Durante los últimos años, y ante el temor generado por el avance autoritario de las nuevas derechas en el mundo, muchos sectores políticos han buscado un acuerdo para impedir que aquellas fuerzas reaccionarias lleguen a posiciones de poder. La literatura académica ha identificado a esta maniobra con el nombre de “cordón sanitario”, término proveniente del área de salud y al cual podemos definir: “como una estrategia basada en el acuerdo entre dos o más actores del sistema político, en cualquier arena o nivel, cuya finalidad es excluir a un partido u actor determinado de la posibilidad de cooperar con el resto de los actores del sistema político”. (Dominguez Sardou, 2023).
De acuerdo con esto, los partidos democráticos acuerdan, explícita o implícitamente, excluir a otros partidos considerados extremistas o antidemocráticos de cualquier posibilidad de formar parte del gobierno o de ejercer poder institucional significativo.
Si bien estas situaciones tienen su epicentro en los regímenes parlamentaristas europeos, también comienzan a ser pensadas en nuestra región en donde varias de estas experiencias de derechas tienen fuertes manifestaciones electorales. En efecto, en un reciente reportaje (Gelatina, 31-03-25) el dirigente Emilio Monzó habló directamente de establecer un “cordón sanitario”, un amplio acuerdo político capaz de oponerse a las pretensiones de aquellos que van en contra de la república. En un sentido similar, aunque sin formular dicha expresión, una reciente foto del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires Axel Kicillof, junto a un importante dirigente del radicalismo como Federico Storani, provocan señales sobre un rumbo similar.
La implementación de este tipo de estrategia genera algunos interrogantes políticos-filosóficos generales que no pueden pasarse por alto al momento de avanzar en este camino. En este sentido podemos preguntarnos:
– ¿Se puede hablar de una democracia plena si se limita la participación de ciertos grupos políticos, por más extremos que sean?
– ¿Hasta qué punto un cordón sanitario protege la democracia y cuándo se comienza a vulnerar el principio de pluralismo político?
– ¿Se puede mantener un cordón sanitario cuando el partido excluido logra un respaldo electoral significativo o se convierte en una fuerza mayoritaria en algunas regiones?
Asimismo, también será necesario realizar algún comentario sobre las ventajas o desventajas de llevar adelante este tipo cordones sanitarios.
Algunos antecedentes históricos
Tal lo mencionado el término de cerco o cordón sanitario tiene su origen en el campo de la salud pública, especialmente en el contexto de epidemias y enfermedades infecciosas altamente contagiosas. Su función era aislar geográficamente una zona infectada para evitar la propagación del agente patógeno al resto de la población. Durante la Edad Media, y a raíz de la aparición de la Peste Negra (S. XIV) se aplicaron medidas elementales de aislamiento de ciudades enteras y de puertos. Más adelante, en los siglos XVIII y XIX, se convierte en una estrategia organizada por los Estados europeos para enfrentar epidemias como el cólera o la fiebre amarilla.
Posteriormente, el término se trasladó metafóricamente al campo de la política, con la idea de aislar un “foco de peligro” para evitar que se extienda al conjunto del sistema. Solo que, en este caso, en lugar de un virus o una bacteria, lo que se pretende contener es una ideología o movimiento percibido como una amenaza “infecciosa” para el orden democrático.
El caso contemporáneo que se utiliza para ilustrar este tipo de estrategia, es el de Francia durante los años 1980, en donde diferentes partidos de centro, de la izquierda y de la derecha democrática acordaron su rechazo a formar alianzas y compartir listas con el Frente Nacional (FN) de Jean-Marie Le Pen, considerado como de extrema derecha. La idea subyacente era establecer una política de exclusión que impidiera la ‘normalización’ de ese partido como un actor político legítimo, en tanto cuestionaba los principios fundamentales de la República: la igualdad, la laicidad, el pluralismo y los derechos humanos.
Existen casos más recientes que abarcan las experiencias en otros países europeos. Tal como Bélgica, en donde desde 1990 los partidos mayoritarios firmaron un acuerdo explícito para no colaborar con el Vlaams Blok (actual Vlaams Belang), partido nacionalista flamenco de extrema derecha. En Alemania: el rechazo político al partido AfD (Alternative für Deutschland), especialmente en el Bundestag, ha sido defendido como una forma de cordón sanitario, aunque sin una formalización claramente establecida. Más difícil encuadrar el caso de España y el intento de cordón sanitario hacia Vox, ya que estas estrategias han variado según la región y la coyuntura.
Un balance provisorio acerca de la efectividad de los cordones sanitarios
Uno de los principales argumentos a favor del cordón sanitario es su función preventiva. Al excluir de coaliciones, cargos institucionales o espacios parlamentarios a partidos que se perciben como una amenaza para el orden democrático, los actores políticos trazan límites normativos y éticos explícitos. De este modo, se intenta proteger la legitimidad de las instituciones frente a discursos autoritarios, racistas o xenófobos, y se resguarda el marco de valores que sostiene la convivencia democrática.
Otra de las ventajas radica en su capacidad de generar consensos horizontales entre partidos políticos que no necesariamente piensan igual. Cuando fuerzas políticas tradicionalmente enfrentadas deciden actuar en conjunto para impedir el ascenso de un partido al que consideran una amenaza, se fortalece el compromiso democrático compartido.
