miércoles 15 de enero de 2025
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Edmundo González y el anhelo de libertad de miles de venezolanos en la Argentina

Una multitud alentó al presidente electo de Venezuela durante su estadía a Buenos Aires. No fue una visita más, sino una a un país que ha sido clave a la hora de denunciar los crímenes de la dictadura y que tiene mucho para ofrecer y aportar si finalmente cae el chavismo.

Se siente extraño ver que un presidente de Venezuela viaje por el extranjero y sea recibido con honores de jefe de Estado, que la bandera amarilla, azul y roja pose junto a otra. Más raro aun es que miles de personas se acerquen a vitorearlo y saludarlo. Ni hablar de que se pueda tocar la reja que separa un palacio de gobierno de la calle por donde camina la gente común. Nimiedades, quizá, en un país democrático, rarezas suicidas en donde hay una dictadura. Son apenas algunos de los tantos pensamientos que tuve cuando vi a Edmundo González asomarse desde el balcón de Casa Rosada para saludar a una multitud que lo esperó durante un par de horas, en las que no hubo incidentes ni forcejeos ni nadie se peleó por estar lo más cerca posible o tener el mejor ángulo para guardar una fotografía o un video para su hemeroteca personal.

En Caracas es imposible sacar un celular cerca del Palacio de Miraflores, que está permanentemente rodeado por militares, tanques, sacos de arena, alambres de púas, agentes de inteligencia uniformados y de civil que sospechan de cualquier movimiento, especialmente en estos días, en los que el Centro está copado de toda clase de policía-militar-esbirro.

 

A la espera de que Edmundo saliera a saludar escuché varias veces consignas como “va a caer, va a caer, la dictadura va a caer” o “somos Venezuela, queremos libertad”, que tantas veces formaron parte de la banda sonora de mi juventud cuando participaba de alguna marcha o protesta, en tiempos en los que no tenía ni la más remota idea de que alguna vez viviría en la Argentina. No creo que yo fuera el único, seguramente a muchos de los que estaban en Plaza de Mayo les haya ocurrido lo mismo. Porque nadie anhela convertirse en exiliado o en inmigrante por motivos forzosos, que no viene a ser lo mismo que quien se muda por estudiar en el exterior, invertir o tener mucha sed de aventura o atracción hacia lo desconocido.

 

Comoquiera que sea, conmueve escuchar a tanta gente de estados-provincias y ciudades distintas, entre los que hay padres con hijos, algún abuelo con su nieto, grupos de amigos, que comparten un mismo deseo de que Venezuela cambie, que haya libertad, que regrese la democracia, todas esas experiencias desconocidas para algunos u olvidadas para otros según su edad, de los que viven allá. En mi caso particular —esto alguna vez lo comenté en otra columna en Nuevos Papeles—, no conocí la democracia hasta que llegué a la Argentina, donde por primera vez pude caminar sin miedo, escribir sin temor a la censura, votar, presenciar un traspaso de mando entre presidentes de partidos y coaliciones diferentes, o denunciar crímenes de la dictadura chavista sin el peso de una justicia injusta.

¿Es normal que una persona que vive en Chile y estaba de vacaciones en Uruguay decidiera sobre la marcha cambiar su itinerario para venir a saludar a un presidente electo? Para Nereo Villasmil, un ingeniero y docente universitario se fue de Maracaibo hace ocho años es, cuando menos, algo que merece la pena. “Es la única manera activa que tenemos los que estamos afuera de hacernos sentir y demostrar que el deseo de cambio, justicia y libertad que queremos los venezolanos”, comentaba. Decidió irse cuando entre su trabajo como profesor y su empleo en una empresa eléctrica estatal no alcanzaba a juntar más de 20 dólares. Esas ganas de alzar la voz, de participar, hacer algo, no son solo suyas. Edami, una chica de 20 años que hace siete vino con su familia a Buenos Aires, pensaba casi igual: “Vinimos por un mejor futuro, educación, seguridad. Pero estamos en la búsqueda de la libertad y paz para nuestro país y nuestros abuelos, que están allá, y queremos reencontrarnos”.

Nereo y Edami provienen de estados-provincias diferentes, tienen una brecha de casi 40 años en cuanto a su edad, son de generaciones diferentes y no viven en el mismo país, pero cuando les preguntas qué quieren para Venezuela coinciden en una misma palabra: libertad.

Para lograr esa libertad y la caída de la dictadura chavista es clave, por supuesto y en eso coincido con Nereo, que cada venezolano dentro y fuera del país haga lo que esté a su alcance: protestar, denunciar, dar testimonio, compartir información en redes sociales, organizarse para ayudar a algún grupo o comunidad. Pero también es fundamental el apoyo de los países democráticos y en eso, desde hace bastante tiempo, la Argentina es protagonista.

Si les preguntan a los venezolanos que huyeron de su tierra qué país los recibió mejor o en cuál son más felices, me animo a subrayar fuerte a la Argentina. Sí, desde siempre ha sido hogar para gentes de todas partes del mundo, y no por nada muchos lo hicimos nuestra casa.

La Argentina nunca le puso peros a los venezolanos cuando llegaron masivamente desde 2015 en adelante. Ni para radicase, ni para trabajar, estudiar, emprender o atenderse en un hospital. La Argentina, además, fue el país que en 2018 lideró las gestiones para que junto a Chile, Colombia, Paraguay, Perú y Canadá la dictadura fuera denunciada por crímenes de lesa humanidad ante la Corte Penal Internacional, un acontecimiento sin precedentes. La Argentina ahora, en este momento, no solo recibió a Edmundo González como presidente electo, sino que también acusa sin titubeos a Maduro de ser un dictador asesino, como corresponde en estas horas clave y ha hecho también, de manera impecable, el gobierno del Uruguay, y como deberían coincidir los países democráticos sin importar que sean de izquierda o derecha, liberales o conservadores, siempre y cuando sean republicanos y tengan a la democracia y los derechos humanos como bandera.

La Argentina, sobre todo, no deja de ser un ejemplo por la Conadep, el Juicio a las Juntas y la consolidación de la democracia en 1983. No lo pude tener cara a cara a Edmundo esta tarde en Plaza de Mayo, pero mi única pregunta para él hubiera sido si replicaría lo que hizo Raúl Alfonsín si logra juramentarse y tomar el poder.

Doy por sentado que si hay un nuevo gobierno en funciones la semana que viene en Caracas, el gendarme Nahuel Gallo podrá volver a casa, la embajada argentina podrá ser reabierta y que las relaciones diplomáticas y comerciales serán de las primeras en restablecerse, pero considero tan o más importante el aporte que se pueda hacer para la reconstrucción de cultura democrática, cívica y de memoria, que de eso hay, qué buena suerte, muchos argentinos por demás capacitados.

Es imposible, al momento en que escribo esto y en que vos lo leés, que yo o cualquiera te diga qué va a ocurrir en Venezuela, si Edmundo podrá entrar al país y juramentarse, o cuándo y cómo será ese abrazo en democracia y libertad que celebraremos durante días y recordaremos por el resto de nuestras vidas. Lo que sí te puedo decir es que miles, millones, entre ellos todos los que fueron a recibir a Edmundo, están expectantes ante lo que pueden ser las horas previas a acontecimientos históricos de los que todos queremos, como podamos y desde donde estemos, ser partícipes.

 

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