miércoles 24 de abril de 2024
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Cuando ganó el odio

El 20 de agosto de 1976 en la localidad bonaerense de Pilar, 30 personas fueron dinamitadas para enviar una señal, “un sangriento mensaje a los demás militantes para que cesaran sus actividades cinco meses después del golpe militar”. El general Jorge Rafael Videla, “los quería muertos”, pero le “molestaba” que “los cuerpos quedaran tan notablemente desperdigados”. Esta información está consignada en uno de los archivos desclasificados de la CIA elaborado durante la última dictadura militar, y se conoce como “Masacre de Fátima”.

Leer esos informes es asomarse al horror de nuestro pasado reciente, una advertencia para recordar que la democracia es un bien preciado, vulnerable, pero fundamental e indispensable para zanjar nuestras diferencias por medio de la argumentación, la deliberación racional y el ejercicio legal y legítimo del poder que da el voto popular, para que nunca más tengamos que asomarnos al abismo.

En una América Latina sumergida en la guerra fría, las organizaciones politicas que habían hecho la opción por las armas, y tenían a Cuba como faro, aceleraron con la lógica de “cuanto peor, mejor” desencadenando el período más negro de nuestra historia moderna.

En el panorama de finales de la década de los ’70 y con toda la región bajo dictaduras militares, se presentaron en la Argentina algunos momentos de claridad, ramalazos de luz que provinieron de políticos y abogados que jugaron su vida ante jueces que rechazaron –sistemáticamente- habeas corpus y pedidos de paradero de aquellos “sospechosos de actividades subversivas” que eran arrancados de sus hogares por la acción del terrorismo de Estado que, en nuestro país, había tenido la partida de nacimiento con el atentado, casi mortal, al Senador radical Hipólito Solari Yrigoyen.

También hubo ayuda internacional, entre la que se destaca la llegada –en 1979– de la misión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, integrada por funcionarios de esa organización. Tom Farer, abogado norteamericano de 42 años, se contaba en el equipo de trabajo que recorrió durante 17 días -impávido e impotente- los lugares de detención y recogió los testimonios que comprobaban, de sobra, el plan de exterminio de la Junta Militar, ante la complicidad de muchos y el silencio de la inmensa mayoría, clérigos y círculos empresariales incluidos.

Farer, hoy vigoroso octogenario, pudo reencontrarse con algunas de las personas que entrevistó entonces y fueron testigos en el Juicio a las Juntas con el que el gobierno de Raúl Alfonsín dio una lección al mundo en materia de derechos humanos. Su experiencia está volcada en I cried for you, Argentina (Lloré por ti, Argentina), publicado originalmente en Human Rights Quarterly y disponible en castellano como Memorias sobre el principio del fin de la dictadura.

La lectura de este texto anuda todos los ingredientes en juego en aquel momento, tanto en el plano local como en los vaivenes de la diplomacia norteamericana para con la región, en una visión coincidente con mi interpretación documentada sobre el caso chileno, publicado en el año 2011 como El caso Chile.

Este viernes 18 de septiembre, a las 18 horas, tendremos el honor de realizar una actividad en la Fundación Alem con Tom Farer, con motivo de los 36 años de la presentación del informe de la Conadep y para relanzar y mantener vigente su experiencia, y con ella, la memoria de lo que le sucede a los pueblos cuando se extravían en los antagonismos, abandonan el camino de la democracia y quedan a merced del crudo poder.

Con la apelación al odio que exhiben tanto los movimientos y gobiernos de derecha populista como los pocos populismos de izquierda que aún subsisten, el margen de la democracia se ha encogido. Ambas posturas tienen un trasfondo místico/religioso –al decir de Villalobos– que lo hacen más “atractivo” a los ciudadanos buscadores de soluciones sencillas, mentalidad maniquea y líderes providenciales. Son muchas desventajas con las que corre la democracia que sólo puede prometer soluciones en base al trabajo, la deliberación y la admisión de que la verdad es tan compleja que necesita de grandes acuerdos en el “como”, y luego en el “que”, para que personas nobles como Farer no tengan que encabezar misiones al infierno, como aquella de 1979.

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