viernes 26 de julio de 2024
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El Alfonsinazo de Ferro: “Vamos a enterrar la etapa de la decadencia argentina”

“Vamos a enterrar la etapa de la decadencia argentina”, exclamaba Raúl Alfonsín hace hoy 40 años y, en el presente, aquel llamado del líder radical adquiere una inusitada vigencia en razón de que el país exhibe signos claros de decrepitud después de casi 20 años en el poder de populismo de una supuesta pseudo centroizquierda, que no es tal, que se encarna en el kirchnerismo o el peligro de caer en un régimen, también populista, de ultra-derecha que representa Javier Milei que,  en rigor, simboliza al más rancio conservadurismo o neoliberalismo que nos retrotrae al que imperó  en nuestra Nación en la década del ’90 con dosis de de antipolítica que vale tanto como decir desprecio por la democracia y sus instituciones. Frente a esa alternativa de hierro ante la que se enfrenta la ciudadanía de cara a las elecciones de octubre hay una manera de salir de esa encerrona de la mano de la racionalidad y la fortaleza política que exhiben Juntos por el Cambio y su candidata presidencial, Patricia Bullrich cuya propuesta entraña la defensa de los valores que, precisamente, hace cuatro décadas el pueblo eligió cuando optó por darle la espalda a liderazgos mesiánicos y llevar al poder a Alfonsín al visualizarlo como garante absoluto de forjar la estabilidad institucional y sentar las bases para un cambio de rumbo.

Aquella decadencia a la que aludía Alfonsín, al hablar en el recordado multitudinario acto público en el estadio del Club Atlético Ferrocarril Oeste el 30 de setiembre de 1983, hace exactamente hoy 40 años, remitía a la ruina en que se había hundido la Argentina en el curso de la última dictadura, la más atroz que reconozca la historia de nuestro país. La devastación actual que atraviesa a la Argentina resulta del modelo que impuso el kirchnerismo que construyó un Estado clientelista y corrupto para intentar cooptar la conciencia de miles de ciudadanos y, a la vez, tener como beneficiarios de espurios negocios a los ‘amigos del poder’ y que ahora, sin escrúpulo alguno, anuncia que busca su continuidad para poner fin al caos que generó y se patentiza en dolorosos,  vergonzantes y alarmantes índices de pobreza y de marginalidad.

Frente a la opción kirchnerista –que nos podría llevar a implicaría profundizar la degradación de la Argentina, aparece la supuesta alternativa Milei, tan peligrosa como la anterior. Desde adentro del sistema democrático, con una representación parlamentaria legítima, surgida de la voluntad popular, La Libertad Avanza ‘cabalga’ sobre el descontento que anida en una parte de la ciudadanía que juzga –en alguna medida con cierta razón- que la política no ha logrado solucionar sus urgentes demandas pero la ‘matriz´ discursiva del ‘libertario’, que se explicita con su slogan dirigido a ‘terminar con la casta’, que, en verdad, esconde desprecio por la democracia que le otorgas al ciudadano el voto en la elecciones, cada cuatro o dos años, para elegir a gobierno o renovar cargos legislativos. Ese es el camino. Y entonces: “¿Cómo se puede considerar la vocinglería ‘libertaria’ sino es liso y llano intento de debilitar a la democracia?

Pero con ese no le basta a Milei. Con indisimulables contradicciones en sus propuestas camina, ‘coquetea’ y se ‘codea’ con la ´casta sindical’ representada en los ‘caciques gremiales’, como Luis Barrionuevo, enquistados durante 40 años en la conducción de sus sindicatos. Para él, quienes se suman a su espacio no constituyen ‘casta’ por lo que deja entrever claramente su visión de una ‘casta selectiva’ a la vez que ‘vocifera’ un discurso supuestamente disruptivo con ideas tales como  ‘dinamitar el Banco Central’, encaminar a la economía del país hacia una dolarización, abolir la educación pública gratuita tanto como reducir al Estado a una mínima estructura, en un déja vu del modelo de menemista en el poder. Y lo hace rodeado de algunos exponentes de aquel equipo económico que llevó a un proceso de decadencia a la Argentina en la década del ’90, cuyas consecuencias impactaron, digamos, ‘pagaron’ con creces la inmensa mayoría de los argentinos y, muy particularmente, los sectores asalariados o los más vulnerables de la población en esa época.

