La última semana del peronismo bonaerense tranquilamente podría ser material de estudio práctico en las universidades. “Populismo en tiempos coronavirus” sería un buen nombre para el seminario.
El reparto de culpas está en las entrañas de ese populismo. Un yo no fui permanente y sistemático: la responsabilidad es de María Eugenia Vidal porque se negó a inaugurar hospitales vacíos y de Horacio Rodríguez Larreta porque la Ciudad de Buenos Aires tiene muchos infectados.
De Axel Kicillof para abajo, esa es la línea de discurso a la que se aferra el gobierno bonaerense, con la oportuna omisión de los 28 años de gestión peronismo en todas sus vertientes y la inmensa cantidad de trabajadores bonaerenses que desarrollan su actividad en la CABA.
No hay mejor antídoto para desarmar un relato que la misma realidad. La Ciudad, desde hace dos semanas, está testeando masivamente los barrios de emergencia, como en los asentamientos de Retiro y Flores, donde viven más de 70 mil personas. La Provincia hasta ahora no ha entrado ni en el 1% de los más de mil barrios precarios del Conurbano y recién esta semana anunció un plan de intervención en los barrios populares.
¿Por qué es tan importante testear a la población? El diagnóstico es la herramienta central para frenar al virus. Permite a las autoridades sanitarias asistir al infectado y aislarlo a él y a sus contactos cercanos para evitar que continúe propagándose.
¿Es relevante también dónde se realizan los testeos?. Si, dado que las familias que viven en condiciones de hacinamiento y que no acceden a los servicios básicos están más expuestas. Por eso Capital ha concentrado los esfuerzos en las villas y la Provincia debería hacer lo mismo.
En el Conurbano bonaerense se testea proporcionalmente menos de la mitad que en la Ciudad. Y al mismo tiempo los funcionarios responsables construyen un enemigo ficticio del otro lado de la General Paz. Si alguien cree que buscando títulos en los medios va a esquivar el compromiso que supone ejercer un cargo público, se equivoca.
Más de un millón de personas —la mitad de quienes trabajan en Capital— llegan todos los días desde el Conurbano. En los hospitales porteños atienden miles de pacientes bonaerenses, especialmente de la zona sur. Es la realidad sobre la que nos toca intervenir, con niveles de coordinación y planificación francamente inusuales para la política argentina. El intento de reducir los peligros de contagio del Conurbano a una cuestión de transporte no solamente es un disparate en términos epidemiológicos, sino también una irresponsabilidad política.
La mala alimentación, las dificultades para acceder a los servicios de salud, el 10,8 de desocupación, además del déficit habitacional estructural, exponen aún más a las personas que viven en barrios de emergencia como los del Conurbano.
Los problemas estructurales que presenta el área metropolitana exigen, forzosamente, un abordaje integral de parte del Estado, especialmente cuando está en juego la vida de los niños y adultos que allí viven.
La partidización de la gestión pública siempre es nociva. Pero cuando sucede en un contexto inédito que conjuga crisis sanitaria, económica y social de proporciones enormes, mucho más. Todo el tiempo invertido en chicanas oportunistas y no buscando soluciones consensuadas e inteligentes, va a tener un costo muy alto una vez pasada la pandemia.
Publicado en Clarín el 20 de mayo de 2020.
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