Durante los años setenta, se consumó en Camboya uno de los genocidios más terribles en nombre del socialismo, maoísta, en este caso. Con la ayuda china y la tolerancia de EE.UU. –aliados en su pelea contra los soviéticos- el Partido Comunista de Camboya (conocido como los jemeres rojos) tomaron el poder del país asiático a punta de pistola cuando corría el año 1975.
Tres años después, y de la mano de su líder Pol Pot, habían eliminado una cuarta parte de la población: primero mataron opositores pero luego se generalizó a médicos, maestros, jueces y abogados, traductores, extranjeros (sobre todo vietnamitas), monjes y, hacia el final, en el pico de la paranoia, a los propios miembros del partido que parecían dudar del camino elegido.
Hollywood reflejó el caso en numerosas películas, entre ellas la triplemente “oscarizada” The Killing Fields, aquí conocida como “Los gritos del silencio”. En 2004, el director camboyano Rithy Pahn, sobreviviente del régimen de Pol Pot, fue nominado para recibir el Oscar a la mejor película extranjera por “La imagen ausente”, en la que rememora su experiencia en aquellos años. En los últimos tiempos Angelina Jolie y Matt Dillon dirigieron sendas películas que transcurren en la Camboya maoísta.
La vida cultural de Camboya en los años anteriores al régimen comunista fue vibrante y cosmopolita. Pero pocos rastros quedaron de lo que fue. Tan solo 35 películas, sobre 450 que se produjeron, algunos clips de material audiovisual, fotos y periódicos, algunos afiches que publicitaban discos o estrenos. Un puñado de testigos.
La Camboya de los años sesenta estaba marcada por una emergente cultura pop que fusionaba elementos autóctonos con formatos, prácticas y lenguajes provenientes de Occidente. Algunas influencias fueron importadas por las elites camboyanas que regresaban de estadías en Europa hablando francés o inglés, bailando rock y fanatizadas con el cine. Otras fueron consecuencia no deseada ni calculada de la Guerra Fría.
Como parte de la estrategia militar en Vietnam, EE.UU. instaló radios de gran potencia en la zona. Muchas de estas ondas cruzaron la frontera de la vecina Camboya, y comenzaron a ser escuchadas masivamente por la población. El efecto inmediato fue una explosión de música rock occidental entre los jóvenes camboyanos.
Al poco tiempo comenzó un movimiento musical local de gran magnitud, según los especialistas, el más grande de Asia en aquella época. El rock camboyano combinaba tradiciones musicales del país con la música sixtie de la época, particularmente, la del francés Johnny Hallyday, de Cliff Richard, Nat King Cole, Jimi Hendrix y The Doors, entre otros.
El resultado del sincretismo fue alucinante: rostros orientales, raros peinados nuevos, vestimentas occidentales, bases musicales anglo y melodías camboyanas clásicas. Todo con coreografías tradicionales combinadas con modernos beats occidentales.
La cantante Ros Sereysothea y Sisamouth (bautizado como el “Elvis camboyano”) fueron los principales iconos de este movimiento que adquirió una fecundidad increíble: sólo entre ellos dos grabaron más de dos mil canciones en los siete años anteriores al triunfo de la revolución comunista. Muchas de ellas, directamente compuestas y cantadas en inglés.
Pero, mientras sonaban los acordes de guitarras eléctricas, las bombas caían cada vez más cerca y la Guerra Fría dejaba su huella trágica también en Camboya.
Los años oscuros
Cuando los Jemeres Rojos tomaron el poder, arrasaron con todo. Como toda teología revolucionaría, no admitía matices: el hombre nuevo debía estar libre de la cultura corrupta de Occidente y sus representantes. Prohibieron, entonces, cualquier expresión artística que no fuera la vinculada a la ideología revolucionaria.
