martes 23 de abril de 2024
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El patrimonio de los políticos argentinos a lo largo del tiempo

En la semana en que se difundieron las declaraciones juradas de los funcionarios públicos, un recorrido por el vínculo entre grandes figuras históricas y sus bienes

Año a año esperar las declaraciones juradas se convirtió en una especie de ritual nacional que genera entre indignación y gracia, además de incredulidad o vergüenza ajena. Pero estamos lejos de presenciar un fenómeno moderno; colocar el foco sobre las fortunas de quienes manejan la “cosa pública” viene de lejos, muy lejos.

En su primera Declaración Jurada como presidente, Alberto Fernández señaló que su patrimonio asciende a $4,5 millones de pesos. Cifra llamativamente inferior a la de ciertos miembros de su Gabinete. Matías Lammens, por ejemplo, declaró superar los $36 millones. Mientras que -para asombro de muchos- entre los políticos más “humildes” se encuentra Cristina Fernández de Kirchner, que incluso comenzó 2020 sin auto. La actual vicepresidenta declaró ante la Oficina Anticorrupción (OA) poseer solamente $3,7 millones de pesos y carecer de propiedades o vehículos. Sin embargo, al finalizar su mandato presidencial la suma llegaba a los $77.303.100,23. Esta drástica disminución tiene explicaciones judiciales; en 2016, al verse envuelta en varias causas judiciales, donó $74 millones a sus hijos.

Del otro lado de la grieta, Mauricio Macri manifestó que durante 2019 su patrimonio -en pesos- aumentó un 80%. El expresidente explica ese crecimiento por el revalúo de los inmuebles que posee y el rendimiento de sus bonos.

Pura pasión

Pero la mirada en lo que poseen los que mandan llegó aquí con las normas españolas para sus colonias. Desde el virrey hasta el funcionario de menor relevancia eran sometidos a un proceso llamado Juicio de Residencia. Allí se calificaba su desempeño una vez finalizado el mandato, dificultándose así tanto la corrupción como el enriquecimiento ilícito.

Cuarenta y tres años después del desplazamiento del virrey Cisneros por la Primera Junta, hacia 1853, Domingo Faustino Sarmiento resaltó la figura de Nicolás Rodríguez Peña, por haber colocado su enorme fortuna al servicio de la Revolución de Mayo sin recuperar un céntimo. Pero don Nicolás no fue el único patriota al que la política perjudicó económicamente. Mariano Moreno llegó a hipotecar todos los bienes familiares para subsistir, incluyendo los de su suegra. Esto a la mujer no le agradó mucho y poco después la muerte de su heroico yerno, Manuela Cuenca se presentó ante la Justicia: “Yo tuve la desgracia de haber casado a mi hija con don Mariano Moreno -declaró-, abogado de esta. Luego que logró el enlace se apoderó de toda mi casa, abusó de mis docilidades y, con achaque de trasladar toda la familia, se hizo dueño de plata labrada, alhajas y muebles, vendiendo unas y conservando otras, con tal ascendiente y despotiqueces que yo abatida y sin espíritu callaba y sufría porque no padeciese dicha mi hija”.

Años más tarde la situación económica de esta familia seguía siendo muy penosa. En enero de 1827 la viuda de Moreno escribió a su hijo: “He escrito aLarrea algunas cartas hasta que he podido conseguir que me mande 200 pesos, gracias a Dios, con ellos he pagado dos meses de pan que debía”.

Aquel Larrea no era otro que Juan, el catalán que entre mayo de 1810 y abril de 1811 actuó como vocal de la Primera Junta. Debemos decir que sus finanzas fueron tan fluctuantes como el mar que lo apasionó. En tiempos independentistas perdió todo al servicio de su patria adoptiva, pero eso no lo detuvo. Un excelente manejo de idiomas, sumado a sus conocimientos sobre navegación y mucha cintura política, lo ayudaron a reconstruirse económicamente. Hacia mediados de 1829, Larrea manejaba exitosos emprendimientos navieros, contando con el apoyo político de Manuel Dorrego. Sus negocios comenzaron a verse afectados con la llegada al poder de Juan Manuel de Rosas, cuyas multas e impuestos excesivos lo hundieron. El Restaurador parecía empecinado en arruinarlo; después de todo, lo que él estaba “restaurando” era el orden anterior a Mayo, y consideraba a la Revolución como un gran error.

En la ruina, Larrea llegó al extremo de no poder levantar un pagaré y se suicidó con una navaja de afeitar, el 20 de junio de 1847. Tenía entonces sesenta y cinco años.

