En qué se equivoca Occidente sobre el resto.
Traducción Alejandro Garvie
No hace mucho, los formuladores de políticas en Washington y otras capitales occidentales aparentemente no pensaron mucho en la posibilidad de que el resto del mundo pudiera tener opiniones distintas a las suyas. Hubo algunas excepciones: los gobiernos que Occidente consideraba “buenos socios” (en otras palabras, aquellos dispuestos a promover los intereses económicos o de seguridad de Estados Unidos y Occidente) continuaron beneficiándose del apoyo occidental incluso si no se gobernaban a sí mismos de acuerdo con los valores occidentales. Pero después del fin de la Guerra Fría, la mayoría de los responsables políticos occidentales parecían esperar que los países en desarrollo, con el tiempo, adoptaran el enfoque occidental hacia la democracia y la globalización. Pocos líderes occidentales parecían preocuparse de que los Estados no occidentales pudieran ceder ante sus normas o percibir la distribución internacional del poder como un remanente injusto del pasado colonial. Los líderes que expresaron tales opiniones, como Hugo Chávez de Venezuela, fueron descartados como excéntricos y sus ideas anticuadas.
Hoy, por el contrario, muchos debates políticos occidentales tratan como un hecho establecido que existe un Sur global con su propia perspectiva distintiva. La frase se ha convertido en una abreviatura casi inevitable: mis colegas y yo la usamos en el International Crisis Group, la organización que dirijo. Y, de hecho, líderes no occidentales, incluidos Narendra Modi de la India y Mia Mottley de Barbados, han comenzado a articular las prioridades de un Sur global colectivo (aunque todavía bastante amorfo) en cuestiones como la financiación climática y el papel de las instituciones internacionales. Decepcionados por la negativa de muchos países en desarrollo a tomar medidas serias para castigar a Rusia por su agresión en Ucrania, funcionarios estadounidenses y europeos han comenzado a hablar de labios para afuera sobre las preocupaciones de este grupo de estados.
Si bien este reconocimiento de los intereses del resto del mundo es un avance bienvenido, está relacionado con una comprensión particular del Sur global que, como término, es conceptualmente difícil de manejar. No existe una definición estricta del Sur global, pero normalmente se utiliza para referirse a la mayor parte de los países de África, Asia y América Latina. Agrupa a miembros poderosos del G-20, como Brasil e Indonesia, con los países menos desarrollados del mundo, incluidos Sierra Leona y Timor-Leste. Estos países comparten algunas experiencias históricas comunes y objetivos futuros, como cambiar el equilibrio de poder en el sistema internacional. En conversaciones con políticos y funcionarios de países considerados miembros del Sur global, he encontrado una variedad de puntos de vista sobre cuán coherente es una unidad. Algunos aceptan el término, pero otros no. Porque estos países también pueden tener intereses, valores y perspectivas dramáticamente divergentes.
Los formuladores de políticas en Occidente corren el riesgo de perder de vista la diversidad que abarca el término. Cuando consideran al Sur global como una coalición más o menos cohesiva, pueden terminar simplificando o ignorando las preocupaciones individuales de los países. Los funcionarios occidentales que quieran cultivar mejores vínculos con sus homólogos no occidentales pueden verse tentados a centrarse en ganarse a unos pocos Estados supuestamente líderes del Sur global, como Brasil e India. Su suposición es clara: reforzar los vínculos con Brasilia o Nueva Delhi y el resto seguirá. La administración Biden y sus aliados invirtieron tanto para que la cumbre del G-20 del año pasado en India fuera un éxito, al menos en parte por esta razón.
Una política que se centra demasiado en un grupo reducido de Estados no occidentales es insuficiente. Puede oscurecer las tensiones entre los países en desarrollo y las presiones singulares (como la deuda, el cambio climático, las fuerzas demográficas y la violencia interna) que están dando forma a la política en muchos de ellos. Al hacerlo, dicha política también puede ocultar oportunidades para construir mejores vínculos con Estados pequeños y medianos abordando sus intereses individuales. El término “Sur global” puede ofrecer una simplicidad convincente pero engañosa (al igual que su contraparte, “Occidente”). Sin embargo, tratar a los países de Asia, África y América Latina como un bloque geopolítico no ayudará a resolver los problemas que enfrentan ni brindará a Estados Unidos y sus socios la influencia que buscan.
