martes 1 de abril de 2025
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El 24 de marzo de 1976, lo menos relevante

El hecho de instaurar la fecha de un golpe de Estado militar como “Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia” evoca una deriva patológica de una facción de la elite. Aquella que heredó por azar el gobierno del país luego de la convertibilidad de la que fueron uno de sus principales cruzados sorprendidos por el maná impensado de los precios de la soja demandada por el nuevo capitalismo chino.

Luego, una transacción especulativa: comprar el discurso de la izquierda marginal que entendía el saldo de la pobreza con aquellas políticas supuestamente instauradas en 1976; y continuadas hasta su accidentada llegada al poder. Se conjugó así en un verdadero cambalache histórico a los “combatientes caídos” con “los pobres” arrojados por su último estertor a fines de 2001. Parapetándose, de paso, en la causa de unos Derechos Humanos a por entonces profanados por el incorregible faccionalismo político.

Así, a diferencia de las políticas que durante los 80 y los 90 mal o bien trataron de cicatrizar aquella herida abierta, se le arrojó sal; produciendo una astuta operación de simulacro por la que miles de jóvenes se autopercibieron como depositarios de aquella sangre heroica. Aunque ya no para la “revolución” de sus antecesores sino para ascender en el organigrama estatal lubricado por carreras sobre la base del efecto demostrativo de las esgrimas cleptocráticas de sus líderes.

Se inventó un relato que coloco a aquella luctuosa jornada en una línea histórica antojadiza ofrecida por una mixtura de discursos revisionistas ajados con los “setentistas”. El punto caramelo de la confección se produjo en 2008 a raíz de la rebelión suscitada por una política fiscal confiscatoria de las propias bases materiales en las que se cimentaba el régimen identificando como “el enemigo” a “la vieja oligarquía”, “grupos económicos con centrados” y a los “medios hegemónicos” y sus cohorte de intelectuales “gorilas” y “neoliberales”.

Luego del Bicentenario y de la muerte de Kirchner, el relato devino en épica; y los exponentes minoritarios de aquellos organizaciones terroristas sobrevivientes en una suerte de aristocracia de sangre cuyo ingreso ocultaba el sueño de lo que quedaba del país inclusivo: ya no por la vía del trabajo y del estudio sino del ingenio arribista; y la pasión dogmática e intolerante, conjugada en un pastiche con causas minoritarias en las que muchos adivinaron un sueldo y hasta un camino a la gloria del poder.

Pero, como era previsible, se fue incubando la contraofensiva cultural que establecía líneas de continuidad entre la represión ilegal planificada con las disposiciones del gobierno constitucional derribado en 1976. Esa línea interpretativa hoy trata de abrirse paso procurando legitimar la represión; aunque sin perjuicio del hecho sedicioso del golpe destituyente que derrocó a aquella administración.

Y una disidencia interior tacita. En un caso, una maniobra astuta: la reivindicación vicepresidencial de la presidente derrocada, nada menos que la viuda y heredera del general fundador del “Movimiento”; aunque sin dejar de legitimar el golpe. Y en el otro, la presidencial que identificó a aquel régimen como “la página más negra de la historia del país”; pero cuyos escribas no dejan de homologarlo.

El oportunismo no se detiene allí: hay gente que utiliza la fecha para adherir el peligro antojadizo de otra dictadura; aunque muchos disimulan bastante mal el deseo de depararle a este gobierno el mismo destino que aquel de 1976 sin importar sus consecuencias sociales. Y reivindicando a otras que revelan el verdadero designio de los revolucionarios de los 70.

En suma, dos minorías enfrascadas en la “memoria” de un pasado siniestro; y una mayoría que disfruta de otro fin de semana largo, o que adopta una actitud tan frívola y liviana aquella del “alivio” por el desenlace del 76. En el medio, un país atrapado en sus fantasmas pretéritos y su legado irreductible: casi la mitad de la población hundida en la carencia.

Publicado en Clarín el 25 de marzo de 2025.

 

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