De penuria en penuria

Asimismo, es bien conocida la pobreza con que los primos Manuel Belgrano y Juan José Castelli terminaron sus días. Pero ¿qué sucedió con Cornelio Saavedra? La respuesta no sorprende. Luego de un fugaz paso por el poder, el jefe patricio fue obligado a exiliarse y entregar a sus enemigos los pocos bienes que poseía. Recién pudo regresar a Buenos Aires a principios de 1818. En 1822, B ernardino Rivadavia tenía enorme influencia en el gobierno de Buenos Aires y “lo jubiló” junto a otros veteranos, como el mítico Gregorio Aráoz de Lamadrid. Pronto todos se sintieron estafados: “Confieso -escribió Saavedra en sus memorias- haberme engañado yo mismo y solicitado ser incluido en la dicha reforma; mi edad avanzada me inclinó a procurarla [?]. Ya estaba desengañado de que los generales de América son de inferior condición a los de Europa, en la que por viejos, impedidos o inútiles que sean, jamás son separados de sus empleos, ni dejan de acudírseles en los sueldos, para que no mendiguen en los últimos años de su vida los que han consumado lo florido de su edad, en su servicio. [?] Lo que sobre todo me es insoportable es ver privada a mi mujer”.

Pero la de don Cornelio no fue la única mujer que se “vio privada” de comodidades. Ángela Baudrix, viuda de Manuel Dorrego, la pasó incluso peor. A pesar de que su esposo se destacó como terrateniente, la política le ocasionó enormes pérdidas patrimoniales. Costear los viajes que realizó para entrevistarse con los líderes provinciales y con el libertador Simón Bolívar, significó un enorme esfuerzo. Posteriormente, estar al frente de Buenos Aires no lo benefició económicamente. Ángela solo heredó deudas y sobrevivió durante décadas como costurera del Ejército, con la ayuda de sus dos hijas.

Dorrego encarnó una verdadera rareza dentro del bando federal: la mayoría de los caudillos fueron miembros de oligarquías provinciales y sus patrimonios crecieron a la sombra del poder que adquirieron. Urquiza, por ejemplo, distó mucho de ser humilde. Al morir poseía tantas haciendas que sumaban un total de 923.125 hectáreas cuadradas, sin contar la gran cantidad de chacras y numerosas propiedades urbanas en Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba, así como en Buenos Aires.

Y si bien Juan Manuel de Rosas ya era un hombre extremadamente rico antes de alcanzar la gobernación bonaerense, una vez allí dispuso de Buenos Aires como si fuese una de sus haciendas. Año tras año, tanto sus bienes como el de sus amigos y parientes aumentaba considerablemente. La estancia Los Cerrillos, de la que era propietario, creció noventa y seis leguas cuadradas en poco tiempo. En febrero de 1852, tras ser derrotado en Caseros, lo perdió todo. El exilio le mostró la cara ingrata de sus antiguos camaradas y en una carta a Máximo Terrero escribió furioso sobre sus primos, confirmando lo que muchos sospechaban: “[Durante la vida pública] los serví con notoria preferencia en cuanto me pidieron, y en todo cuanto me necesitaron. Esas tierras que tienen, en grande escala, por mí se hicieron de ellas, comprándolas a precios muy moderados. Hoy valen muchos millones, las que entonces compraron por unos pocos miles. Podría agregar mucho más, si el asunto no me fuera tan desagradable”.

Bajo tierra

Entre quienes fueron beneficiados por Rosas, se destacó Facundo Quiroga, quién además de leyenda fue un gran administrador y empresario. Explotó minas en Famatina, logró la concesión sobre los yacimientos de este tipo en Catamarca y llegó a acuñar moneda. Además, ejerció un verdadero monopolio sobre el ganado riojano y cuando su montonera arrasaba con alguna población, parte del valioso motín terminaba engrosando sus arcas.

En un principio, Quiroga solía enterrar sus riquezas -algo que puede sonarnos bastante actual-, pero con el correr del tiempo se volvió prestamista. Según el testamento que encargó su abogado, Dalmasio Vélez Sarsfield, dejó a sus familiares 1.370.401 pesos. Dicha suma treparía a unos 300 millones en la actualidad y posiblemente ocuparía mucho espacio en la prensa.

Hablar de Facundo nos lleva, inevitablemente, a pensar en Sarmiento, quien siempre subsistió gracias a su pluma. Pasar por la presidencia no modificó aquella condición humilde y durante sus últimos años contó con el apoyo de un nieto especializado en la industria editorial.

Lo mismo podemos decir sobre Bartolomé Mitre, que luego de ocupar la primera magistratura ni siquiera era dueño de un inmueble. Con los años un grupo de vecinos realizó una colecta para regalarle el hogar que alquilaba.

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