jueves 28 de marzo de 2024
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Doscientos Tandiles

Cuando Sarmiento enunció su celebre discurso de Chivilcoy le propuso al país un modelo. Fue explicito sobre el valor de la educación, el rol de la organización cívica, la división de la tierra, la, la centralidad del espacio público y la importancia de las infraestructuras. Una transformación nunca vista.

Tan importante como Chivilcoy, era lo que simbolizaba. El atrevimiento de enfrentar la inmensidad de la pampa y construir una nueva civilización argentina, más productiva, más educada, más equitativa, más innovadora.

Los modelos sirven para inspirar. Argentina envuelta en una crisis infinita y necesita creer en sí misma. Mientras el kirchnerismo se enreda en su propio relato y pretende arrastrar al sistema institucional, en el país pasan cosan sorprendentes. Tandil es una de ellas.

Cuando me repito en el latiguillo de que debemos hacer “200 tandiles”, no lo hago para que copiemos sin más a Tandil, sino para que aprendamos de Tandil, y para atrevernos a generar modelos de gestión pública austeros, eficientes y calificados, a trabajar por la integración virtuosa de la Universidad con el tejido económico, a construir convivencia de actividades productivas potencialmente enfrentadas, a planificar de manera flexible, a promover la cohesión social desde la integración basada en el trabajo, etc.

En Argentina nos repetimos en la enunciación de necesidades grandilocuentes. Nadie se pregunta que pasaría si gobiernos locales como los de Tandil, Saladillo, Trenque Lauquen, Venado Tuerto, Avellaneda (Santa Fé) o Saenz Peña, solo para poner algunos, contarán con mayores atribuciones, responsabilidades, presupuesto y margen de acción en materia socioeconómica.

La construcción de 200 tandiles, que es el otro nombre de la re-concepción del federalismo argentino, es una necesidad ineludible y una posibilidad concreta, frente a un modelo fiscal, territorial y social fallido.

Argentina es un país paradojal que promueve actividades inviables y castiga las economías que generan genuinamente riqueza.

Este momento oscuro terminará, y cuando ocurra, no bastará con administrar mejor el modelo agotado. Debemos llevar adelante cambios profundos, romper ciertas lógicas.

Debemos desterrar preconceptos: la idea de gobierno local como “gobierno pequeño”, la estandarización en clave nacional de todas las políticas con impacto socio productivo, la homogeneidad de las respuestas sociales y tantas otras rémoras que en algún tiempo tuvieron sentido, pero que hoy ahogan al país productivo, diverso y vibrante que deberíamos promover, y que es parte de las reformas que nos debemos dar.

¿Tiene sentido discutir paritarias nacionales con los diferenciales de productividad que tiene Argentina? ¿No está allí una de las fuentes de informalidad?. ¿Es razonable que los programas sociales no reconozcan las diferencias entre una localidad pequeña y un área metropolitana?

La Argentina que no se anima a discutir fuera de la zona de comodidad es el país en retroceso angustiante que vive de crisis en crisis.

Solo las reformas pensadas, alineadas con la época, con una visión clara y que alienten la vocación de transformación, innovación y creatividad pueden revertir este largo proceso de “falsas soluciones repetidas”, que hartan.

Digo 200, pero pueden ser más. Quiero transformar al país en una red de ciudades/territorios de alta calidad de vida, bien conectadas, integradas a la globalidad, con una gestión sostenible e inteligente de sus activos naturales, que haya abandonado la cultura de la cancelación económica (como hemos padecido con la industria pastera, por ej), y que se propongan formar personas, construir empresas y generar conocimiento para justamente apalancar con nuestros activos, calidad de vida, prosperidad e integración social.

La base de la transformación es la visión. No se trata de promocionar territorios “a la antigua”, debemos separarnos de esas experiencias que estuvieron más cerca del fraude que del desarrollo. Se trata, como insiste Luis Rappoport, de construir una gobernabilidad multinivel, con compromisos compartidos, entre los 3 niveles de un estado más técnico, más transparente y más austero. Más poder local, más poder cívico y más compromiso con la generación de valor.

Hoy la realidad nos da una nueva oportunidad: la bioeconomía y el teletrabajo pueden ayudarnos a transformar Argentina; pero no lo harán si en vez de poder ver el futuro, las nieblas del presente nos ahogan en debates estériles.

El sueño argentino del siglo 21 debe ser cumplir con el mandato de nuestros padres fundadores, que concibieron el federalismo no como una pieza de cotillón sino para que cada argentino/a nazca donde nazca pueda gozar de las condiciones de ciudadanía que merece. El país debe volver a ser el horizonte de los emprendedores y el refugio de los desvalidos bien intencionados, está en nuestro adn, es nuestro orgullo y ahora también nuestro desafío.

Publicado en Clarín el 22 de julio de 2022.

Link https://www.clarin.com/opinion/doscientos-tandiles_0_hQK5PFPzNt.html

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