¿QUIÉN HABLA POR EL SUR GLOBAL?
Es cierto que los países del Sur global, tal como se definen aquí, tienen algunas causas comunes, así como incentivos para coordinarse. La mayoría de estos estados lucharon contra el colonialismo (y, en algunos casos, las intervenciones estadounidenses) y cooperaron en el Movimiento de Países No Alineados y el Grupo de los 77, coaliciones que unieron a los países en desarrollo durante la Guerra Fría. Ambos viven como bloques formales en las Naciones Unidas. En muchos entornos multilaterales actuales, los Estados no occidentales suelen optar por negociar como un equipo en lugar de parlamentar solo con Estados Unidos y sus aliados. Esta coordinación mejora la afinidad entre países frustrados con un orden internacional que con demasiada frecuencia va en contra de sus intereses.
Los recientes acontecimientos globales han hecho que los cismas entre estos países y Occidente sean más pronunciados. Cuando muchos gobiernos no occidentales se negaron a tomar partido después de la invasión rusa de Ucrania, algunos líderes occidentales reconocieron la necesidad de abordar las acusaciones de doble rasero; específicamente, la percepción de que sólo adoptaban posturas de principios cuando una nación europea era atacada. Sólo con el apoyo de un gran bloque de Estados que, después de todo, generalmente se consideran parte del Sur global, podría la Asamblea General de la ONU ofrecer una fuerte muestra de solidaridad con Ucrania. Pero los gobiernos occidentales no intentaron aplicar esta lección más allá de la guerra entre Rusia y Ucrania. Si la guerra en Gaza planteó la siguiente prueba para determinar si los líderes occidentales realmente entendieron la importancia de enfrentar acusaciones de hipocresía, esos líderes parecen haber fracasado. En África, Asia y América Latina, funcionarios y ciudadanos creen que Estados Unidos y algunos de sus aliados en Europa han dado luz verde a la destrucción total de Gaza por parte de Israel. La percepción de un doble rasero es más fuerte que nunca.
Sin embargo, las similitudes en las perspectivas no significan que los países que generalmente se supone pertenecen al Sur global actúen como uno solo. Los líderes no occidentales no se diferencian de sus homólogos occidentales en su deseo de perseguir los propios intereses de sus estados, y no todos ven a sus países como miembros de un grupo de base amplia. Tomemos, por ejemplo, sus recientes acciones en las Naciones Unidas. En los debates de la Asamblea General sobre la política de desarrollo, un pequeño grupo de miembros de línea dura del G-77, encabezados por Cuba y Pakistán, insiste en un enfoque agresivo para negociar reformas al sistema financiero internacional con los Estados Unidos y la Unión Europea, y el grupo denuncia a Occidente por no cumplir con promesas de ayuda pasadas. Rusia, en coordinación con este grupo, utilizó las discusiones sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU en 2023 como plataforma para criticar el impacto económico global de las sanciones estadounidenses. Sin embargo, en privado, muchos otros miembros del G-77 expresaron su malestar con esta diplomacia tajante, argumentando que socavaba los esfuerzos por encontrar puntos en común con Washington y Bruselas para reducir sus cargas de deuda.
Las divisiones dentro del supuesto Sur global se extienden más allá de las cuestiones económicas. A algunos países latinoamericanos liderados por gobiernos liberales, por ejemplo, les gustaría promover agendas progresistas sobre cuestiones de género y derechos LGBTQ en la ONU, pero se topan con la oposición de miembros más conservadores del G-77, incluidos muchos estados de mayoría musulmana. Brasil y la India han buscado durante mucho tiempo puestos permanentes en el Consejo de Seguridad, pero rivales regionales como Argentina y Pakistán pretenden obstaculizarlos. Y aunque los diplomáticos no occidentales suelen tener razones prácticas para permanecer unidos, aquellos que representan a potencias más grandes anteponen sus posiciones nacionales a la solidaridad grupal cuando les conviene.
