jueves 21 de noviembre de 2024
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De las metáforas bélicas al voto a Juntos por el Cambio

No me gusta la comparación de halcones y palomas. De hecho, me caen mal las palomas, una especie de rata abyecta con alas, que pulula con su carga de elementos ultra nocivos para humanos. Todavía hay algunos pocos individuos de la especie humana que siguen creyendo en la inocencia de las palomas, en su identificación con el símbolo de la paz. El Vaticano debería estar replanteando incluso la simbología del Espíritu Santo. Así como en los 80 cambiaron el “perdónanos nuestras deudas”, en la oración que Jesús en persona nos enseñó por el menos comprometido “perdónanos nuestras ofensas”. Te perdono si me ofendiste, pero págame lo que me debes. Señores prelados de la Congregación para la Justa Interpretación de la Doctrina: La paloma debe ser erradicada de todo altar, de toda sobreestimación.

Halcones y palomas es una imagen que  viene de la segunda guerra mundial, casi como una conversación,  como una respuesta a la pregunta del cuento: “¿Quién le pone el cascabel al gato?” Mientras se preparaba el desembarco de los aliados en la costa de Normandía, paso necesario y decisivo para empezar a derrotar a los nazis en Europa, era sabido que los primeros miles de luchadores por la libertad que tocaran tierra iban a perecer.

El paso era necesario, porque a los nazis había que derrotarlos, pero, ¿quién ponía los miles de muertos? El necio, lento y “paloma” de Churchill demoraba en tomar la decisión. Meditar y cavilar una decisión que implique pérdidas de vidas humanas lo eleva en la consideración histórica. Hay que hacer lo que hay que hacer, minimizando daños, evitando pérdidas de vidas humanas.

En agosto de 1945, arrojar bombas atómicas sobre civiles en Japón aceleró el fin de la contienda. Algunas décadas después, Japón emergió como una potencia comercial e industrial. ¿Acaso hemos de glorificar la bomba atómica por sus efectos bienhechores? De ninguna manera. Las palomas no son tan palomas y los halcones cometen errores groseros. Pensemos en otros ejemplos ornitológicos  para las comparaciones políticas.

Hace unos cuantos años atrás jugué un tiempo al TEG 2. Bochornosa saga que no continuó exitosamente al viejo y conocido juego de “táctica y estrategia de la guerra”. Contaba con armas nucleares, pero tenía una clara salvedad. Donde se hacía detonar una bomba nuclear, no era posible luego ninguna clase de actividad. La zona quedaba vedada para siempre. Estoy seguro que ese juego de mesa anticipó algunos años la tragedia de Chernobyl.

Siempre estuve convencido que a los nazis había que derrotarlos, si bien apenas terminada la guerra algunos argentinos se enamoraron de unos cuantos de ellos y de sus patéticos sucesores, estoy seguro que la segunda guerra se tenía que terminar. Nuestro país va a salir adelante, más allá de halcones y palomas. Nuestro país va a salir adelante sin entregar tesoros invalorables que si pensamos bien no tenemos ganas ni vocación de sacrificar.

Sin muerte innecesaria, como si alguna vez fuera necesaria una muerte, sin ninguna clase de artefacto nuclear que nos vede alguna parte del territorio que se volvería irrecuperable. Cuando sabemos la que se viene, cuando ya leíste el diario del lunes, creemos que estamos a tiempo de evitar un daño mayor. Antes de apretar el botón rojo y hacer saltar todo por los aires, es hora de hacer primar la cordura.  “No elegí este mundo pero aprendí a querer”. Ni siquiera estamos cerca de la revolución, Es apenas una invención de los medios, que ahora están arrepentidos. Si no te acordàs o no conociste el TEG 2, no te perdiste demasiado.

Está claro que estamos transitando el fin de una época. A unos cuantos votantes eternos de los diversos pejotismos se les están abriendo los ojos y están superando el peligroso síndrome de Estocolmo. Estamos transitando los últimos vestigios de una agrupación política en el poder que es responsable de las últimas ocho décadas de decadencia argentina. El problema que no quisimos ver venir es ¿Cómo reemplazamos el tratamiento para el enfermo terminal al que nos resistimos a ejecutar definitivamente para que pare de sufrir?

¿Arrojamos una bomba atómica para que todo estalle? ¿Desembarcamos irresponsablemente en Normandía con una motosierra como única arma para enfrentar todo lo que se viene?

Las soluciones son más complejas. Imagino una situación de quirófano. Una situación delicada, que requiere cordura, serenidad, decisiones acertadas y milimétricas. Soluciones más de bisturí que de motosierra. No es hora de arrojar bombas nucleares ni de sacrificios innecesarios que ya hemos padecido.

Indudablemente asistimos al fin de una era. Es hora de dejar de hablar por bastante tiempo de halcones y palomas. Que se espere más de nosotros que somos el genio del chamuyo. Es hora de pensar en quién vamos a confiar para salir adelante conservando lo mejor de nosotros. Nada de dinamita. Bisturí y racionalidad. Nada de motosierras. Para amputar hay tiempo. Y todavía no ha llegado ese momento.

El resultado de las PASO de agosto es bastante deprimente para los amantes de la democracia. La inmensa mayoría de los menores de 20 años votó una opción contraria al sistema y a sus propios intereses. Parece mentira considerar que el peor gobierno de la democracia siga con chances intactas. Unos monopolizan la bronca y la impotencia y otros siguen imprimiendo ilusiones que hipotecan el futuro. Engrosar el tercio de la racionalidad parece una tarea ardua y con el tiempo acotado. Triunfar en las provincias, fortalecer el equipo, superar nuestro propio discurso fatalista mientras nos convencemos a nosotros mismos, parece ser el sinuoso camino.

Triunfos importantes en Santa Fe y Chaco para abrirle camino a gobernadores radicales y fortalecer las chances de la alternativa democrática en las elecciones nacionales que se avecinan.

A los nazis había que derrotarlos y la segunda guerra se tenía que terminar.   

Algunos le prometimos a Alfonsín y a nosotros mismos cien años de democracia.

Procuremos hacer las cosas bien, porque recién llevamos cuarenta.

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