La pandemia ha desencadenado una crisis económica a escala global y acumulado demandas y problemas que están desbordando la capacidad de muchos estados para darles respuesta. Entramos a un estado de efervescencia social y de movilizaciones que para no pocos observadores amenazan el futuro de las democracias.
Argentina se debate en medio de una profunda crisis económica y social que la pandemia y una cuarentena de casi seis meses, han venido a agravar. En un escenario de creciente debilidad de la autoridad presidencial proliferan hipótesis conspirativas: se anuncian estallidos sociales inminentes y golpes palaciegos.
El miedo al virus se potencia con los muchos miedos que despierta una Justicia que no es igual para todos, un presidente zigzagueante que afirma y niega sin temor a las contradicciones, una sociedad de bandas y bandos en pugna en la que crecen las tomas de terrenos y la delincuencia, y donde se rebela la policía bonaerense reclamando aumento de salarios y equipamiento que los protejan del virus.
Los argentinos solemos vivir en mundos irreales creados por las palabras seductoras de encantadores de turno, hasta que la realidad nos golpea. Entonces, el desencanto y la frustración nos invaden. Por mucho tiempo defendimos la convertibilidad, pese a que era un régimen insostenible para cualquier observador imparcial; mucho tiempo vivimos consumiendo en supermercados, sin preocuparnos por el futuro de nuestros hijos, hasta que descubrimos que no tenían futuro porque el crecimiento diversificado con inclusión social era una ilusión más que apañó el despilfarro.
La esperanza de un cambio que nos condujera a una senda de progreso pronto hizo aguas y nos dejó librados al retorno a las fuentes del peronismo de siempre: estatismo, proteccionismo y beneficencia social. Muchos encontraron en esta tierra prometida la solución para salir de la intemperie ; otros, una nueva oportunidad de jugosos negocios. La sociedad está partida en dos, hostigada por el tribalismo de un gobierno que no vacila en condenar a la oposición a un lugar de destierro.
Mientras tanto, nos dicen, ”nosotros somos la mayoría que en nombre del pueblo gobernamos este país, defendemos la vida y protegemos a los pobres, somos los argentinos de bien”. Las grandes crisis que desafían a las democracias tienden a incentivar conductas cooperativas.
Sin embargo, este país sigue a contramano- como gustaba decir Mujica Lainez- de los cursos de acción esperables. Cada vez es más claro el papel que la Vicepresidenta desempeña en este teatro de la ilusión: dueña del Senado, señora de sus fieles y enemiga de aquéllos que osan desafiar su autoridad, ella reparte premios y castigos a su antojo, convencida de que la historia la ha absuelto ex ante.
El diálogo supone la intención de convencer y la disposición a ser convencido. Quienes no están dispuestos a confrontar porque sus creencias son un dogma de fe, no dialogan, imponen, y los problemas no se solucionan, se postergan y se agravan. Ella no dialoga, manda. Los demás, obedecen.
¿Por qué?, ¿cómo llegamos a esta situación? Estos interrogantes no son pura retórica, manifiestan la perplejidad que muchos argentinos sienten ante el espectáculo que ofrece la política hoy. Muchos debemos preguntarnos en qué nos equivocamos.
¿Cómo encontrar el rumbo? ¿Cómo lograr la convergencia de todos aquellos que piden moderación para enhebrar soluciones duraderas, soluciones que adelanten el futuro que viene, que no queden atrapadas por un presente miope ni por el anacronismo de una utopía regresiva.
Cuando miramos a países vecinos que también enfrentan desafíos económicos y sociales en esta pandemia, vemos conductas cooperativas y sobre todo, que en esos países- como es el caso de Uruguay – las políticas son acumulativas, no cambian con los gobiernos de turno. Son lo que aquí llamamos “políticas de estado” y nos reiteramos que debemos concertarlas sin lograr cumplir ese objetivo.
Atravesamos una coyuntura crítica. La dirigencia del Frente de Todos no parece perturbada por la gravedad de la situación y como en otras ocasiones lo hicieron dirigentes del Partido Justicialista, confía en que pueden forzar las reglas del juego político. Y sin embargo, el malhumor social los desafía. ¿Será que esta vez, así no?
No llegamos a esto sin la contribución de los fracasos de una oposición que no logró fijar un rumbo de progreso. Sin embargo, lo que líderes políticos no hicieron no justifica el pesimismo de los que auguran inminentes catástrofes.
Ese desenlace no es inevitable. El desafío de la oposición es construir un camino para salir de este laberinto, insistir en búsqueda del diálogo, en la defensa de un Congreso que funcione y debata las reformas que deben ser hechas; en la defensa de la independencia de la justicia y, en defensa de gobernar con la Constitución para encontrar respuestas a los problemas que asolan a la sociedad.
Es una tarea ciclópea. Esperemos que esta vez Sísifo ponga fin a su calvario. ¿Por qué no habría de hacerlo? Muchos son los que han desistido de habitar el mundo de las ilusiones, sencillamente porque no tienen con qué asegurar la protección y el alimento diario, abajo y en el medio de la escala social. Acaso los argentinos a golpes de frustraciones abandonaremos nuestra inclinación a imaginar tierras prometidas que sólo existen en nuestra imaginación.
Publicado en Clarín el 16 de septiembre de 2020.
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