Si bien muchos pretenden hablar en nombre del Sur global (en la ONU o en otros lugares), ningún país por sí solo puede reclamar el mando. Durante el último año, Brasil, China e India han luchado por presentarse como los líderes más eficaces del grupo. Los tres países son miembros fundadores de los BRICS, cuyos miembros principales también incluyen a Rusia y Sudáfrica. Durante la presidencia del G-20 de la India en 2023, Modi prometió representar a “nuestros compañeros de viaje del Sur global” y ayudó a la Unión Africana a obtener un asiento permanente. Mientras tanto, China se concentró en expandir los BRICS, liderando un exitoso esfuerzo para extender invitaciones a Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos para que se unieran. (Argentina rechazó su invitación.) Brasil planea utilizar su papel como presidente del G-20 este año y anfitrión de la cumbre climática COP30 en 2025 para promover lo que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva (conocido como Lula) ha presentado como una visión de un “orden multipolar, justo e inclusivo” en el que los países del Sur global tendrían mayor influencia que hoy.
Sin embargo, incluso cuando estas potencias compiten por liderar a los países en desarrollo, algunas de sus decisiones recientes en política exterior sugieren que dan prioridad a otras relaciones. China ha estado fortaleciendo silenciosamente sus vínculos con Rusia desde que las dos potencias declararon una “asociación sin límites” en 2022. India ha aumentado su comercio con Rusia y se ha acercado a Estados Unidos y sus aliados en su papel como parte del Quad. (Quadrilateral Security Dialogue), un foro de seguridad marítima que también incluye a Australia y Japón. El gobierno de Modi también rompió con la mayoría de los miembros del Movimiento de Países No Alineados en la ONU en octubre, cuando se negó a firmar una resolución de la Asamblea General que pedía un alto el fuego inmediato en Gaza. Aunque Nueva Delhi apoyó una resolución posterior en diciembre, la votación de octubre atestiguó la profundización de los vínculos de la India con Israel en los últimos años.
Mientras tanto, Lula ha adoptado una postura más estridente que otros líderes no occidentales sobre la guerra entre Israel y Hamas, comparando la ofensiva de Israel en Gaza con el Holocausto, comentarios que hicieron que el presidente brasileño fuera declarado persona non grata en Israel, en febrero. Pero Brasil también ha buscado el favor de las grandes potencias del mundo, sorteando hábilmente las fricciones entre China, Rusia y Estados Unidos para reforzar los vínculos con los tres. Para Brasil, China y la India en particular, reclamar el liderazgo del Sur global ofrece claras ventajas, incluidas oportunidades para ampliar su peso diplomático global y fortalecer las relaciones económicas. Sin embargo, a pesar de su apoyo retórico a los países de este grupo, la realpolitik testaruda con frecuencia tiene prioridad.
Otros aspirantes a liderar el Sur global parecen aún menos preparados para reclamar el puesto. Sudáfrica, por ejemplo, parece tomarse en serio la idea de poder representar a este grupo. Los funcionarios sudafricanos se han mostrado especialmente interesados en desempeñar un papel de pacificación en Ucrania. El presidente Cyril Ramaphosa encabezó una delegación de líderes africanos a Moscú y Kiev el verano pasado, pero no logró ningún progreso para poner fin a la guerra. Podría decirse que Sudáfrica ha tenido más influencia al presentar un caso contra Israel bajo la Convención sobre Genocidio ante la Corte Internacional de Justicia, una medida que ha dado forma a los debates internacionales sobre la guerra en Gaza. Pero a una Sudáfrica que todavía lucha por proyectarse como líder en su propio continente (donde otras potencias como Kenia y Nigeria prefieren trazar sus propios caminos) no le resultará más fácil reunir una coalición que abarque todo el mundo.
No es probable que surjan otros candidatos para el puesto de liderazgo. Los pequeños pero influyentes países árabes del Golfo, por ejemplo, se reúnen en la ONU con naciones en desarrollo del Movimiento de Países No Alineados y el G-77, y han utilizado estos vínculos para obtener apoyo para la causa palestina durante la guerra entre Israel y Hamas. Pero los funcionarios árabes tienden a presentar sus intereses como separados de los del Sur global, dado el crecimiento económico y la relativa estabilidad política de sus países. Rusia también ha tratado de ganarse el respaldo de países no occidentales y utiliza una retórica anticolonial para justificar su confrontación con Europa y Estados Unidos. Pero muchos funcionarios de estos estados ven a Moscú como demasiado errático y belicoso para confiar plenamente, y Kenia en particular ha criticado a Rusia por librar una guerra imperialista en Ucrania.
