Tras el pogromo del 7 de Octubre del año pasado, el peor atentado contra judíos después del Holocausto, en el que miles de personas inocentes e indefensas fueron masacradas, violadas, torturadas y secuestradas, incluyendo bebés y ancianos – recordémoslo – por el solo hecho de ser judíos, una ominosa y perversa ola de antisemitismo y antisionismo recorre Occidente, y llega, lamentablemente, a nuestro país.
La actitud de ciertos sectores en Estados Unidos y Europa, por ahora afortunadamente minoritarios, no puede sino ser calificada como una verdadera conducta suicida, propia de quienes sufren una ingenuidad rayana en la estupidez. En las más prestigiosas universidades norteamericanas, y en algunas europeas, estudiantes radicalizados se manifiestan en contra de Israel y supuestamente a favor del pueblo palestino, pero no pueden evitar ser cómplices de organizaciones terroristas y fundamentalistas como Hamas y Hezbolla, y del régimen iraní que los financia y promueve. En una tergiversación perversa y macabra de los hechos se presentan las barbaridades inenarrables del 7O como un acto de legítima resistencia frente a la opresión y se evita prolijamente cualquier forma de solidaridad y reclamo por la liberación de los secuestrados que siguen viviendo la peor de las pesadillas. Una de las acusaciones más absurdas que se hacen sobre Israel consiste en la de perpetrar un genocidio contra el pueblo palestino. En realidad, genocidio es lo que Hamas quiere hacer contra Israel; y es lo que Israel podría hacer y no quiere.
En escenas grotescas que darían risa sino fueran tan patéticas vemos a supuestas feministas y defensores de las minorías sexuales repetir como loros consignas absurdas, cuando precisamente las mujeres y los homosexuales son discriminados y sojuzgados de las maneras más crueles en los países donde rigen los preceptos del integrismo islamista, que negando siglos de avance en pos de la democratización y la secularización de las sociedades, pretenden dar a los mandatos totalitarios de una determinada religión el valor de una ley obligatoria para todos. Seudo feministas omitiendo la denuncia de las horrorosas vejaciones de las que fueron víctimas mujeres judías, evitando solidarizarse tanto con ellas como con las mujeres palestinas e iraníes que sufren la represión de regímenes teocráticos y absolutistas, han hecho decir a la periodista catalana Pilar Rahola, no sin algo de razón, que el feminismo ha muerto. En realidad el feminismo vive, pero no en las imposturas del identitarismo woke occidental, sino en las valientes mujeres iraníes que desafían a los ayatollas, y en las mujeres israelíes que no vacilan en tomar las armas para defender su país y su libertad.
Militantes de extrema izquierda que no durarían una semana con vida, o al menos en libertad, si osaran repetir sus consignas delirantes en Gaza o Teherán creen ver en el pañuelo palestino la remera del Che y no dejan falacia y tontería por repetir, tergiversando y confundiendo todo de una manera tan evidente que probablemente a los historiadores del futuro les costará explicar tantos dislates. Si el máximo líder de la sangrienta teocracia iraní te felicita es difícil que te puedas percibir socialista, pacifista, laicista y feminista, pero los disparates de la cultura woke parecen obrar milagros.
En el camino, el antisemitismo campea a sus anchas en los campus universitarios estadounidenses y en las calles de ciudades europeas, tal como en la Alemania nazi de la década del 30 del siglo pasado. Es hora de reconocer que el monstruo ha vuelto, bien que con un ropaje bien distinto, que no logra de todos modos ocultar su esencia perversa. El disfraz más usual consiste en negar que ese discurso reaccionario de odio es antisemita y postular en cambio que se trata de antisionista, como si ser sionista fuera un crimen; cuando en realidad el sionismo no es otra cosa que un movimiento de liberación nacional que defiende el derecho del pueblo judío a la autodeterminación y a tener su propio Estado legitimado y reconocido por la comunidad internacional como garantía última de su supervivencia, en su tierra ancestral. Desde su creación el Estado de Israel no inició ninguna guerra, pero se impuso en todas; entre otras por una razón muy sencilla, Israel no tiene otra alternativa que la victoria, una derrota lo enfrentaría a la trágica perspectiva de su desaparición, con lo que ello significaría para los judíos en todo el mundo. Y agrego, con lo que ello significaría para todos quienes se identifican con la libertad y la democracia. Israel enfrenta, casi solo, una guerra que no terminaría allí si la consigna genocida “desde el río hasta el mar”- o sea, borrar a Israel del mapa – se convirtiera en realidad. El integrismo salafista iría por todo, tal como se encargan de proclamarlo con absoluta sinceridad y honestidad intelectual sus ideólogos. Ahí están las persecuciones y matanzas de cristianos en países africanos y asiáticos para corroborarlo. Persecuciones que no despiertan la más mínima compasión ni solidaridad en el Occidente cristiano, por extraño que parezca. El integrismo yihadista no sólo mata en Medio Oriente, ya lo ha hecho en New York, París y Buenos Aires. Y sus líderes admiten orgullosos y entusiastas que lo volverían a hacer en pos de instaurar un califato global. ¿Qué más hace falta para que les creamos?
Israel es el canario de Occidente. Tal como los canarios avisaban a los mineros cuando empezaba a faltar el oxígeno, lo que le pase a Israel y a los judíos sólo adelanta lo que le podría pasar a otros. Que el Estado de Israel, la única democracia liberal en Medio Oriente, se imponga frente a quienes abogan por su desaparición, y que el régimen oscurantista de Irán dé paso a un gobierno democrático que devuelva las libertades a su pueblo es un tema que debería importarnos a todos. Si no es por solidaridad y compromiso con ideales humanistas que por lo menos sea por interés.
Publicado en La Calle el 12 de mayo de 2024.