lunes 4 de noviembre de 2024
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Dos signos del ocaso final de Cristina Kirchner: papelón con YPF e irrelevancia electoral

Puede que suene un poco extraño, pero lo sucedido estos días con el juicio por la expropiación de YPF tal vez haya sido una bendición para Cristina Kirchner. Con el mismo se recrea una escena ya muy gastada pero que puede reactivar una de las imágenes más caras (en todo sentido) de la iconografía kirchnerista: ella luchando por la soberanía popular y sus enemigos cobrándoselo con fallos judiciales y sanciones económicas en las que se grafica, siempre según el relato paranoide nac&pop, el odio del Imperio contra quienes se le rebelan.

Así que no fue casual que tanto ella como Axel Kicillof, el directo responsable de que nuestro país haya tirado a la basura otros 16.000 millones de dólares, simplemente por ignorar las más elementales reglas del funcionamiento económico y la ley de inversiones, hayan estado estos últimos días como “rejuvenecidos”. 

Vienen de una paliza histórica en las urnas que los dejó casi sin habla, de disimular por meses y meses que la única tabla de salvación que tienen a mano es un ajuste interminable administrado por su candidato presidencial, el más oportunista de los oportunistas, que tampoco les garantiza llegar al balotaje y evitar otro papelón, y en medio de tanta zozobra se les abre la oportunidad de recrear una típica batalla épica entre la nación y sus enemigos: no deja de ser una buena noticia, por más que la batalla, en los tribunales al menos, la tengan de movida perdida.

Esta suerte de rejuvenecimiento, de reactivación adolescente de Cristina y Kicillof, ¿les alcanzará para darle impulso renovado a su campaña electoral? Difícil. Porque el clima general era ya desde antes demasiado desalentador, y la inyección de adrenalina difícilmente dure más que un corto lapso ni convenza más que a los que ya estaban convencidos. 

Pero si lograran que el centro político se siga hundiendo, y quedaran como opción solo ellos y Milei, no todo para kirchnerismo estará perdido. Veamos.

El objetivo es difícil, porque el kirchnerismo está ya en un estado de descomposición tal que ni siquiera todos los tribunales de Nueva York, todas las resoluciones críticas del FMI ni todas las batallas discursivas que puedan imaginarse con los grandes empresarios lo van a sacar de su sopor, un estado de letargo que va extendiéndose de la cabeza a los pies en su cadena de mando y parece haberlo convertido en una suerte de zombi de la política argentina. 

Días atrás el propio Axel Kicillof tuvo que recordarlo: “Cristina Kirchner conduce al peronismo, aunque a algunos no les guste”. Y no cabe duda de que la señora lo ha hecho y lo sigue haciendo: los resultados están a la vista. Y tampoco cabe duda, mal que le pese a Kicillof, de que la forma en que lo ha conducido debe gustarle más que a nadie a sus más feroces enemigos: pocos de ellos podían esperar que la todavía vicepresidente les regalara en los últimos años tantas y tan jugosas oportunidades para arrastrar al movimiento por el fango, y hacerle morder el polvo de la derrota.

Además, ¿tiene ella acaso algo más que ofrecerle a su partido, a su sector siquiera, ahora que atraviesa tal vez el peor momento de su historia? 

Otra noticia curiosa de estos días indicaría que no mucho. Cristina se reunió con Massa durante largas horas días atrás, y lo que se sabe es que llegaron a la conclusión de que lo mejor sería que ella no participe de la campaña: el ministro-candidato necesita seducir votos moderados, convocar a los que no fueron a votar, reenganchar a al menos algunos de los que se fueron con Milei, o los que votaron a Schiaretti. Para nada de eso Cristina aporta lo más mínimo.

En política no importa solo cómo se ejerce el poder, sino también cómo se deja de hacerlo, cómo se sale de escena, digamos. Y a juzgar por lo que está sucediendo en estos momentos podría decirse que Cristina Kirchner va a batir un nuevo récord: es la líder del peronismo que más silenciosamente está extinguiéndose, que menos tiene para decir o hacer justo cuando su movimiento hipotéticamente más la necesitaría, y que más huérfanos va a dejar en el camino. Porque Perón murió en el peor momento, y como se recordará, quiso que su heredero fuera “el pueblo”, pero nos entregó de pies y manos a Isabel, López Rega, las Tres A y el Rodrigazo, con el enorme saldo de muerte y destrucción que eso supuso. Su salida de escena difícilmente podría haber sido más trágica. En cambio, Cristina ni siquiera lleva en su ocaso la marca de la tragedia: lo suyo es la nada misma, la tristeza y la falta de ideas más absoluta.

Ocupada casi en exclusivo de manipular la composición de tribunales de Justicia donde se ventilan sus chanchullos, no ha aportado absolutamente nada a la campaña electoral en que su fuerza política obtuvo los peores resultados de la historia: nunca el peronismo unido sacó 27% de los votos, 10 menos que en la peor de las elecciones de tiempos de Menem, cuando Duhalde cayó derrotado frente a la Alianza. Pero eso no motivó de su parte siquiera unas palabras de consuelo, de ánimo, de lo que fuera. 

