martes 5 de noviembre de 2024
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El chárter a Malvinas

Un día como hoy una dictadura militar decidió ir a la guerra por Malvinas, cuya posterior herida por la guerra perdida dividió a la sociedad en ese tiempo. En su día la gran mayoría de la dirigencia política y social festejaron la conquista como un gol de un mundial de fútbol. Esa discusión no quiere decir que los chicos que murieron, pelearon o sufrieron la guerra no haya que brindarles un homenaje o reconocer que pelearon por una causa porque el Estado se lo exigió, es un
hecho que está más allá de la polémica por la guerra. Soy de la generación que tocaba la guerra cerca, cuando se inició era la clase siguiente en el servicio militar, y no son pocos los amigos, sus hermanos o primos que han peleado en esa guerra absurda.
El año 1981 fue caótico; Jorge Videla se fue del gobierno con una política económica totalmente agotada, basada en el dólar bajo y regulado y alta inflación con economía indexada. Esa política estallaría ese mismo año, generando que hubiera cinco presidentes. Al final del año, Leopoldo Galtieri accede al poder y coloca al liberal Roberto Alemann en el ministerio de economía, intentando realizar un ajuste ortodoxo, movimiento fuertemente resistido. Esta resistencia se ve reflejada en la huelga con movilización del 30 de marzo de 1982, durante la cual se reprimieron y detuvieron a muchos participantes. Es en ese clima de impopularidad y crisis permanente que los militares recurren al ideario nacionalista e invaden las islas. 
La idea de que crear un conflicto es un buen mecanismo para obligar a alinear a toda la población con su gobierno es tan vieja como peligrosa en su repetición. 
El 7 de abril partió desde Buenos Aires un avión Folker llevando a asistir al juramento del Gral. Mario Benjamin Menendez a Jorge Rafael Videla, acompañado por una nutrida comitiva: Saúl Ubaldini, Jorge Triaca, Fernando Donaires (CGT Brasil), Deolindo Bittel (Pte. PJ), Carlos Contín (Pte. UCR), Rufino Inda (PSP), Francisco Cerro (Pte. PDC), Jorge Abelardo Ramos (FIP), Américo García (MID), Julio Amoedo (PCP), dirigentes empresarios (Federico Zorroaquín, Eduardo García, Horacio Gutierrez, etc.). Esto provoca que los dirigentes sindicales –como Ubaldini y Donaires que estaban presos por la movida del 30 de marzo- salieron de la cárcel en el clima festivo del 2 de abril- apoyen la movida, subiéndose en un avión el día 7 y –con gran parte de la dirigencia política de la época- desembarcando en las islas para asistir a la jura del gobernador designado por la dictadura. 
Raúl Alfonsín tuvo la idea contraria: no le gustó la guerra, no se subió al avión y no temió ser crítico desde el primer día. Ese rechazo a la guerra fue parte de su activo político, incluso después de la derrota. No le faltaba ni audacia ni reflejos, supo navegar contra la corriente, virtud que hoy -al menos en este tema- parece una causa perdida. Un documento del Movimiento de Renovación y Cambio de esa época fue disruptivo de la tendencia de apoyar la movida de los militares.
Alfonsín dedicó uno de sus primeros actos de gobierno a ordenar el juicio de la Junta militar que invadió a las Islas. El Informe Rattenbach fue la prueba inicial de ese delito, por el cual los autores fueron condenados a doce años de prisión, primero por un Tribunal Militar y luego por instancias civiles. El peronismo los indultó mediante el Decreto 1005/89 de octubre de 1989, simultáneamente a los guerrilleros.
Néstor Kirchner tuvo la postura contraria, siempre fue un nacionalista, por eso fue al acto oficial del secuaz de Ramón Camps, el General Guerrero, amigo de la familia Kirchner, en ese entonces aliada del Proceso. Concurre con sus compañeros de militancia, podés verlos en la foto, formaron juntos la Unidad Básica “Los Muchachos Peronistas”.
No fue forzada esta foto en la que Néstor Kirchner es retratado en la casa de gobierno provincial expresando su apoyo a la conquista. Es una imagen que lo mantuvo orgulloso por algún tiempo. Esta foto fue portada de la prensa local, tal vez en su primera tapa de un diario como referente político.