Sin embargo, esta estrategia también presenta riesgos que deben ser tenidos en cuenta.
En primer lugar, puede generar un “efecto boomerang” ya que el sector excluido puede convertirse en una víctima de la “casta política”. Efectivamente, en algunos casos los partidos segregados suelen utilizar su marginación como argumento para reforzar una identidad antisistema, alimentando el resentimiento de sectores sociales que ya se sienten desatendidos o desilusionados por las élites políticas. En lugar de debilitarse, estos partidos pueden fortalecerse electoralmente al presentarse como las únicas voces que atacan al sistema.
Por otra parte, el cordón sanitario plantea una tensión con el principio del pluralismo. Si la democracia es un régimen que permite la competencia libre entre proyectos políticos, ¿hasta qué punto es legítimo excluir a una fuerza que actúa dentro de la legalidad y cuenta con respaldo ciudadano? La línea entre proteger la democracia y limitar su expresión puede volverse difusa, especialmente cuando las categorías de “extremismo” son usadas de manera ambigua o interesada. Como en el caso anterior, esto puede volverse en contra del propio sistema extremándose aún más las posiciones políticas. Sin participación en los debates parlamentarios, o en los gobiernos locales, no tienen necesidad de construir consensos ni asumir responsabilidades. Esto puede consolidar posturas ideológicas más duras y fomentar una cultura política de confrontación permanente.
Otro problema práctico es su sostenibilidad política. En sistemas multipartidarios, mantener un cordón sanitario puede dificultar la formación de mayorías estables, lo que lleva a tensiones o a la tentación de romperlo por razones de gobernabilidad. En muchos casos, lo que comienza como una defensa de principios termina cediendo ante la lógica electoral o la necesidad de acuerdos coyunturales.
Un aspecto adicional destacado por la literatura politológica es el desgaste simbólico y real que puede sufrir la democracia representativa. Cuando el cordón sanitario se aplica de manera sistemática o indiscriminada, corre el riesgo de erosionar la confianza ciudadana en el sistema político, al transmitir la imagen de un funcionamiento bloqueado y poco receptivo a la voluntad popular. Para muchos votantes, esta exclusión puede percibirse como una forma de manipulación elitista, lo que termina alimentando el malestar social, la desconfianza política y profundizando la polarización.
Ultimas consideraciones con interrogantes abiertos
Un régimen político de democracia republicana cuenta con dos grandes formas de control político para evitar los desbordes autoritarios. Por un lado, están los controles establecidos constitucionalmente, como la división de poderes, el sistema de frenos y contrapesos, y el respeto al estado de derecho que fijan los límites formales del ejercicio del poder. Por otro lado, existe el mecanismo del control electoral que hace a la naturaleza misma de una democracia representativa. La estrategia del cordón sanitario se inscribe dentro de este segundo eje ya que busca proteger el orden democrático excluyendo del acceso al poder a aquellas fuerzas que, si bien participan del proceso electoral, se perciben como una amenaza directa a los valores democráticos y republicanos.
Ciertamente, la aplicación inmediata de una maniobra de esta naturaleza puede resultar tentadora cuando la amenaza a la democracia es real. Incluso, en el corto plazo, puede ser eficaz. Sin embargo, su utilización como estrategia política no está exenta de tensiones ni de riesgos. Si se transforma en una práctica sistemática o permanente, puede provocar efectos contraproducentes: deslegitimar el sistema ante sectores del electorado, fortalecer la victimización de los partidos excluidos, profundizar la polarización y generar una imagen de clausura del debate democrático. Por estas razones, se han señalado algunos puntos que deben ser tomados en cuenta por los actores sociales que intentan llevar adelante este tipo de acciones. La implementación de estas vallas sanitarias exige criterios políticos claros, legitimidad transversal y coherencia democrática. No puede transformarse en una herramienta arbitraria ni en una respuesta automática ante el surgimiento de fuerzas disruptivas ni en un simple reflejo reactivo de exclusión. Por el contrario, su aplicación debe ir acompañada de un esfuerzo más amplio y profundo, uno que promueva una reflexión crítica sobre las condiciones sociales, culturales y económicas que habilitan el crecimiento de estas nuevas derechas.
No es suficiente bloquear institucionalmente a ciertos actores. Es necesario interrogar el malestar social que expresan, por más que su traducción política sea cuestionable o incluso peligrosa. Las fuerzas democráticas, en especial aquellas de perfil progresista o reformista, deben preguntarse con honestidad: ¿qué no se vio a tiempo? ¿qué se hizo mal o se dejó de hacer para que sectores amplios de la población canalicen su descontento hacia opciones reaccionarias, autoritarias o excluyentes?
En definitiva, defender la democracia no implica solo excluir a quienes la amenazan, sino también renovar la capacidad de ofrecer horizontes compartidos y de una república que profundice sobre los aspectos de la justicia social. Quizás de esta manera se podrá evitar que los cordones sanitarios terminen siendo un síntoma de cierre del sistema, y no una apertura hacia su fortalecimiento.