jueves 28 de marzo de 2024
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El discurso de la polarización, confrontado con el país real

Los resultados de las PASO del 12 de septiembre generaron una gran conmoción en el oficialismo. Es lógico: se trató de la peor derrota electoral en la historia del peronismo, sobre todo estando en el poder.

La incógnita que todavía martiriza a propios y ajenos es si estas elecciones (y las venideras en noviembre) serán un accidente más en su larga trayectoria, o si por el contrario se tratará de un punto de inflexión. Algunos elementos de análisis pueden orientar nuestra mirada.

Para empezar, un resultado electoral nunca tiene una sola causa. La pandemia conspiró contra muchos oficialismos en el mundo, pero las inconsistencias del Gobierno y el Olivosgate seguramente también jugaron un papel.

Nada que no se hubiera previsto. Pero en las PASO también se dieron algunas sorpresas: el peronismo unificado perdió en casi todo el país, incluida la mayoría de las provincias “periféricas”, más conservadoras y tradicionalistas.

La geografía electoral del peronismo siempre mostró mayor fortaleza allí que en las provincias “metropolitanas”, más populosas, urbanas e industrializadas. Y dentro de estas últimas, incluso en algunos bastiones tradicionales del Conurbano bonaerense, la pérdida de votos fue estrepitosa. Y para colmo, esa derrota es capitalizada por una oposición unida que representa una amenaza muy creíble para las presidenciales de 2023.

¿Se puede revertir, o al menos mitigar, este terremoto? La política es siempre impredecible, pero en principio parece muy difícil: aunque mucha gente decida su voto en las últimas horas antes de entrar al cuarto oscuro (o incluso adentro del cuarto oscuro) las tendencias sociales a nivel macro también existen, y en este plano también hay novedades que invitan al análisis.

La experiencia iniciada en 2019 es un ciclo peronista que por primera vez en la historia no está satisfaciendo demandas de los más pobres. El país no crece, la inflación no cede, el salario se achica, el empleo decae, la inseguridad aumenta, la pobreza avanza, las expectativas de mejoras se apagan.

Este peronismo no logra delinear un horizonte de justicia social (real o simbólica). Y cuando lo promete, no es verosímil. Los sectores más informales de la base social de su electorado empiezan a rebelarse, y el control territorial y de la ayuda social no parece ya ser garantía de apoyo electoral.

En la Provincia de Buenos Aires, el 25% de los votos que el FdT obtuvo en 2019 no fue a votar en 2021. Son los más pobres, a los que se les quiere hacer cambiar de opinión en lo inmediato.

Todos estos datos hacen más probable la hipótesis de que estemos viendo problemas más profundos, que no se revierten rápido, ni con una campaña electoral mejor coordinada.

Quien mejor parece haberlo comprendido es Cristina Kirchner, que luego de haber puesto al país al borde del vacío de poder durante 72 horas, impuso una suerte de relanzamiento del gobierno, con recambios ministeriales (indeseados apenas horas antes de la noche del domingo 12) en busca de una mayor proacción, anuncios de medidas apuradas, y curiosos mecanismos para la escucha presidencial a diversas demandas sociales que no estaban siendo atendidas.

Así, rápida de reflejos, Cristina Kirchner lleva adelante una deskirchnerización del peronismo: incluye a los gobernadores en el corazón del gobierno, a los barones territoriales en la centralización platense, y empuja a sus propios exministros a llamativos cambios en varias políticas que eran marca registrada del Gobierno en los planos sanitario, migratorio, agropecuario, de financiamiento externo, de seguridad y de la campaña electoral, por ejemplo.

Ante la crisis, el pragmatismo le ha ganado a la ideología; lo cual, vale recordar, en un líder político es más una virtud que un defecto. Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, hay un factor que parece seguir constante, y es quizás la fuente de algunos errores de diagnóstico del oficialismo a la vez que la principal amenaza a la democracia argentina: la polarización política.

El discurso polarizador, compartido también por importantes sectores de la oposición, supone que hay dos “modelos” de país antagónicos, incompatibles, incombinables, ideológicamente irreconciliables y moralmente distintivos.

Es una especie de cultura de la cancelación (intolerante, descontextualizada, irreflexiva, binaria) llevada al ámbito de la política. Pero esa concepción parece ser cada vez menos aceptable.

De hecho, en la Provincia de Buenos Aires, el 10% de los votos que obtuvo el FdT en 2019 votó a Juntos en 2021. Es decir, hay gente que entra y sale de la grieta, y otra gente, nada desdeñable en cantidad, que mezcla con éxito la supuesta agua y el supuesto aceite.

En las democracias saludables, es natural que los diferentes partidos políticos, o las diferentes coaliciones, tengan preferencias políticas diferentes, que reasignen las partidas presupuestarias según sus inclinaciones ideológicas, o impulsen reformas que satisfagan más a su electorado que al electorado de sus opositores. Y desde ya, también que unos critiquen a otros incluso de manera despiadada.

El riesgo democrático aparece y se fortalece cuando, aun contra el sentido común, la evidencia o las propias acciones, se sigue fogoneando una grieta que ya parece más una caricatura que una lucha hegemónica o un enfrentamiento fundamental.

Allí también se muestra la responsabilidad, y por lo tanto la calidad de la dirigencia política. 2021 podría ser una gran oportunidad para abandonar las anteojeras y empezar a construir un futuro aunque sea medianamente razonable.

Publicado en Clarín el 7 de octubre de 2021.

Link https://www.clarin.com/opinion/discurso-polarizacion-confrontado-pais-real_0_N47ys2wuH.html

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