jueves 19 de diciembre de 2024
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El liderazgo post-alfonsinista

En los años ochenta hubo un líder político que recordándonos el preámbulo de la Constitución Nacional, logró unir a los argentinos detrás de una esperanza. Raúl Alfonsín fue un rara avis para su época, construir consensos de amplios sectores de la sociedad, era una extensión de sus profundas convicciones.
En la dictadura, como abogado, presentaba habeas corpus por los desaparecidos, en la guerra de Malvinas, fue el único político que se expresó en contra.
En julio de 1982, tan solo 16 días después de levantada la veda política, se subió a la tribuna de la Federación de Box, para aclararle a los militares que no iba a permitir elecciones fraudulentas. Pero además, les propuso integrarlos a la nueva democracia para que “dejen de ser víctimas de una minoría que los utiliza como brazo armado de un esquema de dominación social”. Convocó a participar a los jóvenes diciéndoles que pierdan el miedo en una “Argentina decadente y corrompida que ha determinado que ser joven es un delito”. También le habló a las madres “a la mujer argentina, que ha sufrido el dolor reiterado de ver a sus hijos reclutados por la guerrilla, castigados por la represión o conducidos a la guerra o a la humillación de la derrota”.
Su comprensión de la realidad y sus propuestas inclusivas interpelaban todo tipo de sectarismos, incluso los de su propio partido.
Como presidente fue un líder integrador, que aún en las situaciones más hostiles, jamás renunció a su vocación mayoritaria. En las situaciones de mayor debilidad, respondía con ejemplos de patriotismo. Ya sea para recortar su mandato, entregando seis meses antes el gobierno en pos de la mejor solución institucional o cuando realizó el pacto de Olivos por una reforma constitucional consensuada.
Lo que muchos veían como defecciones o renunciamientos, fue juzgado por la historia, como acuerdos que allanaron el camino de la democracia.
Los grandes lideres saben que están de paso y por eso él, siempre repetía: “sigan ideas, no sigan hombres”. Su perspectiva de estadista nos incluyó a todos, no hablaba para “nosotros” o para “ellos”, hablaba para todos los argentinos.
La crisis de representación política del 2001 y el “que se vayan todos”, cubrió con un manto de olvido muchos de aquellos grandes acuerdos históricos. Los liderazgos faccionales resurgieron como reflejo de la vieja argentina dicotómica y la construcción de la grieta volvió a ser el camino fácil. Los constructores de esa grieta, no mencionan las epopeyas populares de los últimos 40 años. Como el repudio a la dictadura luego de Malvinas, el retorno de la democracia o la semana santa del 87, con peronistas y radicales compartiendo el balcón de la Casa Rosada.
Para ellos, todo es antes y después del 2001, escondiendo incluso, los sucesos de los dos años posteriores a la gran crisis. Es común escuchar a la actual vicepresidenta, afirmando que sacaron al país de la crisis del 2001, cuando en verdad asumieron su primer gobierno en el 2003, luego de una elección donde 5 candidatos a presidente, obtuvieran entre el 15 y el 25 % de las preferencias electorales.
Los líderes faccionales, trabajan como los guionistas de las películas de buenos y malos. Los logros les pertenecen y las derrotas son culpa del enemigo. Fomentan un tipo de solidaridad orgánica y tribal, propia de las sociedades arcaicas.
Además, casual o causalmenente, a partir del 2011 se incluyeron las primarias abiertas simultáneas y obligatorias al sistema electoral. Esto transformó nuestro sistema de votación, en una alquimia de 3 vueltas consecutivas, funcionando como un embudo ordenador de los votos hacia ambos lados de la grieta. Desde esas orillas enfrentadas, se construyeron los liderazgos que nos gobernaron hasta hoy, con un enorme deterioro del entramado social e institucional.
Salir de la grieta es uno de los desafíos del nuevo líder, quien deberá evitar la tentación de sumar votos con en esa lógica, o será un esclavo más del odio, combustible permanente de esa dinámica.
Pertenecemos a la generación que nació a mediados de la revoltosa década del 60, creció con la violencia de los años setenta y abrazó la democracia en los 80. Somos la generación de los protagonistas invisibles. Nos encontrarán en todas las fotos, como parte de la muchedumbre, llevando las banderas. Con breves interregnos, hemos vivido 50 años o más, de caudillajes, césares y mesías. Somos los responsables de promover un nuevo tipo de liderazgo, una nueva forma de construcción política.
Volver al viejo preámbulo de la Constitución Nacional, podría ser una buena forma de construir ese nuevo liderazgo, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino.

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