Como entonces, la “nueva derecha” pasta entre las ruinas de la “nueva izquierda”, la “nueva izquierda” se alimenta del auge de la “nueva derecha”, tan enemigas y tan parecidas, mismo enemigo global pero distinto objetivo local. El macartismo anticomunista se alimenta de la paranoia antifascista y la obsesión antifascista de la fobia anticomunista. Los que celebraban los dislates autoritarios de Hugo Chávez o de la cultura woke se erigen ahora, a punta de ley, en censores de los abusos de Milei y Trump. Los que ensalzan el dogmatismo de los fines y la brutalidad de los modos de Trump y Milei denunciaban los modos brutales y los fines dogmáticos de los Kirchner o la cancel culture. Nada como la paja en el ojo ajeno nos absuelve de la viga en el nuestro. Unos alardean de la “política de las identidades”, otros de las “identidades políticas”, unos practican la “política religiosa”, otros edifican “religiones políticas”, todos cruzados de una “guerra cultural”.
Pero si la política es religión, si no es un camino a tientas sino una procesión hacia la salvación, si no es tolerancia ideal y equilibrio institucional sino vocación milenarista y poder monista, el resultado será siempre el mismo: democracia para los elegidos y dictadura para los demás, un juego de suma cero donde el ganador se lo lleva todo y el perdedor medita la venganza con las mismas armas.
Se explica así por qué hoy, como hace un siglo, el “centro” parece disolverse, por qué entre los extremos se abre un abismo inhóspito y deshabitado. ¡Cuánto desprecio por quienes lo habitan y tratan de representarlo! Buenistas y formalistas en el mejor de los casos, imbéciles y cobardes en el peor: en la guerra hay amigos y enemigos, los “centristas” al paredón.
Esto tampoco es nuevo: los “revolucionarios” de todo pelaje no entienden ni han entendido nunca que el “centro” no es moderatismo programático ni agnosticismo sistemático. No es una “vía intermedia” entre opuestos, sino lo opuesto de lo que todos ellos tienen en común: es otra forma de entender la política y vivir la vida. Una forma laica, ajena al fanatismo y la escatología. Una vía donde nadie puede pretender una verdad a priori ni tiene el monopolio del bien, donde la regla es convencer, no coaccionar, persuadir, no mandar.
Aclarado esto, demonizar a Trump y a sus emuladores no sirve. Mejor comprenderlo para contenerlo. ¿Cómo no sentir, al igual que las “derechas”, fastidio ante las hipocresías de las “izquierdas”, ante el hedor de su superioridad moral, el moralismo del lenguaje, el paternalismo de las recetas económicas? Bendecirlos, sin embargo, es cínico y peligroso. ¿Cómo no sentir, como las “izquierdas”, fastidio ante el simplismo tecnocrático de las “derechas”, la burda retórica de la “ley y el orden”, la grotesca pretensión de supremacía genética y estética? Sus afinidades, por otra parte, saltan a la vista: cada uno invocando su presumida superioridad, intentan concentrar el poder, callar el disenso, cabalgar los instintos más bajos, trivializar la complejidad, tranformar la política en hinchada y caza de brujas. Por eso es inaceptable separar la “forma” del “contenido” político.
El “contenido” de la libertad política es inseparable de la “forma” liberal de ejercerla. Reside en el “modo” en que una democracia procesa sus fisiológicos conflictos. Un liberalismo esencialista, un dogma liberal, es un oxímoron. No es menos antiliberal que cualquier “esencialismo”, ya sea ideológico o teológico. ¿Cuántas tragedias más necesitamos para aprenderlo?
En Europa, como en todas partes, los trumpistas navegan viento en popa. El primer asalto es a la frágil coalición europeísta salida victoriosa de las elecciones europeas. Recién nacida, ya está en crisis. La ola amenaza volverse tormenta, la alarma está justificada. Los antitrumpistas están tan seguros de ello que ya ponen el grito en el cielo y anuncian la catástrofe que destruirá la civilización liberal y engullirá el Viejo Continente. Contra ella invocan la union sacrée de los demócratas, el frente de los “buenos” contra los “malos”. ¿Será conveniente? ¿O perpetuaría la lógica belicista que pretende frenar, la mentalidad apocalíptica que alimenta la guerra religiosa?
Imposible decirlo: nadie sabe si Trump subvertirá el orden liberal en casa y en el mundo. Si es que quiere, y vaya a saber cuánto podrá. El futuro, más que nunca, es incierto. No sé, por tanto, si de verdad la historia está pasando página ni qué página estaría abriendo.
Del mismo modo que en cada ciclo histórico liberal siempre fluye bajo tierra un río iliberal, en cada ciclo iliberal se prepara para aflorar el río liberal. El río en el que nadan los anticuerpos de la sociedad abierta: las instituciones que velan, los electorados que votan, los inmigrantes que se integran, las mujeres que se emancipan, las tecnologías que unen, los comercios que mezclan. Siempre es así: todo soberanismo tiene su némesis universalista, toda xenofobia su némesis cosmopolita, todo dogmatismo su némesis laica. Cada Esparta tiene su Atenas.
Publicado en Clarín el 7 de diciembre de 2024.
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