El diseño de un nuevo orden mundial tiene tres encuentros importantes este año: el del G-7 en Baviera; el de la OTAN en Madrid y el del G-20, en Indonesia. Este último, planeado para noviembre, parece el más plural y apto para encauzar los graves problemas globales. El G-7 pasó sin pena ni gloria.
Casi al mismo tiempo que el testimonio de Cassidy Hutchinson, ex asesora del jefe de gabinete de Donald Trump, ponía al ex presidente al borde de la acusación de incitar a la violencia política, se reunió en Alemania el G-7. Encabezado por el presidente Joe Biden, que tiene como tarea ciclópea reflotar la dinámica de la globalización, despreciada por su antecesor y con serios inconvenientes causados por sus propias externalidades y por la pandemia, el G-7 le resultó un escenario menos hostil que el que le ofrece su país, cuyo panorama político está dominado por un Congreso polarizado y una Corte Suprema conservadora y reaccionaria que a “medievalizado” los tiempos de su presidencia, anulando el fallo Roe vs. Wade que fijó durante los últimos 50 años el derecho al aborto.
Varios presidentes asistentes a la cumbre – incluido Alberto Fernández de Argentina, como invitado especial – están en la misma situación de Biden, salvo el premier italiano Mario Draghi, el único mandatario concurrente al convite que luce un índice de aprobación positivo por parte de sus conciudadanos.
El G-7 trató sin mucho éxito tres temas cruciales: el cambio climático, la seguridad alimentaria, y las sanciones a Rusia, todos concurrentes en el gran problema económico sistémico del momento, la inflación.
En cuanto a Rusia, que es central en la cumbre de la OTAN que ahora se lleva a cabo en Madrid y que repite a la mayoría de los asistentes al G-7, presenta una contradicción en términos de la globalización democrática que sostiene el espíritu de los países ricos: poner un tope al precio del petróleo ruso va en contra de las ideas de libre mercado y de reglas comerciales que se esgrimen, por ejemplo, en contra de China. Claro que el estado de guerra – aunque no haya sido declarada – permite ciertas excepciones a las reglas, como las de las leyes antimonopolio de EE.UU. y la UE.
Otro invitado especial, el premier de la India, Narenda Modi, subrayó en la cumbre que su país hará lo que considere mejor en interés de su propia seguridad energética cuando se trate de la cuestión del comercio mundial de petróleo.
Mantener deprimido el precio de la energía rusa suena raro con un barril de petróleo a 120 dólares. Pero más raro suena que la búsqueda de reemplazar la energía rusa – principalmente gas – lleve a las propias economías ricas al uso del carbón, agravando el problema del cambio climático, con el consecuente impacto en la crisis alimentaria mundial. A este respecto, hubo declaraciones convergentes en cuanto a la hambruna que se avecina por la escasez de alimentos – cuyo mercado no será intervenido como el del petróleo – llevará a que “323 millones de personas en todo el mundo sufrirán una inseguridad alimentaria aguda o correrán un alto riesgo, marcando un nuevo récord”, según declararon este martes, siendo el Cuerno de África como la región de mayor riesgo, donde “alrededor de 20 millones de personas pueden enfrentarse a la amenaza del hambre para fin de año”.
En este asunto todo quedó en declaraciones de buena voluntad del G-7 de “reafirmar nuestro objetivo de sacar a 500 millones de personas del hambre y la desnutrición para 2030”, sin explicar cómo, aunque prometieron 4500 millones de dólares para reducir la inseguridad alimentaria en 47 países y organizaciones regionales. Suponiendo que todo ese dinero se entregue rápidamente, y las donaciones de este tipo casi nunca lo hacen, la cobertura de esa ayuda sería de solo 14 dólares por persona en este año, calcularon especialistas.
Respecto del drama climático – mientas el hemisferio norte se asa con temperaturas de 50 grados y sequías interminables- tampoco hubo grandes anuncios de medidas concretas. Pese a que nueve de los primeros doce párrafos del comunicado de la cumbre se consagraron al clima, hubo pocas nueces, seguramente dominados por la centralidad del problema petrolero.
La única medida concreta revela el verdadero lugar prioritario del asunto. Los líderes del G-7 asumieron el compromiso de instalar un millón y medio de termostatos inteligentes en los hogares europeos, este año, para aumentar la eficiencia energética. Un vaso de agua para apagar el Vesubio.
En iniciativas más importantes, como la meta de hacer que el 50 por ciento de las ventas de automóviles nuevos sean vehículos con cero emisiones para 2030, no hubo acuerdo. Y los 100 mil millones que se habían acordado para 2020 a países en desarrollo para hacer más limpias sus matrices energéticas fueron aplazados hasta 2025.
En el cierre, el anfitrión Olaf Scholz, abogó por un Plan Marshall para reconstruir Ucrania, dejando de lado los pedidos de Volodomir Zelensky sobre armas y municiones para revertir una situación militar que parece no tener marcha atrás, al menos, bajo su exclusiva responsabilidad. Seguramente, la cumbre de la OTAN, será más específica en este y otros temas que redibujarán el tablero del poder militar en Europa y Asia.