Para evitar el ‘salto al vacío’ habría una salida, quizás la última, que tiene en sus manos la sociedad argentina y que es cambiar la ‘bronca’, en parte comprensible, pero no dejarse llevar por quienes la empujan al abismo y, entonces, recuperarse de ese estado y optar por la racionalidad que debe primar ante la caótica situación en que se encuentra la Argentina y, con programas de gobierno serios, con instituciones sólidas, garantizare la posibilidad de edificar las bases para salir de la decadencia y encaminar a la Nación hacia el progreso porque, aunque será un camino complejo de transitar, atento la calamitosa herencia kirchnerista, será una ‘ruta’ similar a la que transitaron los países de la región Latinoamericana en los que la Argentina podría posar su mirada. Una opción entonces ante esa encerrona recaería en Juntos por el Cambio, una coalición que acredita experiencia de gestión, como la que ejerció en su anterior versión, “Cambiemos”, que le ha servido a sus referentes para corregir visiones y no repetir errores tanto como retomar el camino de aquello que, también hay que reconocerlo, fueron aciertos. Y detrás de Bullrich, la coalición un equipo ha diseñado y promueve desarrollar, desde el gobierno, un plan eficaz para evitar el naufragio. En esa coalición cohabita un conglomerado de fuerzas políticas con historia que no ocultan su pasado pero se configura una fuerte unidad con el propósito de “….enterrar la etapa de la decadencia argentina…”, tal como planteaba Alfonsín hace 40 años. No se trata de apelar a la nostalgia pero aquella convocatoria vuelve a presentársenos como un mandato al que el radical no rehuyó. En el anochecer del 30 de setiembre de 1983, ni los propios radicales podrían salir de su asombro cuando una ‘marea humana’ se concentraba en el estadio de Ferrocarril Oeste para escuchar a quien era el candidato de la UCR que pronunció un  un memorable discurso en el ‘sprint’ final de la carrera proselitista, a 30 días exactos de las elecciones del 30 de octubre de ese año en el primera paso para poner fin a la dictadura que gobernaba la Argentina.

¡Alfonsinazo!

“Vamos a enterrar la etapa de la decadencia argentina, vamos a volver a ponerla entre los primeros países del mundo por la riqueza de nuestro pueblo. No va a ser fácil, nos va a costar, pero lo vamos a lograr, y si lo hacemos, amigos de Buenos Aires; que nadie se deje deslumbrar por los resplandores de las glorias del pasado; yo les aseguro a ustedes que si cumplimos con nuestro deber, nuestros nietos nos van a honrar, como nosotros honramos a los hombres que hicieron la organización nacional”, dijo Alfonsín en ese discurso un día como hoy, 30 de setiembre pero de 1983. Ese acto generó un inesperado impacto a treinta días antes de las elecciones que marcaron el retorno al imperio de la democracia en el país y la consecuente retirada del poder de la última dictadura. Ese mitin, bautizado como ‘Alfonsinazo’, por los medios de comunicación para graficar la magnitud de la movilización, estuvo rodeado de varios condimentos: los principales surgieron del discurso de Alfonsín, quien comenzó a hablar cuando ya había caído la noche ante una multitud que colmaba el estadio situado en el corazón del barrio porteño de Caballito. Uno de esos pasajes de ese mensaje quedó en la memoria colectiva de la sociedad cuando ratificó que impulsaría, en caso de convertirse en Presidente –como sucedió- la derogación de la Ley de Autoamnistía que, una semana antes, el gobierno de facto había dictado con el objetivo de “cubrir” sus espaldas ante la certeza de que si el candidato radical ganaba, tal como ocurrió, serían llevados ante la Justicia por violaciones a los derechos humanos. Aunque hubo, por cierto, otros elementos que jugaron ese 30 de setiembre y que quedó en la historia: Ese viernes los radicales y muchos que no eran ‘boina blanca’ se sintieron desafiados al influjo de un paro en el transporte de colectivos que el gremio de la UTA, controlado por el peronismo, que dispuso la medida de fuerza en demanda de mejoras salariales para sus trabajadores aunque nadie desconocía que, a la vez, se trataba de una “jugada” dirigida a provocar la casi o nula circulación de colectivos a los que muchos apelarían para trasladarse hacia el estadio y concurrir al acto. Los radicales y los no radicales ‘vencieron’ ese obstáculo. Hubo una inesperada circulación de militantes de la UCR y de ciudadanos en general que en automóviles, camiones o camionetas tanto como a los tradicionales micros escolares, de color naranja y blanco –costeados por dirigentes de la UCR- se trasladaron desde distintos barrios de la Capital Federal y el conurbano bonaerense para llegar a la cancha de Ferro. Otros, aún más audaces, lo hicieron a pie y por la calle hasta, incluso, cortando la circulación del tránsito vehicular y recorrer una considerable distancia. Ello hizo que por distintas calles y avenidas porteñas avanzaran nutridas ‘columnas’ de militantes radicales a los que se iban sumando aquellos que no lo eran pero habían resuelto asistir al acto para ver y escuchar a Alfonsín.

