Llaman mayéutica al método atribuido a Sócrates consistente en buscar el conocimiento a través de preguntas y respuestas. Es algo parecido a lo que Jude Law y John Malkovich emplean en la serie The New Pope, para transmitir sus poderosos interrogantes a las multitudes conmovidas. Parece un método interesante, aunque las respuestas suenen crueles en algún caso.
Más allá de la emergencia sanitaria y de los reproches y responsabilidades de cada cual en las sucesivas etapas históricas, el conjunto nacional -como gran asociación de ciudadanía- , padecemos juntos una decadencia inercial de nuestros frutos, que varias generaciones no hemos sido capaces de modificar. Síntomas evidentes son el incesante aumento de pobreza y el debilitamiento de la calidad institucional de lo público, acompañados del cansancio por la procastinación burocrática masiva que atrofia el entusiasmo creador, y acentúa desigualdades adormecedoras, en cuyo horizonte febo no asoma ni sus rayos iluminan.
Algún despistado recuerda cada tanto la necesidad de acordar comunes denominadores, pero el tono cotidiano se caracteriza por acontecimientos, declaraciones, acciones y egoísmos divisorios que dificultan el entendimiento para ser un país integrado por el ejercicio leal de instituciones comunes y una construcción más igualitarias y de mejores condiciones de vida tanto en lo material como en lo espiritual.
Cunde la sensación de impotencia, porque somos conscientes de que frente a cada oportunidad repetimos los mismos errores sin comprender por qué. Con argumentos de cada circunstancia, en vez de converger hacia actitudes que nos permitan sumar y construir un sendero compartido, nos inclinamos por acentuar la discordia y frustrar el sentimiento asociativo. Algo huele mal en el mundo entero, pero cada tanto en diferentes lugares, hay idas y vueltas, avances retrocesos, no sólo una sostenida vuelta atrás, no solo profundizar siempre en el sentido de la caída, un poco más hacia abajo en cada paso.
Según Nasio, habría un impulso a la repetición sana, que para Spinoza consistiría en “perseverar en el ser”, como fuerza expansiva de la vida, que se mantiene sin desfallecer y permite enfrentar todos los obstáculos, un modo de repetirse cada día y así florecer a lo largo del tiempo, sin destruir el pasado. Habría también una pulsión a la repetición patológica, insistente, compulsiva, que derivaría del espectro emergente de algún trauma subconsciente, condicionando una tendencia a la prolongada reiteración en los mismos errores o fracasos graves, disimulados tras alguna fantasía. (Véase, Nasio, J.D., ¿ Por qué repetimos siempre los mismos errores ?, Ed. Paidós, 2013).
Ignoro si a los fines de la repetición aludida es científicamente posible y apropiado efectuar una mirada psicológica o bien psicoanalítica para la sociedad o los pueblos, como se ha dicho alguna vez, (Wilhelm M. Wundt, 1832-1920), la incidencia entre lo individual y lo colectivo, y viceversa. Sería interesante conocerla para intentar vencer el vahído hacia la decadencia y así darle un mejor sentido a nuestra trayectoria. Varios pensadores se han preguntado qué factores determinan la prosperidad económica o el fracaso moral de una nación, como Adam Smith en su icónico libro “La riqueza de las naciones”, Marx, con sus derivas soviéticas y china, (incluidas las reformas económicas del 1978/ 90), o bien, Acemoglu y Robinson, en su difundido “Por qué fracasan los países”. Hasta hay quienes han tratado de explicar las causas de la desaparición de civilizaciones y su reemplazo por otras, como Toynbee, o los conflictos sociales futuros, como Huntington.
Magna tarea en medio de la pandemia y en azarosa época de la incerteza cuántica. Quizás luego de la cuarentena, podríamos ingresar a una charla de café con amigos y hacerla corta preguntando: “Ché, ¿será que alguien hace negocio con la decadencia?, ¿Se terminará alguna vez ? ¿Qué podemos hacer?” Y alguien podría responder: “Bueno, no es para tanto, ir hacia adelante es complicado, hay que sostener buenas relaciones con muchos, soportar a todos, negociar con el mundo, cumplir los compromisos, dar explicaciones, hacerse cargo de las consecuencias, se pierde tiempo y soltura. Por qué y para qué un país rico tiene que aguardar y gestionar inversiones desde el exterior que no necesita? Es más simple quedarse puertas adentro, con lo nuestro, e ir hacia atrás, siempre se puede ir un poco más atrás, con gestos patrióticos, convocando la atención de los propios y el justo susto de los injustamente ricos. Es una cantera cada vez más chica pero de algún modo inagotable, y es sobre todo una misión que está más allá de sus resultados”.
Los países no desaparecen nunca. Sólo se encierran, tratan con pocos que sean de su gusto, y van gradualmente ajustando las tuercas internas. Cada vez más costumbrismo doméstico, para significar cada vez menos, pero olímpicamente dueños de sí mismos, sin dar explicaciones a nadie. Es un paraíso conseguir que todo se vuelva un campo orégano hogareño. Ese alguien que estaba callado agregó con modestia: quizás, para salir de la decadencia no se necesite tanto, bastaría con tomar conjuntamente la decisión de ser sensatos. Lo siguió un profundo silencio que dura hasta hoy.
Lo cierto es que ya no bastan las mutuas acusaciones maniqueas y el sopor se expande como un virus sin vacuna en la selva nacional, aguardando que, una vez más, comience en serio –ahora sin máscaras y con franqueza-, fuerte, veloz y apasionadamente, un nuevo ciclo de gloriosa marcha atrás para asegurar la soberanía nacional de la pobreza y la grieta recargada que supimos conseguir.