Autor: Fabio Quetglas
Digamos las cosas como son, estamos apegados a premoniciones de fenómenos sobre los cuales nuestro margen de incidencia es muy relativo. Tal vez, los consumimos como un ansiolítico, frente a una realidad difícil.
En algunos países -el nuestro está entre ellos- hay un cierto gusto en anticipar catástrofes. Es una medicina con efectos secundarios, erosiona las expectativas. Es extraño que la conversación pública, en lugar de orientarse a evitar los males que se presagian, se concentre en verificar quien ha acertado en precisar los daños. Parecería que los "anticipadores de cataclismos" obtienen algún tipo de compensación.
Este entretenimiento esconde la verdadera situación dramática. No hay quien se anime a decir que nadie tiene la llave de salida, porque o bien no existe un mecanismo lineal, o bien la clave es combinada; y por tanto requiere que muchos hagan cada uno su parte, siendo que las partes no confían entre sí, o no existen las reglas que los impulse a cooperar (y no me refiero únicamente a las instituciones políticas). La desconfianza corroe la vida social. No tengo del todo claro como recuperarnos de dicha patología y mejorar el marco de las relaciones sociales. Sin confianza no hay acuerdos, no hay crédito, no puede haber objetivos ambiciosos.
Todo esto pasa, mientras millones de personas dejan su vida trabajando y tratando de hacer bien su parte, en medio de un clima de estruendo permanente, como en una montaña rusa.
Cuando se habla de "previsibilidad", da la sensación que solo se plantea un marco para las relaciones económicas; pero en verdad sin la construcción de cierta confianza y la conformación de rutinas, las personas tienen que invertir demasiada energía en prever el curso de las cosas.
Las empresas, las organizaciones sociales y las familias, necesitan como insumo de funcionamiento la confianza; y eso requiere respetar los contratos, que las oficinas públicas cumplan sus roles, que haya una moneda sana. Esto es el piso, para que la sociedad pueda desplegar sus talentos y canalizar sus energías.
La paradoja inexplicable es que quienes sostenemos que cualquier programa de desarrollo implica un esfuerzo sostenido, restricciones (razonables y con sentido) y una dirección clara mantenida en el tiempo, no encontramos receptividad para este mensaje, duro pero no apocalíptico. Una idea no deslumbrante, pero que puede ser efectiva.
Debemos intentar escapar de los títulos atractivos, de promover leyes imposibles de financiar, o invocar un dialoguismo vacuo. La Argentina necesita prepararse urgentemente para un tiempo difícil, y evitar tanto los encantadores de serpientes, como los profetas de horizontes tortuosos.
Como no se trata de la tarea de un decisor sabio, sino una construcción compartida, propongo una serie de ideas (entre muchas), para que en la medida de sus posibilidades los gobiernos locales, se preparen para enfrentar de la manera más proactiva posible la crisis emergente. Puede hacerse, si hay vocación de usar bien el poder público, para ampliar el horizonte de los ciudadanos y activar procesos socioeconómicos virtuosos en materia de empleo, cohesión social, paridad y ambiente.
La prioridad debe ser atacar el desempleo, evitar que los hombres y mujeres queden expuestos. Nuestras políticas sociales, con todos sus defectos, cubren la asistencia alimentaria básica en gran parte de la población. Ahora, el empleo es lo central.
La verdadera transformación no la va a producir exclusivamente la política, sino el empuje y la creatividad de todos. Las instituciones deben generar un marco adecuado, justo y sostenible.
Debemos ser mejores, pero no lo seremos anunciando finales, esperando un mesías o haciendo lo mismo que siempre hicimos. Para ser mejores tenemos que trabajar más y mejor, y sobre todo no aflojar.
Publicado en La Nación el 12 de septiembre de 2020.
Link https://www.lanacion.com.ar/opinion/decir-cosas-como-son-empezar-tarea-abajo-nid2448490