viernes 26 de julio de 2024
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Educación, antes que llegue mañana

Como ya se ha dicho hasta el hartazgo, las crisis pueden ser una oportunidad de cambio y por eso me animo a proponer un camino de salida que nos saque de las discusiones que atraviesan el diálogo del sector educativo de los últimos cuarenta años.

Lo primero que quisiera decir es que podríamos aprovechar esta coyuntura para diferenciar la discusión por los recursos económicos del diálogo pedagógico. Tal vez sea una oportunidad para poner en manos del ministro de Economía y los gremios los acuerdos por salarios y las transferencias monetarias y desalojar así, del campo de decisiones pedagógicas, la contemplación de beneficios que no corresponden.

Supongamos que esto pudiera ser así y los planes para mejorar y transformar la educación fueran liberados de la presión de los intereses corporativos: ¿qué programa de trabajo podríamos sugerir para la secretaria nacional del sector? Planteo sugerir porque de ninguna manera pretendo tener un as de espada en la manga. Pero sí quisiera compartir estas ideas.

En los meses anteriores a las elecciones nacionales se trabajó mucho sobre los problemas del sistema educativo y se generaron planes y proyectos para abordar sus múltiples problemáticas. Estos materiales supongo están a disposición si al Gobierno le interesa consultarlos, y sin duda atenderlos sería de gran ayuda para la tarea de gobernar un sector que está en bancarrota.

Hay una problemática que es básica, que es necesario atender antes que ninguna otra y es la creciente ineficacia de la escuela para alfabetizar en lengua, matemáticas y ciencias. Si no estamos mal informados, sobre eso se está avanzando, aunque atendiendo solo a la alfabetización de lectoescritura. No quiero abundar en esto, sino traer al ruedo un tema que nadie quiere discutir y que debe ser pensado como antesala de todas las otras intervenciones. Ese tema es pensar en qué mundo vivimos y qué escuela necesitan las nuevas generaciones para dialogar con la realidad contemporánea.

Las soluciones e intervenciones que se vienen pensando desde hace cuarenta años deben ser pasadas por ese filtro, para evitar que trabajemos para arreglar un modelo escolar que ya no sirve. Por ejemplo, ya sabemos que es necesario introducir cambios en las instituciones de formación de docentes para mejorar el perfil de estos agentes. ¿No tendríamos que saber antes cuál debería ser el perfil de un docente que debe enseñar en la era digitalizada?; ¿no deberíamos proponer una formación docente que adopte para sí paradigmas propios de esta época? ¿O seguiremos enseñando a enseñar como hace un siglo? ¿No será la secretaría de Educación la que debe ponerse a pensar estos temas? ¿No sería bueno avanzar en este sentido en vez de reponer los múltiples proyectos y proyectitos que el ministerio ha ido inventando en los últimos cuarenta años para alimentar una burocracia que simula hacer funcionar el sistema? ¿No podríamos parar la máquina de reproducir lo aparente?

Propongo transformar la secretaría en un faro que ilumine el futuro. Que lo haga considerando los numerosos avances que en ese sentido se han realizado en el mundo, y también recuperando lo que ya han hecho instituciones y localidades de nuestro país armando en conjunto nuevas ingenierías de concreción que nos saquen de la noche educativa.

Si analizamos la evolución de las plantas docentes de las escuelas, nos encontramos con una multiplicación de estos agentes con modestísimos salarios que, además, a medida que aumentan, disminuyen los rendimientos de los estudiantes. ¿No será momento de repensar esta relación de docentes y alumnos a la luz de los nuevos paradigmas pedagógicos? Estos últimos permiten plantear una relación diferente de la actual entre la organización del tiempo, el espacio, el rol de los docentes y la distribución de los alumnos en el aula, la cual a su vez se vería indefectiblemente reestructurada por esta redefinición. Tal vez podríamos comenzar a diseñar una escuela que nos posibilite tener docentes bien pagos y alumnos que aprendan, ¿por qué no? Claro que es difícil diseñar con criterio pedagógico lo que hasta ahora se ha hecho a través de la negociación entre las urgencias políticas y los aprietes corporativos, pero estamos en una situación extrema y solo una apuesta por el futuro nos puede salvar. A diferencia de lo que suele alegarse, el estar mal amplía nuestras posibilidades de cambiar… ¿qué perdemos?

Otro ejemplo: ¿tenemos que decidir entre repitencia sí o no? Hoy mantener este dilema es como si nos preguntáramos sobre los efectos de las ventosas para curar la neumonía. Repetir solo tiene sentido si creemos que la cabeza de un estudiante es un depósito de contenidos que deben ser conservados para exponerlos a otros. Como nos señala el filósofo francés Michel Serres, ahora que toda la información está en internet estamos obligados a ser inteligentes, de modo que habrá que generar una evaluación que nos permita saber si estamos haciendo más inteligentes a nuestros alumnos.

La negociación entre los intereses políticos de los gobernantes y los corporativos de los gremios han ido construyendo un sistema que reproduce el movimiento de un engranaje pensado con las referencias pedagógicas de la primera mitad del siglo pasado y que hoy gira en falso. Vale recordar que el contexto histórico que dio vida a ese modelo que fue el enciclopedismo estaba signado por la escasez de información. Lo que estoy proponiendo es que el Gobierno aborde el desafío de pensar el mundo en que vivimos y ayude a reinventar un sistema educativo acorde con nuestro tiempo, que por fin atienda a la exigencia de proveer a las nuevas generaciones de los instrumentos que ellos y la sociedad necesitan para construir un país acorde con nuestras aspiraciones. Pensar qué es ser inteligente hoy que disponemos de todo el acervo cultural a un clic creo que sería un modo inteligente de empezar a diseñar ese futuro.

Publicado en La Nación el 2 de marzo de 2024.

 

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