martes 1 de abril de 2025
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Dos asesinos de diez años

(A Kim Gómez, siete años…)

I. El Centro Comercial de New Strand está a unos diez kilómetros de Liverpool, la ciudad proletaria, la ciudad industrial, la ciudad de los Beatles y la ciudad que será protagonista de uno de los episodios criminales más horrorosos. Denise Bulger no tiene treinta años y es madre, madre de un niño de dos años que se llama James, un niño de cabellos rubios y ojos azules que los han ponderado como bellos, pero esos ojos serán la causa de una pesadilla que aún Denise o James no conocen porque recién están ingresando al centro comercial. Es viernes, claro, viernes a la tarde del 12 de febrero de 1993. Hace frío, pero el cielo está despejado. En Liverpool se dice que los viernes las madres salen con sus niños de compras, mientras sus maridos se reúnen con amigos en el pub a tomar cerveza y cantar viejas canciones. Denise recorre los locales del shopping acompañada de James que ahora descansa en el cochecito; Denise entra en un local de ventas de carne y como James se queja lo baja del cochecito un instante, apenas un instante. Entra al local y James se queda en la puerta. Tiene dos años, apenas camina, pero sabe sonreír, sobre todo cuando otras señoras lo besan o lo acarician. Dos minutos demora Denise en comprar carne, apenas dos minutos. Guarda la carne en el bolso y mira a la puerta del local: está el cochecito pero no está James, el niño ha desaparecido y Denise se horroriza, a cualquier madre le sucede lo mismo si su hijo desaparece. Se horroriza pero espera encontrar a James; puede estar jugando con otros niños, puede estar escondido, puede…pero pasan los minutos y James no aparece.

II. El detective Albert Kirby interviene y su primera orden es que le acerquen las cintas de las cámaras de seguridad. Allí la escena se reproduce con fidelidad. James camina con dos niños, dos niños de nueve o diez años. Todos respiran aliviados, Ralph Bulger, el padre que ha llegado en el acto a acompañar a su mujer, dice: “Está jugando con dos chicos…”, pero Denise no está tan tranquila. Es madre y como toda madre en algún lugar del cuerpo algo le dice que James corre peligro, no sabe de qué ni por qué, pero sabe que el niño, su niño, no está seguro. Son las cuatro de la tarde. Apenas han transcurrido quince minutos del momento en que James se fue con dos niños…dos niños…conviene insistir en ese detalle. El viernes transcurre sin señales de James. El sábado, James continúa desaparecido y sus padres ahora temen lo peor. Y lo peor ocurre. El domingo a primera hora de la mañana, el cadáver de James, su cuerpito de dos años, está en las vías que corren por uno de los suburbios de Liverpool. Está muerto, claro. Muerto y seccionado por la mitad porque el tren pasó por encima de ese bultito abandonado en las vías. James está muerto, pero no fue el tren el que lo mató, porque los forenses reconocen en el acto que el bebé fue asesinado antes, asesinado a golpes, a patadas y rematado con una barra de hierro de diez kilos. Lo peor ha ocurrido. James muerto y la única pista que hay es que a las 15,43 del viernes 12 de febrero de 1993 se lo ve caminar con dos niños de diez años, dos niños que después sabremos que se llaman Jon Venables y Robert Thompson.

III. Jon y Robert tienen diez años. Ese viernes 12 de febrero se han hecho la rata en la escuela y salen a hacer lo que les gusta: robar y agredir. Roban chucherías y agreden niños. Cerca del mediodía han visto a una madre con dos niñitos. La siguen y a la menor distracción se llevan a la nena con el objetivo, después van a admitir, de tirarla debajo de algunos de los autos que circulan por la calle. Así de cándidos y encantadores son estos chicos. La madre advierte que su hija está con Jon y Robert y empieza a gritar. Esos gritos no están previstos en el libreto, motivo por el cual los dulces infantes abandonan a la nena y huyen. Sus pasos ahora los llevan hacia el centro comercial de New Strand. Los viernes a la siesta las madres salen de compras con sus niños y alguna puede descuidarse. Denise se descuida dos minutos; la tragedia para desatarse no necesita más tiempo. El detective Kirby después sabrá, estas cosas siempre se saben después, que Jon y Robert salieron con James tomados de la mano y caminaron cuatro kilómetros, cuatro kilómetros que para James fueron un infierno. Pronto empezaron los golpes; los golpes y las patadas. A algunos transeúntes les sorprende el espectáculo: dos niños de diez años golpeando a un nene de dos. Algún comedido interviene, pero Robert dice que el nene golpeado es su hermanito, que están jugando. Y los muy cándidos le creen; como no creerle a un chico de diez años. Cuando el crimen gane la calle, treinta y ocho testigos dirán que vieron a Robert, Jon y James caminar por las calles. A todos la escena les resultó curiosa, pero ninguna hizo nada. Después los chicos llegaron a la zona del ferrocarril donde James es asesinado.

