Hay algunos efectos del coronavirus que creo que vale la pena destacar para todos aquellos que nos ocupamos de la educación. El primero es una confusión entre el uso de la tecnología y el ingreso a la sociedad digital. Sin duda, el sistema educativo, como casi todas las esferas del hacer social, están haciendo un uso inusual de los medios de comunicación virtuales. Ha aumentado el teletrabajo para aquellas actividades que lo permiten y las instituciones educativas en todos sus niveles están haciendo gala de una gran voluntad y, en muchos casos, capacidad de adaptación a las nuevas condiciones de trabajo que impone la cuarentena y en su gran mayoría mantiene el vínculo con los alumnos a través de plataformas chat, Zoom, etc.
Ante este hecho quisiera aportar algunas observaciones en relación a su impacto en la sociedad.
El discurso público -y en él englobo a funcionarios, especialistas, periodistas y opinólogos en general- es de valoración y apoyo al trabajo de los docentes. La escuela ha pasado de ser una institución en crisis a ocupar un lugar en el pedestal de los bienhechores de la sociedad. En esta repentina empatía convergen dos hechos que vale la pena señalar. Uno, el más obvio, es que tener los hijos en casa y ocuparse de que cumplan con los deberes escolares es una tarea que está perturbando fuertemente la organización familiar. Está claro que el tiempo que los niños y jóvenes pasan en la escuela es una pieza clave en la organización general de la sociedad, ya lo sabíamos, pero ahora experimentamos su ausencia.
El otro impacto, más imprevisto y preocupante, es que la escuela y la tarea docente ha pasado a ocupar un sitio en el pedestal de la patria y por tanto, hacer cualquier crítica es “mal visto” o es “mal recibido”, lo que genera un efecto tapaboca que no le hace bien a los intercambios públicos en democracia.
La segunda observación, que expongo con brevedad, es que el uso de los artefactos propios de la comunicación virtual, para mantener la actividad escolar, no significa que la educación haya hecho un cambio de paradigma en materia pedagógica a favor de un diálogo fructífero con la cultura contemporánea. A través de las tecnologías virtuales, la escuela ha vehiculizado el conocimiento cosificado por los libros y en muy escasas ocasiones ha avanzado en propiciar en los alumnos un ingreso al análisis reflexivo sobre el mundo que le está tocando vivir, y tampoco le ha abierto la puerta a la exploración inteligente del ultramundo virtual. Esta es una tarea que todavía debe hacerse en la educación y que nos compromete a todos, funcionarios, especialistas, docentes y padres a través de una demanda clara por una educación acorde con el siglo en que vivimos.
Otro elemento a señalar es el de la permanencia de la desigualdad, es cierto que con solo dar acceso a todos a la tecnología de comunicación, no superaremos este problema, pero sin ella estamos dejando fuera de la red de conexión social a un porcentaje importante de nuestros niños y jóvenes. En esta ocasión tan excepcional como es la de la pandemia, comprendimos que esta es una brecha que profundiza las distancias sociales en el sentido de poner riesgo el lazo social. Está claro lo absurdo de ciertas discusiones que ponen en cuestión el valor de las nuevas tecnologías para la educación.
Finalmente quisiera plantear que ya sabemos que los daños sobre la economía son muy graves y los especialistas nos adelantan un aumento en las tasas de pobreza, lo que seguramente se traducirá en una dinámica igual en las matrículas estatales, ya que habrá familias que pasen a sus hijos del circuito privado al público. De modo que el peso y la responsabilidad sobre el circuito público será mayor, no solo en materia económica, sino también en la “reinvención” de una educación de calidad para todos. Hablo de reinvención, porque sabemos que la escuela que hoy tenemos es injusta y anacrónica y las posibilidades de cualquier sociedad de progresar tiene en la educación una llave de la que no puede prescindir. En este aspecto el mayor temor es que profundicemos la tendencia a hacer de la escuela pública un espacio de contención y valoración de la pobreza que excluya a una proporción cada vez mayor de nuestros niños y jóvenes de la posibilidad de incorporarse, como ciudadanos y trabajadores, a una vida activa en la sociedad contemporánea.
Publicado en La Nación el 31 de mayo de 2020.
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