Como señaló Einstein, es difícil llegar a un resultado distinto haciendo lo mismo.
Si damos como cierto que juntar voluntades sin otra finalidad que acceder al poder público es parte de los males del país, la renovación política argentina estaría dando muestras de un gatopardismo extremo. Sucede en la alianza política de la que soy parte, sucede en el oficialismo (con resultados catastróficos), pero lo verdaderamente sorprendente es que sucede en los espacios que dicen cuestionar estas prácticas.
Por supuesto, que debe haber múltiples razones para fundamentar la necesidad de amontonar experiencias fallidas en nombre de la libertad. Argumentos que conocemos, sobre todo, quienes desde múltiples trayectorias personales, queremos contribuir a calificar la política incorporando a la misma, ideas y prácticas orientadas a mejorar los resultados. No descarto que alguna mente más lúcida que la mía vea diferencias que yo no logro encontrar. Lo que quiero señalar es que no vale ser exigente con los demás y no ver la casta en el ojo propio.
Una verdadera renovación política, no importa en nombre de qué se haga, debe conjugar una cierta coherencia que permita recuperar la confianza en la palabra. Soy crítico de las prácticas políticas en Argentina, y por eso pienso que quien se propone cambiar algo, además de alzar la voz debe comprometerse con un ejercicio auto-reflexivo.
Amontonar, descalificar, brindar un show, no es novedoso. Es lo que hay.
“Hacer política” puede significar muchas cosas, pero en todas sus versiones inequívocamente refiere al PODER. Quienes nos dedicamos a la actividad política usamos múltiples mecanismos bien para generar organizaciones con capacidad de incidir en los asuntos públicos, o bien para acceder a la Administración Pública.
El camino es siempre sinuoso: las sociedades son complejas y diversas con intereses de todo tipo, instalar un mensaje propio lleva tiempo (aún ahora donde todo se ve facilitados por la desintermediación generada por internet), y por último es una actividad competitiva donde no se actúa en soledad sino coexistiendo con otros mensajes, actores y organizaciones que también pretenden incidir y acceder al poder público.
Justamente por eso, todos y todas los que actuamos en política (sin excepciones), tratamos de coordinarnos con otros en busca de darle potencia a un mensaje, de complementar capacidades, de ampliar la representación y de mejorar la cobertura territorial.
Política y organización van de la mano, aunque cambien los métodos, aunque las organizaciones muchas veces pierdan su sentido original, e incluso cuando resulten una rémora de un tiempo pasado y disfuncionales.
Es por eso que la calidad de las organizaciones, es parte de la oferta política. Cómo seleccionan sus candidatos, qué conductas considera valiosas o disvaliosas, cómo se relaciona con terceros, etc.
Todo esto puede parecer fuera de época, en el mundo actual de los “influencers”, pero (para mí) es evidente que estamos pagando el costo de carecer de organizaciones políticas consolidadas, y es cada vez más habitual el acceso al poder público de grupos más o menos improvisados, sin recorrido y unidos casi excluyentemente como organización electoral.
Entre la reducción de la política a la competencia electoral y la falta de creatividad, es lógico que crezcan los “outsiders”.
Siempre y en todo lugar, los “outsiders” apuestan una parte de su crecimiento y éxito, a impugnar lo existente. En estos casos, las crisis hacen más por el cambio que el talento de los impugnadores. ¿Acaso alguien cree que si Argentina hubiese tenido un desempeño económico mejor la situación política resultaría idéntica?
En el mundo crecen los impugnadores, porque se ha agotado la perspectiva burocrática y estado-céntrica que dominó la política occidental luego de la Segunda Guerra Mundial. El miedo a una realidad convulsa y acelerada estimula respuestas simplificadoras.
Pero lo cierto, es que la impotencia de las elites políticas frente a los desafíos presentes es mayúscula. El problema no es excluyentemente argentino, hay cuatro temas de agenda que lo dejan en evidencia: cambio climático y transición energética, cambio demográfico y política de pensiones, cambio tecnológico y precarización del empleo, migraciones masivas y convivencia multicultural.
Al grito de “es la casta”, se evita tener que explicar nada.
Sin embargo, aún quienes proponen derribar el “viejo orden” en el que vivimos, necesitan construir poder, necesitan amplificar su voz, necesitan traducir la energía social que eventualmente los respalda en capacidad de incidencia.
Luchar contra los privilegios y ofrecer un sentido trascendente de la acción pública es una obligación del hoy. Generar una organización política es una necesidad, pero repetirse en los caminos trillados que se dice impugnar es un fraude.
Publicado en Clarín el 11 de abril de 2023.