Eran las 19.30 de ese viernes 30 de setiembre y en el estadio de Ferro parecía que no cabía ni “un alfiler” con sus tribunas de tablón y el verde césped cubiertos de militantes radicales y quienes no lo eran pero que ansiosamente aguardaban a quienes serían los oradores, aunque por supuesto, el más esperado momento sería cuando hablara Alfonsín, quien lo hizo después del candidato a vicepresidente, el cordobés Víctor Martínez. Antes, entre otros, habló el entonces candidato a senador, Fernando De la Rúa. Los radicales desataban su irrefrenable entusiasmo con una y otra consigna en medio del agitar de banderas argentinas y partidarias. Algunos dirigentes que ya entonces peinaban canas y eran experimentados en estas lides no podían salir de su asombro ante la multitud congregada en el estadio e, incluso, sus adyacencias porque, les resultaba imposible ingresar. No había más capacidad para albergar a todo esa gente y entonces muchos se conformaron con escuchar a Alfonsín desde afuera sin que ello menguara su fervor.

Tras el discurso de Víctor Martínez llegó el momento esperado. Los locutores Graciela Mancuso y Daniel Ríos, hábiles, fueron preparando el camino hacia el anuncio. Se alternaron en las intervenciones y se lanzaron a la presentación. Ella dio el pie: “…amigos y amigas habla Raúl…”, y Ríos exclamó: “Habla Al–fon–sín”, completó a sabiendas que ello haría ir desatando la ovación y la “locura” entre las 50 y 100 mil personas –según los distintos cálculos- que colmaban el estadio o estaban afuera.

El candidato presidencial de la UCR debió demorar algunos minutos el inicio del discurso ante el griterío infernal de los radicales que coreaban el ya entonces clásico cántico: “…Alfonsín, Alfonsín, Alfonsín…”. Y, arrancó: “Queridas amigas y amigos, venimos…”, dijo e hizo una pausa al advertir que los fotógrafos de distintos medios se apiñaban al pie de la tarima y se movían agachados con el riesgo de caer al vacío desde el palco. “Cuidado con los fotógrafos, déjenlos trabajar…”, apuntó Alfonsín, quien recién ahí encaró su discurso: “Todos nosotros sabemos, todos los argentinos comprendemos que no estamos en estos momentos viviendo las circunstancias de una campaña electoral común; cada uno de nosotros sabe que no se trata solamente de consagrar una fórmula…”. Y, sin pausa, agregó: “…todos sabemos que en lo que realidad se trata es de saber si los argentinos podemos realmente superar esta etapa de decadencia, superar esta inmoralidad que se ha enseñoreado en nuestra sociedad, y transitar juntos un largo camino de paz y prosperidad. Crisis moral por encima de todo, que hay que superar, y en consecuencia obliga a utilizar también la prédica y el discurso honrado de la autenticidad y de la verdad, que es la prédica y el discurso de la democracia”.

