jueves 29 de mayo de 2025
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El extravagante bipolarismo argentino

Lo que me pasó con amigos socialistas cuando se enamoraron de Hugo Chávez, me pasa hoy con amigos liberales embelesados por Javier Milei. ¿No lo ven, decía entonces, repito hoy? Cada vez que América Latina se convierte en «laboratorio político», me abrocho el cinturón y me pongo el casco. Antes fue la izquierda, ahora la derecha.

Un extravagante bipolarismo a la argentina está tomando forma: mileísmo versus kirchnerismo. ¿Será ésta la evolución virtuosa hacia un sistema político «moderno»? La política argentina es extraña: invoca el nacionalismo pero se espeja en el mundo anglosajón. Muchos siguen creyendo que el peronismo fue una especie de New Deal y Perón un líder laborista.

Hoy creen que es cuestión de hayekianos o keynesianos. Pero un sistema bipolar presupone la legitimación de los polos, la alternancia entre ellos. Lo que vemos asomar es lo contrario: la deslegitimación mutua. Vótame o vuelve “la chorra”, para Milei. Vótame o los “garcas” se venden la patria, para la Kirchner.

Estos malentendidos me recuerdan la última carta de John M. Keynes a Friedrich Hayek. Sí, porque aunque se enfrentaran desde trincheras opuestas, ambos mantenían relaciones civilizadas, cultivaban el respeto personal, alimento básico de la confianza social. Cuando murió el primero, el segundo no vomitó insultos sobre su tumba como, ajeno al ridículo, suele hacer Milei. Murió «el único hombre verdaderamente grande que he conocido», escribió a la viuda: noblesse oblige.

Como ocurre a menudo, los alumnos o supuestos alumnos son peores que los maestros: igual que los kirchneristas no tienen nada de Keynes, uno se pregunta qué tienen en común con Hayek los mileístas.

En esa carta, Keynes objetaba la principal y más apocalíptica tesis de Hayek en su bestseller, El camino hacia la servidumbre. La tesis de que el intervencionismo económico estatal es la antesala del totalitarismo. Hombre de sólidas convicciones liberales, Keynes no era en absoluto insensible al peligro totalitario.

Pensaba, sin embargo, que un intervencionismo moderado era inofensivo si gestionado por «mentes y corazones» bien orientados «con respecto a la cuestión moral». O sea donde estaban arraigados los valores democráticos. Difícil discrepar: bueno o malo según los gustos y las dosis, el intervencionismo estatal no produjo regímenes totalitarios en Gran Bretaña o Estados Unidos, ni en los países escandinavos y otros países occidentales.

Lo que no impide que en otros contextos culturales de escasa ilustración y democracia superficial, la profecía de Hayek se haya hecho realidad: en vastas zonas del mundo, el estatismo económico es o ha sido el puño de hierro del Estado ético y totalitario.

Estas viejas diatribas nos recuerdan que las teorías económicas no se aplican en condiciones asépticas, en un vacío neumático: se miden con la historia, el entorno institucional, la herencia cultural. Esto es cierto para el keynesianismo y sus peligros, pero también para su némesis, el liberalismo que socavó su hegemonía.

Uno y otro producen efectos diferentes según los contextos, según que «las mentes y los corazones» estén bien dirigidos o impregnados de odio e autoritarismo, según que crean en el pluralismo y la democracia o se crean investidos de un poder sobrenatural por arriba de los comunes mortales.

Al igual que el keynesianismo estrafalario del kirchnerismo, el libertarismo escatológico del mileísmo podría resultar así otro «camino a la servidumbre»: capitalismo «de amigos» y poderes concentrados, conservadurismo moral y violencia social, carisma personal y devastación institucional.

Perón diría que tanto los keynesianos kirchneristas como los mileistas hayekianos son peronistas: mesiánicos y absolutistas, dogmáticos pero oportunistas, quieren imponer su fe como fe de todos. En esto, de hecho, en la «infraestructura cultural» más que en la «estructura económica», reside la esencia del peronismo, su verdadera persistencia. El mileísmo es su digno heredero, es el embudo donde se recicla el peronismo en fuga de la casa peronista desfigurada por los kirchneristas. Como Perón, hasta tiene su Evita y su ‘brujo’, sus redes ocultas de poder y su circo de amigos, amantes y parientes, más clientes que competentes. Este, y no la «libertad», es el secreto de su popularidad.

Y eso que, a pesar de estar tan divididos en todo, Keynes y Hayek compartían la creencia en la legalidad, el respeto por el pensamiento de los demás, el rechazo del dogma.

¡Cuántas veces cambiaron de opinión! Más que de una buena teoría económica, el éxito de un país depende de los «corazones y las mentes» de quienes la aplican, de los ciudadanos a los que sirve, de las instituciones en las que se apoya.

Publicado en Clarín el 25 de mayo de 2025.

Link https://www.clarin.com/opinion/extravagante-bipolarismo-argentino_0_d2GE6Wt2Hn.html

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