Tampoco la vicepresidente en ejercicio ha abandonado su informal período de licencia con goce de sueldo por el agravamiento sin freno de la crisis económica y social que está sacudiendo al país entero y tiene para administrarla un gobierno en que casi ningún funcionario parece darse por enterado, o siquiera tener el decoro de levantarse por las mañanas para hacer su trabajo. La cuarta gestión kirchnerista termina con más de 40% de pobres, una inflación que corre al 200% anual, la actividad en plena caída (se pronostica una recesión de 3,5% para este año), y sin embargo el tema está por completo ausente de la agenda diaria de quien gustaba hasta hace poco ser considerada la madre protectora de los humildes, la guardiana de los logros del proyecto nacional y popular, la gran movilizadora de las iniciativas reactivadoras y distributivas. Nada quedó de todo eso, nada más triste, solitario y final.

Dale tiempo y cualquier héroe puede perder su brillo, es cierto. El problema con Cristina es que no solo ha dejado de brillar. Simplemente no tiene nada que decir ni que hacer, y se le nota demasiado. Consumidas hasta la inanición durante el último año, en un hiperactivismo de discursos de autobombo, stand ups victimistas y gestos grandilocuentes, sus energías y sus ideas parecen haberse secado del todo. 

¿Qué nos dice esto, a su vez, del proyecto que la tuvo por musa inspiradora? ¿Y cómo están reaccionando a su deserción sus otrora entusiastas seguidores?

Sobre esto último ya hay indicios muy elocuentes. Todos seguramente nos hemos cruzado en las últimas semanas con amigos o conocidos kirchneristas y es probable que nos haya sorprendido lo mismo: la frescura con que hablan del Gobierno y sus resultados, y no solo de Alberto Fernández o de algún otro funcionario en particular, sino del gobierno en general, como si fuera un desastre insalvable con el que no tienen ni han tenido absolutamente nada que ver, y al que denostarlo por su inutilidad no les cuesta ni un grano de compromiso ideológico, identidad militante o afinidad moral.

Es que si Cristina se borró, ¿por qué no iban a hacerlo ellos también? El desastre es de pronto reconocido sin resistencias ni justificaciones, ya no se toman siquiera el trabajo de atribuirlo a Macri, al FMI, ni a ningún otro cuco habitual del panteón de malignos al que siempre y para cuestiones mucho menores recurrió la fraseología kirchnerista. Pero de él nadie piensa hacerse cargo. Que se arreglen con eso “ellos”, “los que hicieron el desastre”. ¿Quiénes? No se sabe muy bien, otros, “cualquiera menos yo”. 

Uno podría concluir de esta actitud que el famoso “compromiso militante” era una farsa, que simplemente siempre han sido unos oportunistas y a nadie, o a muy pocos, les importó realmente el “proyecto”, simplemente se mantuvieron a su sombra por los beneficios personales que percibían. Pero tal vez eso no sea todo, puede que haya también una dosis no menor de ideología en esta forma tan pasmosa de lavarse las manos en el peor momento: sería como decir “si en la práctica lo que se pensaba fracasó, habrá sido por errores humanos, no porque nuestras ideas hayan estado equivocadas, así que nuestra forma de pensar se mantiene a salvo, y podremos intentarlo de nuevo”.

Borrarse y no hacerse cargo de nada no es, desde este punto de vista, un desestimiento, sino al contrario, es la forma de salvar no solo la inocencia personal y la buena conciencia, algo que al kirchnerista medio le interesa salvar más que cualquier otra cosa en el mundo, sino la inocencia ideológica. Con lo que se cierra el círculo, y se prepara el terreno para volver a las andadas. 

¿Tendrían algo que reprocharle la militancia y los simpatizantes kirchneristas a Cristina, entonces, por hacerse la distraida y fingir demencia? En lo más mínimo: “está desensillando hasta que aclare; esperemos, igual que ella, que pase la tormenta, porque ya vamos a encontrar la forma de volver a las andadas”.

Por otro lado, otro dato notable de la actitud del kirchnerismo es la fe ciega que ahora deposita en aquellos que antes despreciaban, los pejotistas: rezan para que el peronismo unido, el del territorio, los sindicatos y los cargos, sea capaz de movilizarse en defensa de sus históricas posiciones de poder para salvarles la ropa en las elecciones, y que las generales no salgan mucho peor que las PASO. Y, por sobre todas las cosas, para que Kicillof sea reelecto, que es lo único que realmente les importa de todo lo que está en juego. 

Y puede que lo logren, o al menos no hay que descartarlo. El peronismo conserva ese espíritu de supervivencia títico de las viejas corporaciones, y sin duda lo hará pesar en la campaña. Cuenta a su favor además con una buena porción de la sociedad que va a votar con miedo, a que las cosas cambien y eso signifique que empeoren aún más. Así que quién te dice, tal vez un kirchnerismo catatónico y una Cristina ausente terminen siendo rescatados a último minuto por el instinto de supervivencia del viejo aparato de provincias, la red de intendentes y gobernadores que aquellos siempre despreciaron.

Conclusión: ojo con sobreestimar el golpe que todo este enorme desastre en que se ha convertido nuestra vida en común de la mano del Frente de Todos – Unión por la Patria va a significar para el ethos y la voluntad política de Cristina y sus seguidores. Porque ellos no se van a dar por enterados. Y si acaso lograran sobrevivir en la provincia de Buenos Aires, y hacer que triunfe Milei en las presidenciales para que el centro político se evapore y la escena política nacional se polarice de un modo mucho más radical de lo que lo hizo en tiempos de la grieta con Juntos por el Cambio, no hay que descartar que mucho antes de lo esperado vuelvan a levantar su dedo acusador para decirnos: “¡¡miren lo que están haciendo con el maravilloso país que les dejamos!!” Con Cristina en primera fila de nuevo, claro.

Publicado en www.tn.com.ar el 11 de septiembre de 2023.

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