Cada frase o un algo más extenso párrafo del discurso que pronunciaba daba pie a renovadas ovaciones como cuando Alfonsín, casi como una sentencia, enfatizó: “No vamos a aceptar la autoamnistía, ¡vamos a declarar su nulidad!; pero tampoco vamos a ir hacia atrás, mirando con sentido de venganza; no construiremos el futuro del país de esta manera. Pero tampoco lo construiremos sobre la base de una claudicación moral que sin duda existiría si actuáramos como si nada hubiera pasado en la Argentina”.

Alfonsín, con tono enérgico, atacaba a la dictadura y aunque lanzaba alguna estocada verbal hacia el peronismo, amalgamaba un discurso que se asemejaba más a una alocución de un ya consagrado nuevo Presidente que a la de candidato, con frases que adquirían un significativo volumen político con compromisos que se proponía asumir si las urnas lo depositaban en la Casa de Gobierno y, entonces, explicitaba que haría, en tal caso, ante las acuciantes demandas de una sociedad en la que había vastos sectores de la población hambreada, sin asistencia en la salud o sin acceso a la educación y allí, como lo venía haciendo desde el inicio de la campaña, exclamó: “Cada uno ha entendido que la única forma de solucionar nuestros problemas es a través de la recuperación de nuestros derechos y nuestras libertades. Cada uno ha entendido que con la democracia no sólo se vota, con la democracia se come, se cura, se educa…”, para después incursionar hasta casi en detalle los criterios con los que su eventual gobierno actuaría frente a la enorme deuda externa que su posible gestión heredaría tras los estragos que había provocado la administración de la dictadura.

Alfonsín encaró el tramo final de su discurso y lo hizo de una manera que quedaría en la memoria colectiva como una ‘marca registrada’. En ese momento hizo una ‘invitación’ que luego hasta el final de la campaña transformaría en casi un mandato que recogía y que instaba a la sociedad a internalizar y que, incluso, volvió a repetirlo en algunas ocasiones durante su gobierno. Fue directo: “Vamos hacia el nuevo rumbo, con la nueva marcha, con la nueva lealtad, hacia el futuro los argentinos, una marcha presidida por un profundo sentido moral, por un profundo sentido patriótico, para concretar nada más y nada menos que los objetivos del Preámbulo de la Constitución Nacional de los argentinos, que yo les pido a todos que lo vayamos repitiendo como si fuera un compromiso al mismo tiempo que un rezo laico y una oración patriótica que ya empezamos a cantar, porque esto significa que vamos dejando atrás la decadencia argentina. Estamos en una marcha nueva para constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover al bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que deseen habitar el suelo argentino”.

Aquella convocatoria de Alfonsín para “enterrar la etapa de la decadencia argentina” vuelve a rodearnos. El país camina hacia la celebración de 40 años de vigencia ininterrumpida de la democracia pero lo hace desafiada a ponerle fin a esa decadencia  que se exhibe con crudeza con una verificación de alarmantes y ominosos índices de pobreza, marginalidad, caída del salario, desocupación, inseguridad o bien la estrepitosa ruptura del vínculo de niños, niñas y adolescentes con la escolaridad y, al mismo tiempo, la no menos preocupante migración de jóvenes al exterior al no encontrar expectativas para desarrollarse en la Argentina. A esa lacerante situación hay que ponerle fin. Sólo será posible si la política asume ‘compromiso’ con la población y si ella, a su vez, en defensa propia, poner por encima de su descontento la racionalidad para apostar a un futuro lo que significa: No volver al pasado ni tentarse con un ‘salto al vacío”.

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