viernes 10 de mayo de 2024
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El Milei profeta sectario le hace zancadillas al Milei presidente responsable

En la semana que pasó tuvimos dos versiones polares de Javier Milei, la persona que como sociedad elegimos para representarnos y gobernarnos en un momento particularmente delicado de nuestra historia.

Cuando de las dotes del presidente va a depender en gran medida si empezamos a recuperarnos de casi veinte años de gravísimos errores políticos y económicos, o nos vamos a hundir bien hasta el fondo en la estanflación, el empobrecimiento y el desgobierno.

Y es que resulta que Milei se está revelando como un personaje bifronte. Por un lado, es capaz de ceder y negociar. Como cualquier otro actor político más o menos pragmático, calcula riesgos, costos y beneficios, y por ahora -al menos- no choca contra la pared, evita conflictos si no va a extraer de ellos ningún provecho.

Es lo que está haciendo en el trámite parlamentario de la Ley Ómnibus, vital para que su gobierno haga pie y pueda sobrevivir a una puesta en marcha muy complicada. Y que muchos pensábamos iba a ser aún más complicado, dudando de que el nuevo mandatario fuera a tener esos rasgos de flexibilidad y pragmatismo que la situación requiere.

Esta semana Milei desmintió esa impresión, al autorizar significativos cambios en el proyecto mencionado y una negociación abierta entre sus funcionarios y los tres bloques en que se dividió Juntos por el Cambio (JxC) en Diputados. Negociación que todavía está en curso, no faltan motivos para que se trabe y fracase, pero de todos modos avanzó en pocos días bastante más rápido de lo que un par de semanas atrás podía esperarse.

Y Milei es capaz también, al mismo tiempo, de comportarse como un completo fanático. El obnubilado propalador de una doctrina sectaria y cerrada a cualquier diálogo con otras formas de pensar. Rol que, también comprobamos esta semana, no piensa sacrificar en el altar del pragmatismo, al contrario, da la impresión más bien de que usará todos los éxitos políticos que consiga, y los recursos que ellos pongan a su alcance, para difundir su fe.

Así fue que aprovechó su primer viaje al exterior como presidente para no hacer de presidente, sino para dar su primer sermón ante el mundo. En particular a la parte del mundo que mejor funciona, desde uno de los países que peor funciona del planeta, sobre lo que deberían hacer allá para que les vaya bien.

Más típica impostura argentina difícil. Davos y su selecto auditorio le dieron la invaluable oportunidad de hablar, invitando a la Argentina a ser de nuevo una posibilidad para las inversiones, un país en cuyo desarrollo vale la pena poner una moneda, donde el capitalismo, el progreso y las libertades podrían hermanarse para dar buenos resultados. Algo así como la versión económica y sudamericana de la Ucrania contemporánea.

Y lo que les contestó Milei fue que el problema eran ellos y su forma de pensar. No las cosas que hacemos y pensamos los argentinos, que en todo caso de su mano ya estaríamos camino de curarnos. El gobierno que encabeza, es bastante evidente, tiene pocas chances de salir adelante.

Si hubiera apuestas, pagarían 2 o 3 a 1 en su contra. Y tiene oportunidades aún más escasas para hacer pie rápido, antes de que se le acabe el impulso inicial y atraer inversiones vitales para minimizar los costos de la inflación y la recesión que heredó, y que sus medidas iniciales inevitablemente están profundizando. Una de esas oportunidades de oro fue este viaje presidencial. Y lo desaprovechó en gran medida.

O peor, lo convirtió en motivo de elogio exclusivo de parte de sus fanáticos, los que ya lo apoyaban con entusiasmo, y de Elon Musk, fundador del club de sus admiradores globales, así que por ese lado no ganó nada. Y razón para dudar de su sensatez y capacidad política para todos los demás.

Incluso muchos de quienes lo aplaudieron, como buena parte de los CEOs que integraban la audiencia y que pueden haber quedado asombrados y hasta seducidos por su desparpajo y extremismo en la defensa de las ideas de mercado, pero toman decisiones de inversión pensando no en sus ideas, sino en el riesgo que correrá su dinero, y saben perfectamente que el extremismo ideológico equivale a riesgo alto, en todos lados, y más todavía en un país ya de por sí muy inestable como la Argentina.

Así que además de agredir inútilmente a todas las expresiones políticas que estaban presentes o atentas a lo que se decía en Davos, Milei espantó a posibles inversores, sin ninguna necesidad, todo lo contrario de lo que le hubiera recomendado hacer una evaluación pragmática de la situación.

