En días de duelo y reflexión, emergen de las tinieblas del olvido imposible, vivencias marcadas a fuego, imposibles de dejar atrás, que nos laceran y nos configuran. Marcas que nos “yerran” para dejar de “yerrar”.
Me tocó ser parte del equipo del Servicio Social Zonal 7, con sede en Flores, un equipo interdisciplinario que atendía situaciones de emergencia social de manera permanente y sin descanso, durante la gestión de Facundo Suárez Lastra, uno de los mejores responsables de gestión en una ciudad con cinco siglos de historia, en una época en la que su admirado Alfonsín no le enviaba coparticipación a la ciudad.
En la comuna 7 (CGP7 en ese entonces) trabajaba Silvana Algueas, Trabajadora social.
El Servicio Social funcionaba en una pequeña construcción en la Plaza Flores (Plaza Pueyrredón) sobre Rivadavia y Artigas que había pertenecido al Banco Ciudad. El “banquito”. Esa construcción fue demolida a fines del siglo pasado, el mismo día que un alto funcionario de Gobierno “me” estaba prometiendo que el “banquito” podría pasar a ser la sede del Centro Cultural Roberto Arlt.
En 1994 funcionaba ahí la sede del Servicio Social Zonal 7, en el “banquito”.
Ahí se desempeñaba Silvana, joven, emprendedora, apenas iniciaba el hermoso proyecto de formar una familia junto a su marido.
Fuimos compañeros. Ella integró ese servicio hasta que a principios de 1994 Silvana comenzó a trabajar en la AMIA.
En el momento del atentado ocurrió algo que todavía me hace erizar la piel.
Con las compañeras que estaban trabajando en el banquito, Silvana estaba hablando por teléfono.
Estábamos arreglando para encontrarnos el día del amigo. Dos días más tarde
A las 9:53 la comunicación se interrumpió.
No era época de celulares para todo el mundo.
Era un teléfono de línea a través de cables.
¿Qué estabas haciendo vos en el momento del atentado? Nosotros estábamos hablando con una amiga, para encontrarnos un par de días más tarde.
Silvana murió en el instante de la explosión, mientras conversaba con sus compañeras, radiante, joven, llena de vida y proyectos. Fue reconocida tres días más tarde por el “hai” que siempre llevaba en el cuello como símbolo y orgullo de su identidad y pertenencia, en un país al que sus antepasados arribaron en busca de paz y prosperidad.
Trabajadora Social, profesional al servicio de los demás, siempre dispuesta a escuchar, atender, accionar. Siempre tomando nota, de todo, como toda trabajadora social que se precie de tal. Todo quedaba registrado en su bloc de notas
Silvana Algueas es la primera de la lista de víctimas por orden alfabético.
Me recuerda mi amigo Roberto Danna, director del Museo de Flores, que en la plaza hay un árbol que recuerda su nombre. Un árbol llamado Silvana por el que hoy pasaré a honrar la memoria de una compañera.
Vaya nuestro mejor recuerdo y homenaje para una compañera, para todas las víctimas, sus seres queridos y toda nuestra sociedad herida.