“Nada el pájaro y vuela el pez”. ME. Walsh
Chanta es el apócope de chantapufi, palabra del lunfardo que llegó al barrio de La Boca a través de los inmigrantes genoveses y se expandió luego por todo Buenos Aires. Sus características aluden a las de un fanfarrón, que alardea de lo que es y de lo que no es, en especial de valiente. Miente compulsivamente con frecuencia (Toc), a veces hasta el ridículo. Su falta de solidez y debilidades presuntuosas son visibles, aunque él, en un acto de negación inconsciente, crea que nadie se da cuenta de sus diversas actuaciones en clave de simulacro y saque pecho de atropellador invencible.
El inmenso reino de las apariencias que- a gusto o disgusto- nutre la realidad, hizo escribir a Jonathan Swift (1667-1745) en “Historia de una barrica”, que (…) determinadas pieles de armiño y una peluca, colocadas de cierto modo forman lo que se ha dado en llamar un juez, así como una justa combinación de raso y negro cambray se llama un obispo (…). Dibujo ambivalente, que refleja una distinción entre humor (como expresión de simpatía o amor, cuando suena sincero) y sátira (como forma de apatía o desprecio cuando es jactancioso), según los personajes que sean aludidos en cada ocasión.
En el vuelo de lo onírico hay cuentos y leyendas de diversas culturas que transitan la imaginación popular poniendo en evidencia las ondulaciones –y riesgos- de guiarse sólo por las apariencias. Una de estas historias es la parábola de El Rey desnudo, (en realidad llamada: “El traje nuevo del emperador”), escrita por Hans Christian Andersen (1805-1875), indicativa de que: lo que todo el mundo piensa no tiene por qué ser verdad. O, en todo caso y por principio, que no hay preguntas estúpidas frente a cosas complejas o profundas.
Otra de estas parábolas –por cierto muy eficaz para el tema que nos concierne- es la de “Los ciegos y el elefante”. En este caso se nos ilustra acerca de la incapacidad del hombre para conocer la totalidad de la realidad, mirando sólo alguna de sus partes. Aconseja el respeto por las perspectivas diferentes y la prudencia de tomarlas en cuenta. En sus distintas versiones, nos cuenta que varios hombres ciegos o algunos que apenas pueden ver en medio de la oscuridad total, tocan algo del cuerpo de un elefante para comprender entre todos cómo es el paquidermo. Cada uno de ellos palpa una parte diferente, tal como la pata, la trompa o el costado del animal. Finalmente, cuando se reúnen para comparar sus distintas observaciones, se dan cuenta de que no coinciden en nada. Esto es: les resulta imposible de ese modo saber cómo es el elefante entero.
Conjugando los factores hasta aquí recordados, es posible apreciar el parloteo sin sentido de un chanta petulante. Con una retórica contradictoria y por momentos caprichosa, hace uso y abuso de amenazas y descalificaciones para dar órdenes a la sociedad argentina o detallar los motivos ajenos de su paranoia. Órdenes sobre lo que debe y no debe hacer cada uno con su vida y sus asuntos. Siempre transmitiendo miedos -tras un tono paternalista- para, en cambio, llenar de sombras el ejercicio de libertades y derechos civiles, políticos y económicos cotidianos, y terminar declarándose defensor del bien y víctima de los críticos impiadosos e interesados que representan los poderes concentrados del mal.
No existen planificaciones ni previsiones informadas, todo está sujeto al “vamos viendo”, propio de un flâneur presidencial, mientras se fustiga o simplemente se ignora a la oposición. Las instituciones también se ven acorraladas. La Presidencia de la Cámara de Diputados juega a las escondidas, no contando miembros que están pero no están, y contando miembros que no están pero están. La Justicia en el banquillo conjetural del sine díe ni su alcance. La libertad de prensa y opinión en sospecha y apostrofadas de reojo como conspirativas. De manera ostensible se olvida la responsabilidad histórica de las causas del conurbano y sus deformaciones, efectos de profundas heridas del federalismo, malversado por el manejo político clientelar. En cuanto al resto del mundo es citado sólo por sus fracasos frente a un gobernante orgulloso de sí mismo -único en priorizar la vida- incansable en citar, con o sin filminas, los fantásticos resultados alcanzados por nuestro país en sólo diez meses, desde vacunas hasta -en los ratos libres-, impulsar la exploración espacial.
Mucho surge de llevar vicariamente la banda y al mismo tiempo tratar de inflarla de autenticidad aparentando ser un “estadista en control” que –“en verdad”, sic- tiene todo previsto in péctore. Mientras se esgrime un discurso que pinta una realidad hecha a su medida y armoniosamente, lo cierto es que no hay sendero, ni metas, ni chófer, ni control. Son varios los personajes que disputan el volante del vehículo a los manotazos, torciendo para aquí y para allá su dirección, mientras se intenta posicionar las cosas para la sucesión- rápida o lenta- si no hubiere más remedio que esperar.
Un viejo proverbio enseña que si callas al fantasma sólo lograrás que crezca. Necesitamos que la ciudadanía reciba desde arriba un baño de transparencia, equilibrio, amistad y solidaridad. Mientras tanto, alertemos entonces que el rey, la reina y sus cortesanos, están gallardamente desnudos ante a los difíciles desafíos del presente. La república no precisa de fantasmas, ni conocer sólo algunas partes sueltas del elefante. Es hora de iluminarlos y ver el todo con claridad. Al fin de cuentas no se pide demasiado. Sólo avizorar la salida del reino del revés y comenzar a vivir una realidad respetable, la del deber de la confianza en una democracia genuina. Que el pez vuelva a nadar y el pájaro a volar, diría María Elena con su cálido talento.