sábado 21 de diciembre de 2024
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El triunfo de los falsos ídolos

Dios ha muerto”, dijo Nietzsche en 1882. Fue un poco prematuro pero el filósofo alemán no se equivocaba del todo. Detectó una tendencia que ha ido ganando fuerza. La religión no es lo que fue, especialmente la cristiana. Pero el impulso religioso persiste.

Vean la fe que las grandes masas depositaron a lo largo del siglo XX en el fascismo, el comunismo o el peronismo. Hoy lo vemos con el Mileísmo y con el Trumpismo y sus respectivos movimientos MAGA: Make America/Argentina Great Again.

Llama la atención la devoción que inspira Milei. Para sus fieles más fervientes no se le puede criticar. No distinguen entre lo que puede que sea su acertada política económica y sus manifiestas perradas. Por ahora. Las circunstancias pueden cambiar. Podría aún caer a los infiernos.

Donald Trump, en cambio, ya ha logrado la consagración. Objeto de culto para decenas de millones desde que ganó las elecciones presidenciales de 2016, su crucifixión y resurrección el fin de semana pasado lo consolidó como el elegido de Dios.

Aunque el penosamente terrestre Joseph Biden abandone su candidatura (y no descarto que para cuando ustedes lean esto ya haya ocurrido), aunque lo reemplace un pretendiente capaz de caminar en línea recta y de expresar sus pensamientos en palabras audibles más o menos gramaticales, todo sugiere que no hay fuerza en el cielo o en la tierra que pueda detener la segunda venida triunfal de Trump a la Casa Blanca.

La convención republicana de esta semana en Milwaukee en la que fue formalmente confirmado -o transubstanciado- como candidato a la presidencia no fue un vulgar acto político. Fue una misa. Tuvo su propia liturgia, su evangelio, sus alabanzas a la deidad. Y, cómo no, sus pecadores arrepentidos dando testimonios de su fe.

“De la misma manera, os digo, hay gozo en la presencia de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.” Lucas 15:10.

Ahí vimos, predicando desde el altar, a Nikki Haley y a Ron DeSantis, que habían osado presentarse como rivales de Trump a la candidatura republicana, hoy rendidos al dios MAGA. Antes lo criticaban. No tenía posibilidad de ganar a Biden, decían. Esta semana la una vez hereje Haley declaró: “Donald Trump cuenta con mi firme apoyo.” DeSantis: “No podemos defraudarle; no podemos defraudar a América”.

Ambos DeSantis y Haley fueron mencionados meses atrás como posibles candidatos a la vicepresidencia. ¿Descubriría Trump una vena inusitada de magnanimidad? Sí, pero no con ellos. El bendecido fue J.D. Vance, otro caso, a su manera, de vida después de la muerte.

Resultaba inconcebible en el annus mirabilis 2016 que hoy Vance ocupara el lugar al lado del trono del Señor. En aquellos lejanos tiempos escribió en un mensaje a un amigo: “Dudo entre pensar que Trump es un imbécil cínico como Nixon…o que es el Hitler de Estados Unidos”. Dijo que Trump era “simplemente otro opioide” para la clase media de Estados Unidos. Agregó que era “un agresor sexual en serie” y “una de las celebridades más odiadas, villanas y cretinas de Estados Unidos.”

Pero en 2020 vio la luz, se postró ante el cretino, pidió perdón, fue elegido senador para el partido republicano y esta semana, tras su unción como candidato vicepresidencial, declaró ante los devotos: “Donald Trump eligió soportar abusos, calumnias y persecución y lo hizo porque ama este país”.

Como dice Trump de las multitudes de líderes republicanos que han cambiado su opinión de él, “Siempre hincan la rodilla”. Es verdad. ¿Por qué lo hacen? No por convicción, eso es seguro, sino por el más puro cinismo, porque saben que fuera de la casa de Trump hace mucho frío, porque ven que dentro todo es posible, hasta para el más caradura. O especialmente para el más caradura.

Trump se ve a sí mismo en Vance, un reflejo de su vacío absoluto de principios, de su egomanía, de su predisposición a vender su alma por el poder. Ambos han hecho un pacto faustiano por la gloria terrenal. Como me dijo un amigo norteamericano el lunes tras el intento fallido de asesinato contra Trump, “Satanás cuida a los suyos.”

Según Trump y sus fieles, es al revés. Fue Dios el que le salvó la vida, el que le evitó el martirio haciendo que moviera la cabeza justo a tiempo para que la bala le diera en la oreja y no en los sesos. Un concelebrante tras otro reiteró el mensaje en la misa de Milwaukee hasta que finalmente el mismo Trump lo hizo suyo, con sus estigmas bendadas, en la ceremonia de su coronación, “Me presento ante vosotros aquí solo por la gracia de Dios omnipotente.”

Elijan ustedes, queridos lectores o lectoras, si Trump es el siervo de Dios o de Satanás. A efectos terrenales da lo mismo. Igual que da lo mismo de donde provengan sus súperpoderes porque, guste o no, los tiene. Es un genio de la política, es decir de la persuasión. Vance tenía razón cuando dijo que era un villano pero la verdad es que no solo ha conquistado las mentes y los corazones de medio Estados Unidos, ha logrado que se caigan a sus pies como ante un Mesías. Vance tenía razón cuando dijo que era la reencarnación de Hitler. No en el sentido de que Trump vaya a asesinar a millones, o lanzar una tercera guerra mundial (aunque quién sabe), pero sí por haber conseguido la milagrosa hazaña de que su gente lo venere sin condiciones, de que se crean que todas las cataratas de mierda que salen de su boca son la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

Así que, ¿Dios ha muerto? Bueno, el Dios cristiano agoniza, incluso en el gran bastión religioso que ha sido Estados Unidos. O cuenta con muchísimos menos creyentes que en 1882. Pero un dios ha sido reemplazado por otros, ninguno con más devotos o más poder que Donald Trump. ¿Volverá la religión a ser lo que fue? Quizá. Pero no aguanten la respiración. Tendrá que pasar un tiempo hasta que los falsos ídolos de hoy se vean por lo que son.

Publicado en Clarín el 21 de julio de 2024.

Link https://www.clarin.com/opinion/triunfo-falsos-idolos_0_QMyyNcWy8c.html

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