido y formó una organización propia (Alianza Sahra Wagenknecht BSW) de izquierda populista, antieuropea, antimigración y muy pro rusa.
En rigor el Partido die Linke se encontraba en una crisis mayor y las encuestas le daban valores que no superaban el 3%, un giro político y de presencia pública, sin embargo, encabezado por una muy joven y hasta el momento desconocida parlamentaria, Heidi Reichinek, que hizo un acuerdo con los viejos cuadros que les aseguró un espacio en la campaña y las candidaturas -“acción de los pelos blancos“- con una deslumbrante oratoria y una muy fuerte confrontación con la ultraderecha y los coqueteos de Merz con ellos le significó al partido subir del 4,8 de 2021 a 8,8 en la elección última. Wagenknecht por su parte no logró el cinco necesario, pero llegó al 4,97. Si se suman ambos estamos hablando de un 13 y medio por ciento, muy cerca de los socialdemócratas.
En este cuadro Merz habrá de formar gobierno, lo que pase en adelante con Alemania mucho dependerá del modo en que la coalición -normalmente el “socio menor“ asume relaciones exteriores- enfrente el “ninguneo“ de Trump a Europa o para ser exactos a la parte en que está Alemania porque a la parte rusa la está cortejando.
Un atlantista convencido como Merz no tuvo en el nuevo cuadro reparos en adelantar opinión ante los desplantes y desaires de Trump con Europa democrática y ya ha dado declaraciones que van desde la “independencia“ de Europa de los EEUU al cuestionamiento de la OTAN junto con la necesidad de elevar las propias capacidades en seguridad. Es dar cuenta del nuevo orden que se configura.
Definitorio será cómo el nuevo gobierno alemán ha de manejar las relaciones con Francia, mal que mal ambos son el pilar constitutivo de la Unión Europea, pero también con Polonia con quien las relaciones son ineludibles, pero también muy sensibles para no decir de larga y subyacente desconfianza y desde luego con Gran Bretaña que en las relaciones con EEUU jugará probablemente un rol de fiel de la balanza. No en último término ahora que el “soft power“ pareciera estar siendo insuficiente la relación con Gran Bretaña y Francia poseedores de potencia nuclear estará muy presente en las decisiones en torno a la
inversión, fortalecimiento y coordinación intraeuropea de la propia seguridad, debilitada, no confiable o ausente la que provean los EEUU, con prioridades y amores nuevos y distintos en esos asuntos. Ahora se ve que De Gaulle miraba más lejos.
La voluntad de fortalecer la UE y el cómo y con quién hacerlo, la conducta frente a los “deslices“ como los de Orban en Hungría, la relación y el apoyo a los Organismos Multilaterales tan despreciados por Trump y ni hablar de las relaciones con el resto de los actores globales, desde India a China, de los BRICS a la ONU marcarán acuerdos y desacuerdos en las negociaciones con la socialdemocracia que deberán superar, so pena de nuevas elecciones y un subsecuente avance de la ultraderecha, a fin de formar gobierno pronto. Merz ha señalado Pascua, es decir mediados de abril, como límite temporal para tenerlo constituido.
En el plano interno el nudo gordiano a resolver es el retraso tecnológico y la mantención de un sistema de seguridad social, el llamado estado de bienestar, asunto muy prioritario para la socialdemocracia, él que se hace cada vez más difícil de sostener. Desde luego revertir la crisis económica y poner banderillas al toro bravo de la migración, temas como el energético, el medioambiental o el necesario brinco tecnológico habrán de llenar la agenda del nuevo gobierno y los futuros eventuales socios discrepan o al menos tienen perspectivas distintas en casi todos.
Gobernar es priorizar, se suele decir, podríamos agregar con cierta experiencia local, que también lo es hacerlo bien y con competencia, pero a la hora de armar un programa acordado para gobernar se trata de fijar prioridades y para dos fuerzas políticas, sin duda democráticas, pero con visiones distintas y frente a desafíos y amenazas urgentes que los sitúan en puntos geométricos del plano distintos la tarea no es fácil y en ella se juega mucho para el nuevo orden global que se configura y principalmente para la Europa democrática en el “mundo raro“ que se anuncia.

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