viernes 26 de julio de 2024
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El retorno del pasado

Que en la historia pueden hallarse tantos pretextos para emprender disparates como respuestas para desenmascararlos, lo comprobé releyendo una  investigación doctoral que inicié en los ’90 sobre “La diplomacia indígena en la Pampa durante el siglo XIX” para la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

Durante buena parte del siglo XIX, existió en la Pampa –en su sentido más amplio- una estructura político-económica consolidada, que consistía en pequeñas pero violentas huestes indígenas, con extraordinarias habilidades militares de guerrillas –el “malón”, al estilo de las temibles caballerías húngaras que asolaron Europa durante el Medioevo-, que atacaban por doquier la frontera de fortines, poblaciones y estancias desde los Andes hasta el Atlántico, apropiándose de ganado, mujeres, niños y productos, destinados a subsistir y a comercializar el excedente en su tierra de origen, Chile, donde escaseaban y cotizaban.

Conforme al conocido proceso de “araucanización de la Pampa” iniciado en el siglo XVII como respuesta a la expansión hacia el sur de las autoridades chilenas, los araucanos fueron desbordando los Andes y descubriendo la riqueza del ganado pampeano mostrenco. Este lento proceso de dos siglos se reforzó con la Campaña al Desierto de Rosas (1833), quien negoció con algunas de esas tribus de origen chileno el exterminio de aquellas más antiguas y próximas a las poblaciones fronterizas de la Pampa (boroganos, etc.), a cambio de estabilizar la región a favor de grandes hacendados bonaerenses como él, sus parientes y amigos, de lo que incluso resultaron nexos como el padrinazgo al así bautizado cacique “Mariano Rosas”, autoreivindicado chileno, como lo relató Lucio V. Mansilla, sobrino de Rosas, que lo visitó en sus propias tolderías.

Los sucesivos Gobiernos nacionales y provinciales argentinos, sumidos en interminables disensiones, apenas sostenían miserables fortines en torno a los cuales prosperó una cultura fronteriza sincrética, en la que convergían abnegados soldados y laboriosos colonos, con corrupción militar, especulación política, contrabando de armas y alcohol, y la sed de libertad del espíritu gauchesco, humus donde proliferaban forajidos, desertores, cautivas, fugitivos y aventureros.

La impotencia de las autoridades para acabar con esa anarquía permitió a las tribus nómades guerreras imponerse en infinitas negociaciones, concretadas en efímeros acuerdos escritos, mediante caciques expertos en su peculiar arte de negociar, “lenguaraces” o intérpretes, salvoconductos escritos para atravesar la frontera, sellos, cartas diplomáticas, etc.

Este sistema de escala internacional consistía en alternar amenazas de violencia y fugaces treguas, a fin de obligar a negociar a las autoridades argentinas y obtener concesiones de productos que traficaban en Chile, a cambio de no apropiarse de lo producido en la frontera, lo cual les permitía vivir sin trabajar, practicando la extorsión conocida como “negocio pampa”, es decir, exigir sucesivamente siempre algo extra a lo ya obtenido.

Se sumaba una oscura e inestable red de alianzas con otras entidades políticas argentinas y chilenas, destinadas a obtener ventajas en sus negociaciones cruzadas, conformando un vasto statu quo de violencia, retorsión, intrigas e intereses internacionales extra fronterizos sin gran beneficio para nadie y que concluyó con la Conquista del Desierto (1879), una campaña más exitosa por su planificación que por sus batallas, que llevó orden, legalidad y paz a una Pampa que en pocos años convirtió a sus habitantes en una de las primeras potencias del mundo.

La equivalencia con la actualidad es notable: pequeños grupos que alegan de forma incomprobable pertenecer a culturas autóctonas aunque se reivindican extranjeros, que reclaman derechos especiales invocando argumentos raciales en un país que consagra la igualdad ante la ley, que exigen el derecho a vivir de forma primitiva aunque usufructúan de la civilización que condenan, que ejercen la violencia como solución de conflictos para apropiarse de bienes privados que no han producido ni buscan producir –como aquellos guerreros que no criaban animales porque les era más sencillo robarlos o algunas Machis actuales que gozan de subsidios estatales argentinos-, que operan bajo la aquiescencia de algunas autoridades argentinas inermes y otras cómplices y de particulares movidos por intereses oscuros, que huyendo de la presión del Gobierno de Chile se guarecen de este lado aunque rechazan al Estado argentino pero viven de él, no ofrece un futuro consistente ni siquiera para ellos pero que, sobre todo, constituye una forma de vida en las antípodas de nuestro espíritu constitucional y de la sociedad abierta, libre, pacífica y moderna, como la que aspira a ser la argentina.

Publicado en Diario Río Negro el 31 de mayo de 2023.

     

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