La Argentina es tan incierta, que el vértigo ya se vuelve tedioso. La condena y encierro de Cristina Kirchner revitalizó por un par de semanas las ensoñaciones kirchneristas, pero las preguntas de los analistas se enfocan en si finalmente podrá renovarse el peronismo. Si bien se han hecho críticas a algunos jueces y a los tiempos de algunas resoluciones del proceso que terminó privando de la libertad a Cristina, ellas no han sido lo suficientemente convincentes como para deslegitimar el proceso en su conjunto. En cualquier caso, la renovación de su dirigencia y la capacidad del peronismo para conectar con nuevas demandas de la población fueron dos elementos centrales a la hora de explicar un protagonismo prácticamente excluyente en la vida política del país durante 80 años. Ese dinamismo viene siendo obturado por el liderazgo de Cristina, decreciente pero todavía ineludible para los peronistas. De allí que, más allá de que un expresidente preso es siempre una mala noticia para cualquier sistema político, la imposibilidad de presentarse a cargos públicos como carga accesoria a su condena abre el interrogante sobre la competitividad electoral futura del Júpiter de la política argentina.
En cualquier caso, todo gira, y cada vez más, alrededor de personas. Como los actores colectivos están en crisis, la actividad política se reduce a individuos que concentran márgenes de maniobra hasta ahora nunca vistos. Es un fenómeno que se da en muchos países. La vida está individualizada y cada vez las personas se sienten menos parte de colectivos superadores: hasta el entretenimiento se consume customizado por el streaming y salvo en raras ocasiones (como el Mundial de fútbol, por ejemplo) ni siquiera mirar televisión es ya un acto participativo con otros. La inteligencia artificial también brinda respuestas customizadas sin tener que bucear en un conocimiento (plasmado en enciclopedias virtuales o en viejos tomos de tapa dura), de alguna forma compartido. Las masas se han personalizado y expresan sus opiniones en redes sociales sin el menor filtro de calidad que podían proveer las situaciones sociales (familia, amigos, club, universidad, partido político). Las democracias tendrán que aprender a convivir con esa futilidad y esa volatilidad, con esa ausencia de bases firmes casi para cualquier cosa.
En este contexto, que es el signo de los tiempos, también el gobierno de Milei es solo Javier Milei. No hay, al menos hasta ahora, una identidad colectiva, ni una estructura política, ni una visión del mundo, ni una intelligentsia que esté pensando el país. Milei no representa una visión compartida de la realidad, solo encarna el desprecio de la opinión pública hacia una política que alternó en el poder pero no cambió la vida de las personas. Y no hay nada en el gobierno que trascienda las opiniones del líder.
Lógicamente, el haber bajado drásticamente la inflación es un logro mayúsculo, que impacta de manera patente en la pobreza y en los pesares de los sectores populares. Eso le permitirá, es lo más probable, ganar las elecciones intermedias de octubre con un voto también customizado. Pero no hay mucho más que eso en el gobierno. Las reformas estructurales no aparecen, las privatizaciones tampoco. La gran transformación del Estado se ha limitado a eliminar algunos papeleos burocráticos. La eficiencia administrativa tampoco siquiera está asomando: ha habido más de 52.000 despidos en el empleo público nacional (a la espera de que los absorba un sector privado cuya actividad, dicho sea de paso, está bastante paralizada) pero ningún organismo se ha saneado ni optimizado sus funciones: solo se han cerrado o desfinanciado sin mayor explicación.
Es que el único horizonte, el único norte de todos los esfuerzos del gobierno, es mantener la inflación y el dólar barato, y no, al menos por ahora, ocuparse de los temas estructurales del país. El “Pacto de Mayo”, aquel gran foro nacional con gobernadores y sectores sociales para afrontar los grandes problemas, que se firmó y transmitió por cadena nacional en julio del año pasado, demoró un año en convocar a una primera reunión de ocho personas.
Quizás en el fondo de sus intenciones el presidente tenga alguna idea del tipo de país (suponemos distópico, porque no hay experiencia alguna en la historia) que supone el anarco-capitalismo que pregona a los gritos, pero pareciera que la telaraña argentina también lo está envolviendo a él, y el gobierno se está transformando en una sumatoria de estridentes reacciones espasmódicas. El consumo no se reactiva y es probable que las ráfagas de insultos sexuales que el presidente destina a casi todo el mundo ya empiecen a aburrir.
A pesar de que estamos casi llegando a la mitad del mandato, todavía no llegaron las reformas tributaria, laboral y/o previsional, que podrían, supuestamente, aumentar las inversiones y la productividad. Insisto con que se le reconoce al gobierno haber bajado el gasto y la inflación, pero los faltantes estratégicos son muchos como para pensar que el gobierno de Milei es un proyecto político y no solo un plan de estabilización. Tampoco se ha dado a conocer alguna idea de una “grand strategy” frente a un mundo en el que el multilateralismo se desarma y se llena de conflictividad y de incertidumbre política y comercial. En este novedoso escenario, muchos países están diseñando políticas diplomáticas, de incentivo a la producción, de apoyo a la exportación en sectores competitivos, de conquista de nuevos mercados, y eso al gobierno argentino sencillamente ni se le ocurre. Todas estas políticas, además, suelen ir acompañadas de una política de ciencia y técnica, pero aquí tampoco el gobierno argentino tiene una alternativa, sino solo el desmantelamiento de lo que mal o bien se fue construyendo durante décadas. A contramano del mundo, Milei confía en la mera iniciativa privada y en la buena sintonía (¿será durable?) con Donald Trump. Gran parte del empresariado productivo agradece la normalización de la macroeconomía, pero se siente a la intemperie cuando mira al mediano plazo.
Por último, la lógica sostiene que cuanto más ambiciosas son las reformas que se buscan, mayor es el apoyo político requerido para que sean respaldadas y duraderas. Quizás por ese ímpetu de ir siempre en contra del manual, el partido de Milei (es decir, su hermana Karina Milei) está mayormente rechazando formar alianzas en las distintas provincias con dirigentes que lo han ayudado a gobernar, y por lo tanto a sobrevivir. Quizás con la excepción de la Provincia de Buenos Aires (aunque todavía hay que esperar a ver el final de la saga) Milei está decidido a ir por todo él solo, sin acuerdos, sin la política. Muy probablemente gane las elecciones y obtenga un respaldo político importante. Pero, ¿tiene algo más para ofrecerle al futuro de la Argentina, que al igual que el mundo actual, necesita desesperadamente espacios de certidumbre, institucionalidad y previsibilidad?
Publicado en Búsqueda el 13 de julio de 2025.