sábado 12 de octubre de 2024
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El cascabel del gato

La pandemia y la cuarentena lo taparon todo. Por un tiempo. Típicamente, las crisis generan miedo, y el miedo nos colocamos a disposición de ese artefacto diseñado para poner fin al miedo, generándolo: el Estado. 

Fueron los dos meses felices de Alberto Fernández, donde aprovechándose del maldito exitismo argentino, difundió la idea que estábamos luchando contra la pandemia de un modo envidiado por el mundo (la cuarentena estricta y temprana) y que la economía no iba a sufrir más que el resto de los países.

En el fracaso de ambas políticas -usando la misma vara comparativa a la que el Gobierno echó mano al comienzo de la cuarentena- ya la pandemia y la cuarentena no sirve para disimular nada. Por el contrario, destapa nuestras miserias, nuestros autoritarismos, nuestras chantadas, nuestras incapacidades.

Las víctimas de autoritarismo feudal de algunos de los gobernadores del norte de nuestro país, en un cierre de fronteras por meses absolutamente irracional han llevado a la indignación mediática. Vale más una foto que los indicadores tristísimos que exhibe Formosa, donde la mortalidad infantil es una de las más altas de la Argentina. Sí, no hay COVID, pero la tuberculosis hace estragos en los estratos más pobres, además de toda la serie de enfermedades asociadas con la extrema pobreza. La mitad de la población vive en ranchos. En el caso de Santiago del Estero, también tenemos una férrea conducción política en manos del hombre fuerte en esa provincia, Gerardo Zamora, quien ha instalado desde ya hace varios años un esquema de opresión casi soviético.

Los escándalos llevan al plano de la conciencia ciudadana, a través de los medios de comunicación, información sobre casos particulares que, en realidad, es la situación “de siempre” en algunas provincias y en algunas zonas de los conurbanos de las grandes ciudades. Como el caso de Abigail, la nena muy enferma de la foto en que es llevada en los brazos del papá por 5 kilómetros hasta su casa al impedir la policía de Santiago del Estero el cruce de la frontera por no tener el permiso para circular.

Pero la pandemia y los efectos colaterales de la cuarentena han agravado todos los problemas sociales, económicos y políticos que veníamos acumulando en los últimos 50 años. Es como si el COVID y la mala praxis del gobierno frente a la situación de emergencia sanitaria nos hubiera transportado a los problemas que íbamos a tener, si seguíamos con nuestra declinación, en cinco o seis años. Y hoy los tenemos aquí y con las mismas (in) capacidades de Estados, Gobiernos y Sociedades Civiles de nuestro país.

Con la vuelta paulatina a la vida social, en el momento de pico de la pandemia, los indicadores económicos han mejorado un tanto, pero no al ritmo de recuperación evidenciado en otros países. Seguimos hablando de la necesidad de inversiones, y eso es muy cierto, pero resulta que ahora, para encender la economía de nuevo no se necesitan mayores ingresos de capital productivo porque la capacidad ociosa industrial es altísima, hay super liquidez en pesos, hay dólares de una balanza comercial superavitaria por la caída de las importaciones -que crecieron vigorosamente para ser utilizados ciertos bienes como reserva de valor ante las diferentes trabas cambiarias. Hay también una demanda postergada de muchas cosas, y de gasto en refacciones y otras actividades, que debiera servir como, en otras oportunidades, para que la economía rebote y comience a crecer vigorosamente. Ni que hablar de lo barato que está el país para hacer pingues negocios con el rebote.

El problema que tiene hoy la economía es el desfasaje entre el dólar oficial y el dólar blue, generando un círculo vicioso. La incertidumbre y la cantidad sobrante de pesos hace que la gente se refugie en el dólar, y esto aumenta la incertidumbre ante una devaluación que aparece como inevitable. Lo mismo sucede con el aumento de las importaciones, para cubrirse ante futuros cierres o aumento de tarifas.

La economía no posee el ancla habitual que son las reservas, al no contar con los dólares para engrosarla y eso aumenta la necesidad de un ancla, que por definición falta. ¿Quién le pone el cascabel al gato? Un modo sería devaluar y darle finalmente la razón a los que dicen que con semejante brecha no queda otra que depreciar más el peso.  Pero el gobierno se resiste, ante lo impopular que es la devaluación y sus consecuencias, y aparte no está seguro qué una brusca depreciación del peso no genere pánico, corriéndole de atrás a la crisis. Asimismo, el dólar oficial no parece estar demasiado atrasado. El otro modo es conseguir tomar deuda para engrosar las reservas. Pero a este gobierno no solo no le presta nadie, sino que también criticó abiertamente al endeudamiento de Macri.

Le queda una sola vía, que es la de generar un shock de confianza. Pero aquí, el programa más intenso desarrollado por el Gobierno que es el conseguir “la impunidad del rebaño” para Cristina Fernández y algunos colaboradores en sus presidencias necesita una serie de tropelías institucionales que ahonda la brecha cambiaria. También el ruido entre el Presidente y su Vicepresidenta (aunque de todas maneras, entramos en el terreno de las especulaciones, ya que no sabemos si ellos te hacen el uno dos, o el policía bueno-policía malo, o si realmente se chuzan a mas no poder).

O sea, lo único con lo que cuenta Alberto Fernández es apelar a la cronoterapia, a la espera que vengan tiempos mejores con la vacuna y una cosecha que nos salve (ponele).

Mientras tanto, a sobrevivir sin gobernar.

Publicado en 7Miradas el 26 de noviembre de 2020.

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