Cuando el entonces Juez brasileño Sergio Moro comenzó con la causa que terminaría en 2010 con el encarcelamiento del ex Presidente de Brasil Luis Inacio Lula da Silva, lo miré con mis peores y más intolerantes ojos. Quería a Lula, lo había conocido en 1981 en Ginebra, cuando ambos denunciábamos, ante la Comisión de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas a las dictaduras que nos sometían.
Él era un dirigente sindical y presidía el Partido de los Trabajadores y yo representaba a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Desde entonces nos encontramos varias veces más, nos hicimos bastante amigos y festejé cuando Lula fue elegido Presidente de Brasil.
Me parecía injusto todo el proceso y desgaste al que fue sometido pero, aceptando las reglas del juego democrático, íntimamente reconocí que podría ser, aunque doliera, que algún hecho de corrupción lo tocara.
Cuando por fin Jair Bolsonaro lo reemplazó y Sergio Moro aceptó ser su Ministro de Justicia, su figura empeoró en mi consideración. Me pregunté si era para eso, para ser Ministro y tener poder, que había empleado a fondo tan tesonera y eficazmente su innegable preparación profesional que terminaba poniendo al servicio de una derecha muy poco democrática y con rasgos autoritarios.
Éstos se acentuaron, Bolsonaro no dejó medidas y declaraciones arbitrarias por tomar y proferir y Sergio Moro, por los motivos que me hubiera gustado conocer y que tal vez él habría aclarado, renunció a su Ministerio.
Caramba, me dije, tiene sus principios. Interesante el hombre público.
Hace una semana, más o menos, me enteré de que íbamos a poder ver a Sergio Moro y escucharlo porque había sido invitado por profesores de la Universidad de la Ciudad de Buenos Aires, UBA, a un encuentro habilitado en una plataforma virtual.
Todo muy rápido: ni averiguadas fecha y hora ya estaba apareciendo la noticia de que las autoridades de la Universidad lo habían “desinvitado”. Si, había cancelado la invitación. ¿Por qué? Parece que por presiones de académicos que, ideológicamente, no estaban de acuerdo con él.
Si de algo nos jactamos alguna vez con cierta razón- soy muy cuidadosa con las palabras- fue de haber estado a la cabeza de la autonomía universitaria.
Si alguna imagen quedó, en ese ámbito, como ejemplo de la ignorancia supina de un dictador, fue la de los profesores sacados a bastonazos de la universidad durante la época de Onganía.
Mucho más cerca en el tiempo, abril de 2018, nos avergonzó el espectáculo de Mario Vargas Llosa abucheado e impedido de hablar en la Feria del libro por un grupo de militantes kirchneristas.
Y ahora, de nuevo porque no coincide con el pensamiento de un puñado de gente, ¿se nos priva de saber cómo piensa un catedrático y hombre de leyes, Sergio Moro?
Señoras y señores Académicos que conducen a la UBA: en lugar de poner los esfuerzos en lograr limitados pensamientos unanimistas, ¿cuánto mejor nos iría si fuéramos capaces de discutir sin vedarnos, de razonar sin descalificarnos, de compartir reconociéndonos como personas capaces de construir en conjunto aun en las diferencias?.
Para eso está la Universidad. Para aprender a pensar con las diversidades. Los conocimientos vienen también de otras partes, abundan las fuentes de información. En cambio, el respeto por el otro es característico de lo universal.
Lamento no haber podido escuchar a Sergio Moro para hacerme mi propia idea de quién es. Lamento que la UBA haya hecho un papelón.
Publicado en Clarín el 30 de mayo de 2020.
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