¿Será que él se piensa como referente global, más que de una secta, de un polo político e ideológico radical, promercado, y estima que en ese camino va a sumar mucho más codeándose con Trump, Musk y compañía, de lo que puede perder por recelos que sus posturas rupturistas vayan a despertar en actores tal vez más nutridos, pero menos influyentes de la escena mundial?

Es posible que esté pensando en algo así. Lo que vuelve su apuesta más temeraria y riesgosa. Porque nada asegura que vaya a conseguir más que unos pocos gestos políticos de esos personajes, como los tweets que escribieron luego de su discurso; y que las simpatías ideológicas no sirvan para resolver las diferencias que lo enfrentarán con esos actores, para empezar con el propio Trump, cuyas preferencias proteccionistas ya le trajeron serios problemas a la Argentina en tiempos de Macri. Pero además, y por sobre todo, Argentina no es Brasil, ni Estados Unidos.

No hay aquí mucho público para este tipo de cruzadas ideológicas. Y los cambios de opinión de la amplia mayoría suelen ser irrespetuosos, a veces por completo indiferentes, a las líneas de quiebre que trazan la polarización política y la guerra cultural. Lo que obliga al presidente a estar más atento, por caso, a la evolución del dólar libre, que a la discusión sobre el colectivismo y sus efectos nocivos en la sociedad contemporánea.

Algo de eso pasó, porque cuando Milei todavía estaba en Davos, el dólar dio un par de saltos, y tras cartón aparecieron por el Congreso finalmente Guillermo Francos, Santiago Caputo y algunos funcionarios más del Ejecutivo para reunirse con las tres bancadas que componían hasta hace poco JxC de Diputados, y acordar con ellas, coordinadamente, las modificaciones al proyecto Ómnibus que le permitirían al oficialismo tener un dictamen de mayoría bien pronto, y lo esencial de esa ley aprobado en un par de semanas.

El presidente finalmente pareció advertir que sus idas y vueltas con la negociación legislativa solo lo mareaban a él mismo, le hacían perder un tiempo valioso. Y que no tenía sentido que siguiera amenazando a sus interlocutores más receptivos con denuncias de supuesta corrupción, acusaciones de que si la situación empeoraba serían ellos los únicos responsables, y admoniciones sobre ajustes aún más brutales si la ley no salía.

Todas advertencias desencaminadas, que lo único que lograron fue alimentar la desconfianza de los mercados ante el riesgo de un tal vez irremontable fracaso político, que sería esencial sino exclusivamente suyo. Como suele decir él del Estado, sus intervenciones se habían vuelto parte del problema, no de la solución.

Así que desescaló, habilitó una vía institucional y operativa para acordar los puntos en conflicto con esas bancadas moderadas, y un cronograma más realista para aprobar el proyecto. Lo que incluyó terminar con las agotadoras sesiones diarias, dado que lo fundamental del trabajo a llevar a cabo ahora es una letra chica que deben redactar muy pocos actores, bien organizados, lejos de las reuniones de comisión; y también extender el período de sesiones extraordinarias.

Si esta negociación desemboca en una victoria política, y un fortalecimiento de la gestión, ¿el presidente sacará como lección que le conviene más ser pragmático y flexible que comportarse como un profeta implacable que augura tempestades? Es poco probable. Estos dos Milei que estamos conociendo parecen ser ambos parte esencial del personaje, y poder complementarse bastante bien, para las metas que él se ha puesto en su plan general de gobierno.

Seguramente insistirá con sus sermones y su guerra cultural, aunque no tengan mayor eco en el público, y generen rechazo entre sus posibles aliados. Básicamente porque no le interesa convertir a esos socios ocasionales en miembros de una coalición más amplia: la cooperación posible entre los libertarios y lo que queda de JxC es la que estamos viendo, difícilmente evolucione hacia un entendimiento más permanente, de carácter legislativo, electoral, o de otro tipo.

El movimiento libertario nació, en la cabeza del presidente, como una contraelite auténtica y cerrada, no necesita otros componentes, es ya la grey soñada. Lo que sí le interesa al presidente, evidentemente, es propalar su fe. Y usará todas las ocasiones que se le presenten para hacerlo, indiferente a las objeciones y los costos que eso suponga. Al menos, mientras pueda ignorarlos: se sabe que la cotización del dólar tira más que una misa. Más que muchas misas.

Publicado en www.tn.com.ar el 21 de enero de 2024.

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