Desde hace unos 20 años, la política argentina está dominada por la lógica de la confrontación. La denominada grieta ha tocado una fibra íntima de nuestra sociedad, y aunque muchos ya estamos agotados de la lógica amigo-enemigo (que por otra parte ha demostrado su esterilidad tanto para el desarrollo como para la equidad), nuestra dirigencia no sabe o no quiere ampliar el menú de alternativas, colocándonos en un laberinto cuya salida es muy difícil de encontrar.
La polarización política no es exclusiva de la Argentina. En varios países hay sectores que creen que la confrontación es un sinceramiento de lo inevitable del conflicto social. Pero el problema es que tarde o temprano las grietas ponen en riesgo a la propia democracia.
Lejos de estar basada en la tradición o en la verdad, la democracia es, más que nada, un procedimiento. Y tiene como regla fundamental a la regla de la mayoría: no gobiernan los que encarnan al pueblo, ni tampoco gobiernan los mejores, sino simplemente los que sacan más votos. La práctica democrática es entonces esencialmente competitiva, y por lo tanto contiene más vigorosos elementos de competencia que de su contraparte, la cooperación. Tanto las campañas electorales, como la vida interna de partidos y coaliciones, como la conveniencia comercial de los medios y las tendencias en las redes sociales, subrayan las diferencias más que los acuerdos.
Cuando los partidos políticos eran fuertes, existía una cooperación entre las elites que cumplía el rol de mantener el régimen a salvo de los resquebrajamientos que provocaba la propia competencia entre las elites. Los líderes tenían la capacidad, y muchas veces, la voluntad, de calafatear las fisuras del casco del barco de la democracia. Los acuerdos entre dirigentes no se rompían ni se denunciaban como pactos espurios en declaraciones mediáticas, y así el mediano y largo plazo eran horizontes, y no quimeras.
En cambio, las democracias de hoy están expuestas e indefensas ante los cantos de las sirenas del cortoplacismo, el rédito inmediato y la liviandad. En otras palabras, el entorno y el clima de la democracia actual no están generando los incentivos suficientes para una cooperación que contrabalancee a la competencia.
Si lo anterior es correcto, entonces ya casi no hay atenuantes para la competencia que la democracia lleva en su ADN. Pero, ¿cuánto enfrentamiento soporta la democracia? Y por otro lado, ¿podrán las democracias resolver los problemas que requieren dosis extremas de cooperación? Muy probablemente, nuestro país hoy requiera más que nunca de un entendimiento. Tenemos un 40 por ciento de la población al margen de la integración social que produce el trabajo y no logramos definir una estrategia de inserción económica en un mundo globalizado, entre otros problemas. Pero sin embargo no se avizora ningún atisbo de planteamiento serio sobre estos temas.
Afortunadamente seguimos prefiriendo la democracia a cualquier otro régimen posible, pero las elites políticas, sociales y económicas deben representar a unas bases de las que están desacopladas, y tienen que hacerlo en contextos de inmediatez en las demandas, de sobrevaloración de las identidades particulares, y de una comunicación política sin reglas. En consecuencia, cada vez es más difícil orientar políticas con apoyo social, o perseguir la idea de una sociedad mínimamente integrada que crea que todavía podemos vivir todos juntos.
Décadas atrás, los especialistas se preguntaban cuánta desigualdad pueden soportar las democracias. El tiempo ha mostrado que pueden soportar mucha más de lo que creyeron quienes formulaban preocupados esa pregunta. La democracia ha sobrevivido, pero convive con realidades sociales que la lastiman y desacreditan a paso firme. ¿Qué pasará con la democracia si no atenuamos la polarización?
No se trata de cancelar las ideologías, ni la contraposición de intereses, ni la competencia, ni mucho menos la crítica. Pero podemos comenzar por no moralizar la política, es decir, no promover que el otro, por ser quien es, es moralmente indigno, o que defiende intereses ilegítimos. Eso obtura la posibilidad del entendimiento y la confianza. Son dos ingredientes necesarios para la cooperación, e indispensables para la salud de la democracia, tanto a nivel dirigencial como para el ejercicio de una ciudadanía plena, que debe poder hacer una elección libre de extorsiones morales para poder decidir, como mínimo, si votar al gobierno o a la oposición.
Hoy la democracia argentina está más cerca de la polarización que de los consensos, de la exageración de la competencia que de los mecanismos de cooperación. Para cambiar la dirección de nuestro futuro es necesario levantar la mirada para encontrar, de manera responsable, soluciones que no son sencillas. Pero para eso la dirigencia política no debe dejarse seducir por el corto plazo de la encuesta o del tuit, y abordar los profundos dilemas políticos que impiden crecer al país.
Ese esfuerzo es aún más necesario cuando el contexto global que no ayuda. La guerra en Ucrania sea quizás el fin de (o al menos un serio llamado de atención sobre la perdurabilidad de) lo que se ha llamado el “orden global liberal”, que además de una configuración de relaciones de poder entre países, es también un marco general conceptual que confía en instancias de interacción entre diversos actores globales, impulsadas por los beneficios de la tolerancia, la confianza, el crecimiento económico y la interdependencia del comercio. Tal vez nuestra grieta sea mucho más que una grieta. Quizás se esté derrumbando el marco general de las expectativas de la cooperación humana a gran escala. Y eso sería una muy mala noticia para la democracia en todo el mundo.
En julio próximo tendrá lugar en Argentina el Congreso Mundial de Ciencia Política. La expectativa es que ese Mundial 2023 de especialistas en el análisis político de base científica sea también una oportunidad para pensar en todas sus dimensiones los problemas que nos aquejan colectivamente, y una inspiración para que nuestra dirigencia pueda analizar de la mano de expertos globales, los desafíos del país y la suerte de nuestra democracia.
Publicado en Clarín el 28 de diciembre de 2022.