La salida de Edmundo González Urrutia hacia el exilio en España trae consigo la primera impresión de ser un verdadero golpazo —coñazo, en la jerga venezolana— para quienes anhelan, dentro y fuera de Venezuela, la caída de la dictadura chavista de Nicolás Maduro y su cúpula.
El chavismo busca, desde el momento mismo en que se robó las elecciones, que la gente se desmoralice, se desmovilice y que con el mero paso del tiempo tiren la toalla y acepten con sumisión que esta crisis humanitaria es lo único que hay, sin ninguna otra alternativa. Para imponer eso, la dictadura, que bien se sabe y se asume a sí misma sin ninguna legitimidad de origen ni sustento legal, no tiene ningún pudor en intensificar al máximo la represión. Por eso no se ruborizan pese a los más de 2.000 presos políticos —muchos de ellos enviados a cárceles comunes de altísima peligrosidad—, ni a asediar la embajada argentina en Caracas para tratar de detener a los seis asilados que siguen allí, ni se sonrojan por no mostrar las actas más de un mes después de los comicios. Todo sea con tal de preservar el poder, aunque haya que perseguir, encarcelar, torturar, exiliar, asesinar o desaparecer a cualquier persona.
La llegada de González Urrutia a Madrid ofrece varias lecturas. Podrá preservar su vida y su libertad, lo cual no es poco, pues a sus 75 años solo podía esperarse lo peor sobre cómo hubiera soportado torturas en El Helicoide o las condiciones infrahumanas de un penal como Tocorón. La clandestinidad es riesgosa y desgastante, incluso para quien está dispuesto a arriesgarse con ella. Y mantenerse operativo desde una embajada tampoco parecía del todo seguro, como sucede con los asilados en la residencia del embajador argentino, custodiada por Brasil y amenazada de ser desalojada ilegalmente en cualquier momento.
¿Jurará el cargo y formará un gobierno desde el exilio? Difícil adelantarse, cuando en tan poco tiempo ocurren tantas cosas y giros en Venezuela. Además, antes, tendría que buscar la forma de mantener conexión con la gente que quedó en apariencia desamparada en Venezuela, con una fuerte sensación de orfandad.
María Corina Machado, líder en los hechos de la oposición, corre peligro. No parece dispuesta, por el momento, a exiliarse. Pero se la ve acorralada, cada vez con menos alfiles. En lo discursivo mantiene su eslogan de “hasta el final”, sin que se sepa cómo o cuándo se materializará eso.
Para la comunidad internacional la crisis de Venezuela no es ajena. Si Maduro y su dictadura no caen sentarán un precedente temible para la región: cualquier populista o dictador podría robarse unas elecciones, si a fin de cuentas eso no tendría consecuencias. La soberanía popular dejaría de residir en el pueblo y se mudaría a una habitación inhóspita donde un grupo del poder decide, de espaldas a todos, quién se sienta en la silla presidencial. Los derechos humanos y las libertades serían también algo prescindible.
En marcha está una nueva oleada migratoria masiva. Miles, millones de personas, en condición de desplazados, asilados o en el mejor de los casos inmigrados, saldrían de Venezuela hacia donde puedan con lo que tengan, en búsqueda de un futuro mejor. En Colombia hay ya casi tres millones de venezolanos —una Ciudad de Buenos Aires o todo un Uruguay— y en Brasil alrededor de 500.000. Muchos buscarían seguramente llegar a Estados Unidos o Canadá aun cuando tuvieran que arriesgarse a cruzar la selva del Darién y después seguir por Centroamérica o México. Otros mirarían hacia el Sur, con Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay entre los pocos países que no les exigen visa y les dan facilidades para radicarse legalmente.
La Argentina, en ese sentido, firmó una resolución que por 90 días les permitirá ingresar al país con cédula de identidad o pasaporte aunque esté vencido, y les dará facilidades para obtener su DNI. En estas horas es un caso casi único en el mundo, cuando ya hay 8 millones de venezolanos fuera de su país, 25% de la población total. Fiel a su historia, el suelo argentino apuesta por abrir sus brazos a quienes deseen habitar su suelo, y a las autoridades nacionales les servirá para saber quiénes son y dónde están esas personas que se acojan a la medida.
Del otro lado de Sudamérica Ecuador, Perú y Chile optaron por cerrarles las puertas, blindar sus fronteras, requerir visas y apostar porque se decidan a apostar por otros destinos.
En España, mientras tanto, González Urrutia caminará por las calles de Madrid, donde inevitablemente se encontrará con miles de sus compatriotas. También con otros dirigentes políticos que en el pasado reciente tuvieron peso en la oposición, como los ex presos políticos Leopoldo López y Antonio Ledezma, de distintos partidos políticos e ideales a los de Corina Machado y presumiblemente el propio González Urrutia, quien se reencontrará con una de sus hijas.
Las negociaciones que intentaron Brasil, México y Colombia con Maduro, hasta ahora, no arrojaron resultados positivos visibles.
España, por su parte, será protagonista del desenlace, al mantener su embajada en Caracas abierta a más posibles asilados, mantener algún canal abierto para dialogar-negociar con el chavismo y ser sede de un posible gobierno en el exilio.
Pero la presión, interna y externa, no fueron suficientes para que Maduro negocie su salida o se convierta en asilado de algún tercer país, como le ofrecieron Panamá y República Dominicana. Tampoco se vio una fractura fuerte en las Fuerzas Armadas. Ni cesó la persecución contra la disidencia. ¿Hasta cuándo se podrán seguir pidiendo las actas? ¿Cuándo se considerará que los comunicados, pronunciamientos, cumbres y demás actividades diplomáticas harán crujir a la dictadura? Son preguntas sin respuesta, como tampoco se sabe —si yo mismo lo supiera ya estaría en Venezuela para compartirlo— cómo se puede salir de esta encerrona.
El 28 de julio en Venezuela quedó demostrado, de manera pacífica, democrática y cívica que la gente quiere recuperar la democracia, la libertad, el país y reunirse de nuevo con sus familias en sus hogares. Hubo una rebelión masiva contra la dictadura chavista, a la que ninguna democracia seria en el mundo reconoce más como gobierno legítimo. Ese pueblo y ese deseo de cambio no pueden caer en saco roto. Mucho más caro será el precio de que Maduro usurpe el puesto a que caigan. Por eso, en estas horas complicadas, por duro que parezca, el mundo no debería abandonar la causa democrática venezolana.