SOLUCIONAR LOS PROBLEMAS REALES
En última instancia, tiene poco valor esforzarse por identificar quién, si es que hay alguien, puede liderar el Sur global. Cuando los funcionarios de los países más pobres observan el elenco de contendientes, a menudo se preguntan si tienen algo en común con esas potencias grandes y medias. Como me dijo recientemente un político africano, a los países más pequeños y pobres les preocupa verse empujados a asumir el papel de “Sur del Sur global”: necesitados de apoyo externo y enfrentando la condescendencia no sólo de los antiguos gobernantes coloniales sino también de los Estados no occidentales que están mejor.
El juego de salón del liderazgo del Sur global también desvía la atención de los desafíos reales que enfrentan los estados pequeños y medianos. Así como los expertos occidentales han comenzado a especular sobre qué nuevos tipos de poder pueden ejercer los países en desarrollo como bloque, la suerte de muchos estados no occidentales ha empeorado. Casi dos tercios de los países menos desarrollados del mundo enfrentan ahora graves problemas de deuda. Algunos de los más pobres (incluidos varios de África occidental) están experimentando inestabilidad política y condiciones de seguridad en deterioro, lo que sólo agravará sus problemas económicos. Los organismos regionales que fueron creados para mediar en problemas políticos, como la Unión Africana y la Organización de Estados Americanos, han perdido credibilidad en medio de disputas entre sus miembros. Ayudar a los países vulnerables, en particular a aquellos que enfrentan conflictos y catástrofes humanitarias, a sortear los shocks de violencia, inflación, inseguridad alimentaria, cambio climático y los efectos persistentes de la pandemia que se refuerzan mutuamente es más apremiante que determinar las señales de qué potencia siguen en la diplomacia internacional.
Incluso los Estados que aspiran a liderar África, Asia y América Latina enfrentan graves fracturas internas, como el alto nivel de actividad criminal en Brasil y Sudáfrica o el reciente recrudecimiento del conflicto étnico en el noreste de la India. Puede que la estatura de Etiopía haya aumentado con su invitación a unirse a los BRICS, pero el país se está recuperando de una sangrienta guerra civil y lidiando con múltiples insurgencias. Los gobiernos de muchas de las principales potencias no occidentales están intentando asumir un papel más importante en el escenario global mientras enfrentan una inestabilidad persistente o creciente en sus países. Aunque se puede decir lo mismo de varias economías avanzadas de Occidente, en ninguno de los casos se trata de una receta para un liderazgo y una resolución de problemas consistentes.
El reciente aumento de las conversaciones sobre el Sur global al menos ha servido para resaltar los crecientes problemas que enfrentan los países más allá de Occidente, problemas que requerirán un esfuerzo global para abordarlos. Para evitar una inestabilidad futura, Estados Unidos y sus aliados deben trabajar para aliviar la crisis de deuda internacional y ayudar a los estados vulnerables a resolver conflictos internos y problemas de gobernanza. Para avanzar se necesitarán negociaciones multilaterales para reformar la arquitectura financiera mundial –durante las cuales los países en desarrollo probablemente seguirán trabajando como un bloque– y una mayor atención a las circunstancias económicas y políticas específicas de cada país o región. Dado que iniciativas chinas como el Fondo de Cooperación Sur-Sur y el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS presentan alternativas a las finanzas públicas occidentales, los esfuerzos genuinos de Washington y sus socios para abordar las preocupaciones de estos países serán particularmente importantes.
Pero el problema de terminología persiste. Aunque muchos formuladores de políticas occidentales creen que no deben tratar al mundo no occidental como un todo sin variaciones, deberían usar la frase “Sur global” con especial cuidado. Las dinámicas específicas dentro y entre los países de África, Asia y América Latina moldearán sus futuros políticos más que su identidad como grupo. Occidente debe ver a estos Estados tal como son, no caer en la falacia de que operan geopolíticamente como una sola entidad.
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