IV. Mientras tanto, la maestra de Robert y Jon los reconoce por las cámaras. Son ellos, exclama, los dos han sido expulsados de otros colegios, los dos son violentos. A Jon y Robert los detienen enseguida. Asombra la edad de los asesinos, pero no hay asombro a la hora de reclamar castigo: carcel, cadena perpetua, pena de muerte. No hay atenuantes. Los niños de diez años son juzgados por jueces adultos que dictaminan cárcel para los asesinos hasta la mayoría de edad. La condena, importa advertir, la emite el Tribunal Juvenil de South Sefton. Nadie está conforme. Mucho menos los padres de James. Los criminales estarán presos hasta los dieciocho años y luego recuperarán la libertad y el estado se encargará de ocultar su identidad. Más protestas. Asesinos protegidos por el estado que gasta más de cuatro millones de euros con estas criaturitas de Dios. “No los perdono”, exclama Denise: “Perdonarlos sería traicionar a James; no pido pena de muerte, pero sí que no salgan más”.

V. Hay otra tribuna que se hace escuchar. La tribuna garantista, la tribuna que afirma que dos niños de diez años no actúan con la mentalidad de un adulto; dos niños no pueden premeditar un crimen. El crimen gana las calles y todos se sienten autorizados a opinar. La Corte Internacional de la Unión Europea dictamina que Robert y Jon no tuvieron un juicio justo, El primer ministro conservador, John Major, contraataca diciendo “Comprender un poco menos y castigar un poco más”. Los conservadores son conservadores y en estos temas no aflojan. Lo cierto es que desde hacía por lo menos trescientos años que la justicia inglesa no había afrontado la terrible realidad de juzgar y condenar a dos niños de diez años. Claro, diez años, pero asesinan con la impiedad de los asesinos más adultos. Asesinan y premeditan. Todo lo que hicieron durante esa jornada de febrero de 1993 fue premeditado, tan premeditado que hasta se tomaron el trabajo de colocarle al pobre James, mientras caminaban por la calle, una capucha para disimular los golpes en el rostro, los golpes en esos ojos azules que eran idénticos a los del hermano menor de Jon, ese hermano que Jon detestaba.

VI. El fallo judicial es claro: cárcel para los niños hasta la mayoría de edad. Cárcel y después anonimato. Ralph y Denise, los padres de James, ponen el grito en el cielo. Sobre todo cuando después de recuperar la libertad Robert declara que ahora es una persona más buena. “El mensaje es de terror, exclama Ralph, matas a un bebé y tendrás el privilegio de una vida mejor”. De terror efectivamente. Pero, ¿qué hacer? No hay respuestas absolutas, Lo seguro es que James fue martirizado por dos niños de diez años; lo seguro es que fueron condenados, pero después protegidos, tan protegidos que cuando al periodista John Waxted o a la actriz Tina Malone, se les ocurre subir a las redes los rostros de Jon Venables y Robert Thompson, son detenidos, juzgados y salen esposados de los tribunales a cumpllr un año de cárcel. ¿Es justo el anonimato para los asesinos? ¿Es justo condenarlos de por vida? La tribuna está dividida como en un clásico Boca-River. De todos modos, admitan conmigo que es muy difícil olvidar, perdonar o proteger a asesinos cuya única diferencia con los asesinos habituales es la diferencia de edad, porque en lo demás, el instinto de muerte, la premeditación, la crueldad sin culpas, es la misma. ¿O acaso al bebito asesinado le importa que sus verdugos hayan tenido diez años o cincuenta? Ante semejante horror no hay respuestas exclusivas. Como se dijera acerca de la responsabilidad de genocidas: son asesinatos que no pueden ser perdonados, pero al mismo tiempo ninguna condena alcanza a disminuir el horror.

Publicado en El Litoral el 1 de marzo de 2025.

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