El compás en cuatro tiempos quedaba tajantemente excluido de la nueva Camboya, así como todo lo que se relacionaba con la música occidental. Para eso, los jemeres rojos destruyeron de forma sistemática discos, instrumentos, estudios de grabación y persiguieron y exterminaron a todos los músicos, productores, locutores y diseñadores de la industria musical. El público también fue incluido en las políticas represivas del régimen y quienes usaban pelo largo o ropas no tradicionales, fueron rápidamente eliminados.
Sisamouth fue fusilado y Ros Sereysothea forzada a cantar canciones revolucionarias, y luego obligada a casarse con uno de los comandantes comunistas. Sobre su destino poco se sabe aunque se cree que su propio marido la envió a los campos de exterminio que existían en el interior de Camboya, donde también habría sido fusilada.
Daniel Woolfson, periodista especializado de Vice España afirma que “si tuviera que describir la música de Ros Sereysothea les diría simplemente que se imaginaran los temas más frescos de Jefferson Airplane, sumándole un cuarteto vocal y la columna sonora de una película de Tarantino. Todo exprimido en tres minutos de maravillosa locura distorsionada”.
Sin embargo, ningún Estado, por más eficaz que sea su burocracia del terror, puede lograr el control total y permanente sobre la vida de una sociedad y eliminar su memoria por completo. Los que pudieron exiliarse llevaron sus discos consigo, las fotos más preciadas, y fueron sus recuerdos lo que permitió posteriormente recuperar parte de la historia.
El azar también ayudó. Un turista norteamericano difundió en su país un cassette recopilatorio que compró en un mercado de Phnom Penh, la capital camboyana. Años más tarde, ese resto de memoria salvada del exterminio dio comienzo a una nueva ola de rock camboyano. En 1996, con ese material, el sello Parallel World lanzó la recopilación Cambodian Rocks.
Los cassettes originales no incluían información sobre los artistas, títulos de las canciones o fechas de grabación, por lo cual inicialmente se supo poco sobre ellos. Luego de editadas, los mismos oyentes, ayudados por las redes sociales, fueron dando nombre y apellido a las canciones reencontradas y a quienes las interpretaban.
El interés por el casi extinguido movimiento rockero camboyano resurgió en la escena musical norteamericana y en el mismo país asiático, de la mano de nuevas bandas que recuperaban los trazos de la memoria perdida. Entre ellas, Dengue Fever, que volvió a popularizar aquellas canciones con un sonido actual y cantadas en inglés y khmer. La cantante, Chhom Nimol, siendo niña, había huido de Camboya durante el régimen, pasando varios años en un campo de refugiados en Tailandia antes de radicarse en Estados Unidos.
Dengue Fever consiguió rápidamente un importante lugar en la escena alternativa de Los Ángeles, en la comunidad camboyana en EE.UU. y en el mismo sudeste asiático, consolidando el interés sobre el malogrado movimiento rockero. Esto se profundizó con la aparición de un documental –“No pienses que he olvidado. El Rock and Roll perdido de Camboya”- que recuperó imágenes, sonidos incluso, entrevistas a algunos músicos de la época.
Su director –el norteamericano John Pirozzi – que ya había trabajado en documentales con Patti Smith y Leonard Cohen, y es un habitual colaborador de Martin Scorsese, se topó con la historia mientras era parte del equipo de filmación de la película de Matt Dillon en Camboya.
Hoy, nuevamente, las disquerías de Phnom Penh están repletas de trabajos de aquellos viejos músicos. También se encuentran en las plataformas de streaming más conocidas. Si bien son más populares entre la gente que vivió la época, en los últimos tiempos han vuelto a circular entre los jóvenes a partir de remezclas que los incluyeron en la música rap o hip hop de bandas nuevas.
El rock camboyano logró, con su resurgimiento, derrocar las pretensiones totalitarias y triunfar sobre la pulsión de muerte y olvido de los jemeres rojos. Es un aviso para sus imitadores en el presente.
Publicado en Infobae el 11 de diciembre de 2024.
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