Él fue parte de un sector muy numeroso de la sociedad que veía bien a la invasión, la cual ingenuamente creían sin costo. La Junta no la había lanzado ni desde el nacionalismo ni desde la ingenuidad, era su plan maestro para darle aire a una dictadura con poder decreciente, devorada por la crisis económica de 1981. El gobierno de Margaret Thatcher tenía problemas económicos, tres millones de desempleados y un fuerte conflicto con el Estado de bienestar heredado de los laboristas. Ella decidió recoger el guante y enfrentar a un gobierno incapaz y sin legitimidad política, en un acto de necesidad mutua. Cuando Galtieri terminó enfrentado militarmente a un miembro de la OTAN el país quedó involucrado con las naciones del Tercer Mundo más cercanas a la URSS. Por eso nuestro canciller se abrazó con Fidel Castro, quien consideró la aventura bélica como una guerra de liberación nacional y comprometió su respaldo diplomático.
Por esos motivos la guerra fue apoyada por el Partido Comunista –que venía de apoyar a Videla- pese a que se hallaba desilusionado con Galtieri, a quien consideraban un pinochetista o un halcón por su alineamiento con EE UU. Al principio los dirigentes comunistas, como Athos Fava,  guardaban distancia y apoyaban la recuperación “al margen de quienes la llevaron a cabo y las circunstancias especiales en que tuvo lugar” (por la dictadura y la represión). Posteriormente, los comunistas comenzaron a denunciar -en consonancia con los voceros de Galtieri- en su prensa a una conspiración para desestabilizar a la Junta Militar ideada por el gobierno de Estados Unidos a través de su embajada en la Argentina (Revista ¿Qué Pasa?, de mayo). El objetivo de esta conspiración era “apresurar” la salida de los militares y colocar en su reemplazo un gobierno democrático digitado por Estados Unidos. La idea de que la guerra permitía a la dictadura blanquearse, validarse y cambiar sus aliados internos y externos era muy extendida, y demasiados grupos distintos, incluyendo nacionalistas, neo-fascistas (como los montoneros) e izquierdistas, soñaban con un realineamiento antiimperialista. 
Los Montoneros respaldaron, de manera directa, la aventura militar: se ofrecerían en calidad de voluntarios para ir al frente, para “empuñar patrioticamente las armas” y “poner en vigencia el principio peronista de la nación en armas”, e incluso participaron en operaciones de inteligencia de la Armada destinadas a atentar contra buques ingleses amarrados en Gibraltar. Los trotskistas del PST entendieron que como la Argentina era un país semicolonial e Inglaterra una potencia imperialista correspondía apoyar la postura argentina. El PO sostenía que “El apoyo a la nación oprimida debe ser incondicional, lo que significa: independiente del gobierno que circunstancialmente la dirige”. Motivos no les faltaban para apoyar la aventura. 
En el radicalismo el presidente formal era Carlos Contín, que si bien apoyó al conflicto, no pudo conducir al partido en ese sentido. Entre la fecha de la muerte de Balbín en septiembre de 1981 y la guerra es donde el liderazgo de Alfonsín se hace imparable. El conflicto abre una grieta entre ambos lados del radicalismo.
Es así como, entonces, un sector de la izquierda, los nacionalistas y las fuerzas armadas tuvieron un romance que resultó corto porque los ingleses decidieron lo obvio: nadie que puede se deja patotear, y en esa guerra el resultado estaba cantado. Si de algo debiera haber servido, es para entender que del nacionalismo solo queda la muerte y el dolor en la sociedad, y sirve para justificar cualquier cosa que sin el clima patriótico que genera no sería sostenible. 
También que hay una izquierda que a cualquier cosa le viene bien, como lo demostró una vez más el PC. Les dejo a Fidel Castro recibiendo a los representantes de Galtieri, para sus pesadillas y a NK en su acto con Guerrero, de Alfonsín no tengo foto, él no apoyó la aventura.
Hoy cabe reflexionar lo dura que era la postura que adoptó Raúl, el salmón que podía nadar contra la corriente, cuando decide que lo popular, lo que repetían los medios, lo que decían los voceros del gobierno, el discurso único que daban a derecha e izquierda, simplemente era errado y podía plantarse solo en la vereda de enfrente, eligiendo no acompañar. Algún día se deberá volver a separar la lucha diplomática por la recuperación del territorio de la defensa de una guerra absurda: ese será el día en el que seremos más serios como país.
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