En “Civilización. Historia de un concepto”, obra erudita y a la vez de lectura atrapante, que acaba de publicar Fondo de Cultura Económica, José Emilio Burucúa nos ofrece la genealogía de un concepto y también una invitación a recorrer procesos sociales universales y nacionales que nos ayudan a comprender la diferencia entre un colectivo de individuos y una sociedad civilizada. Y también de qué manera las sociedades pueden “des-civilizarse” cuando no se pueden hacer cargo de las desigualdades y exclusiones que las laceran.
No se tiene por qué seguir siempre el mismo derrotero, explica Burucúa, pero hay algo común, que pasa por la sustitución de las relaciones fundadas en la violencia por las del reconocimiento de una autoridad arbitral, desde las formas monárquicas a las democráticas. Sin el monopolio del uso legítimo de la violencia, no hay posibilidad de construir relaciones gentiles, la conversación, las buenas maneras. Es lo que Norbert Elias llama la “domesticación de los guerreros”, dejar de estar sujetos a la voluntad de los poderosos o pendientes del capricho de los gobernantes.
Así es como surge la cultura como una necesidad. La creación artística, la literatura, la traducción, como actividades propias de la vida en libertad nos permiten conocer y comprender a los otros, a las civilizaciones vecinas y a las más lejanas. El paso siguiente es la posibilidad de pensar en el otro, de cuidarlo. “El ejercicio de la organización burocrática de la misericordia o de la piedad tiene que ver con el cuidado de sí y de los otros, ver la posibilidad de crear instituciones que apunten a paliar el dolor humano, el sufrimiento y curarlo. No queda librada a la espontaneidad, es un producto de decisiones colectivas”, advierte Burucúa.
Nuestro país se edificó como una república con el aporte de la inmigración, la creación de escuelas, hospitales y universidades. El sistema hospitalario argentino se destacó entre los años de la organización nacional y la consolidación de la ciencia médica.
El viejo edificio del Hospital Nacional de Salud Mental de la calle Combate de los Pozos en Parque Patricios, inaugurado como primer hospital militar durante la presidencia de Juárez Celman en 1889, cuyo cierre anunció el Gobierno, resume esa idea de país y del Estado inscripta en nuestra historia.
La época del primer peronismo y los años ’60 trajeron consigo una ampliación de los servicios sanitarios a sectores postergados, de los medios rurales a los enfermos mentales y discapacitados. Pero ¿qué hacer cuando esos “mecanismos de administración de la piedad” se convierten en instrumentos de adquisición y conservación del poder político, corrompiendo o alterando sus propósitos sociales? Anunciar su restricción, recorte o cierre no revierte la deriva “des-civilizadora”. Más bien la continúa y profundiza.
El filósofo Avishai Margalit definió una “sociedad decente” como aquella cuyas instituciones no humillan a las personas sujetas a su autoridad y cuyos ciudadanos no se humillan unos a otros. La “Argentina civilizada” se concibió también con instituciones y políticas que apuntaran a aliviar y curar el dolor humano y el sufrimiento. Una idea que recorre nuestra historia y que puede sostenerse y llevarse a la práctica con equilibrio fiscal.
Publicado en Clarín el 12 de octubre de 2024.
Link https://www.clarin.com/opinion/derivas-des-civilizadoras_0_DlbbpZ0uXs.html