martes 5 de noviembre de 2024
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Cristina Kirchner olió sangre: ve a Javier Milei debilitado y se apura a sacar ventaja

El fracaso de la Ley Ómnibus sigue produciendo efectos en nuestra convulsionada vida política, en general, a contramano de la pretensión oficial de presentarlo como un motivo para endurecerse y avanzar más rápido en su programa económico.

El último de estos efectos ha sido que Cristina abandonara su silencio y se despachara con un extenso documento donde augura el fracaso de las políticas económicas libertarias y se anima incluso a insinuar que, igual que sucedió ya en las dos crisis de deuda previas, con Alfonsín en 1989 y con De la Rúa en 2001, esta vez también el presidente podría no terminar su mandato. Una hipótesis que justificó se la incluyera en el “club del helicóptero” y revela cierta ansiedad por encontrar en la realidad signos de lo que ella desea, y en alguna medida necesita para volver al ruedo: una crisis política de proporciones, que haga olvidar el desastre en que terminó su última gestión, con un desastre aún mayor.

Qué dice el texto de Cristina Kirchner

El texto firmado por la expresidenta es un extenso análisis de las políticas económicas del último medio siglo, donde pretende fundar en “datos y criterios objetivos”, su pronóstico de inminente catástrofe sobre el gobierno en curso, apenas a dos meses de iniciado. Lo que reviste cierta dosis de audacia, por no decir de manipulación irresponsable. Primero por el escaso lapso transcurrido desde que Milei asumió. Pero sobre todo por la frescura con que la señora Kirchner se lava las manos, y lava las manos al peronismo, de todo lo sucedido en especial en las últimas dos décadas, y más en general desde 1945 a la fecha.

El argumento económico que sostiene su planteo es que la inflación no se debe al déficit fiscal sino al endeudamiento externo y los desequilibrios de la cuenta corriente que, supuestamente, no habrían crecido nunca bajo gobiernos peronistas, así que ellos, y en particular los kirchneristas, no tendrían responsabilidad alguna en el problema inflacionario. Ni en ningún otro.

El argumento hace agua por los cuatro costados, claro: para empezar, porque salvo con Menem, todos los gobiernos peronistas tuvieron problemas serios de inflación, que se aceleró en el curso de los mismos, pese a todos sus esfuerzos por disimularlo, esconderla, reprimirla, o más comúnmente, minimizarla. Pero conviene detenerse de todos modos un momento a analizar el planteo, para entender la dimensión del absurdo en que cae Cristina, así como muchos voceros de su sector.

En primer lugar, y como ya le señaló apenas se dio a conocer el texto en cuestión el actual ministro Luis Caputo, está tomando efectos por causas: el endeudamiento crece a raíz de que existe déficit fiscal, de otro modo el Estado no tendría motivos para contraerlo, de modo que es por el déficit que se desemboca, a la corta o a la larga, en un sector público que necesita más dólares de los que puede legítima y razonablemente comprar para cubrir sus compromisos, y termina entonces teniendo un problema con su deuda en moneda dura, que ha pretendido en ocasiones resolver malamente con controles, cepos, desdoblamientos y retraso del tipo de cambio, manotazos a los exportadores o cosas por el estilo, que en general terminan agravando los problemas de fuga de divisas y por tanto el desequilibrio de la cuenta corriente.

En segundo lugar, y confirmando lo anterior, históricamente los problemas de sobreendeudamiento han sido precedidos por ciclos de aumento del déficit. Cuestión que ninguno de los muchos cuadros que Cristina incorpora a su documento tiene en cuenta. Desde 1945, la inflación fue en aumento como consecuencia de la suba del gasto (y de los salarios públicos y privados), que no se financió en este caso con deuda externa, sino vaciando al BCRA y las cajas previsionales, es decir, contrayendo pasivos que tarde o temprano habría que afrontar. La primera crisis hiperinflacionaria en nuestro país no fue la de 1989, sino la que estalló entre 1974 y 1975, con un déficit que llegó a niveles récord y la repetición de la fórmula de vaciamiento del Central y el sistema jubilatorio, contra lo que Cristina afirma, en cuanto a que el gobierno peronista derrocado en 1976 habría concluido con un “bajísimo nivel de deuda”.

Cristina Kirchner y Carlos Menem

Cristina incluso disculpa a Menem del sobreendeudamiento de fines de los años noventa, consecuencia de algo que en cambio sí reconoce: que esos años tampoco se logró el equilibrio fiscal (aunque se equivoca en un punto: sí hubo un año con superávit, 1992). Pero lo fundamental es que no vincula en ningún momento esos asuntos con las dificultades para sostener el régimen de la Convertibilidad, o gestionar una salida ordenada del mismo, durante la gestión de la Alianza: eso solo habría sido culpa de los radicales.

Por último, además de hacer silencio absoluto sobre la nefasta reinstauración del déficit fiscal crónico, y consecuentemente de un régimen de alta inflación, durante los gobiernos kirchneristas que se extendieron entre 2003 y 2015, desconoce alevosamente que la aceleración inflacionaria durante el interregno de Macri se originó en casi su totalidad en el blanqueo de una inflación reprimida, y lo mismo puede decirse del aumento de la deuda en esos cuatro años: casi en su totalidad fue consecuencia de blanquear deuda no reconocida hasta entonces.

Pero lo más alevoso de todo es que ignora por completo los volúmenes en que cada uno de los últimos gobiernos aumentaron concretamente el pasivo del sector público, en dólares o en pesos indexados: el exministro Prat Gay se ocupó ya de cuantificarlo, y Cristina sale muy mal parada, porque en su primer mandato, hasta 2011, ya interrumpió el famoso “desendeudamiento” para incrementar esa carga en más de 32 mil millones de dólares, en el segundo batió ese récord y sumó otros 69.000 millones, mucho más que los 47.000 que crecería la deuda con Macri, pero todavía por debajo de lo que lograría ella misma en su última gestión, de la mano de Alberto Fernández, cuando la deuda pública trepó nada menos que 93.300 millones de dólares hasta octubre de 2023, y sin contar unos cuantos regalos escondidos debajo de la alfombra por Sergio Massa.

¿No se apuró la expresidenta y exvice con esta salida a la palestra, no se ofrece innecesariamente como “enemiga ideal” para Milei, que seguramente estará complacido en estos momentos, viendo que la discusión pública deja de girar por un momento en torno a sus pifies con el Congreso, con los gobernadores, los posibles aliados, y la gestión del ajuste, y vuelve a cargar las tintas sobre la pesada herencia que él recibió?

Puede que nada de eso le preocupe a Cristina, porque entienda que se ha iniciado una temprana e irreversible decadencia del consenso mileista, y le conviene apurarse a ocupar un lugar destacado entre sus detractores. Y puede también que estime, igual que sucedió ocho años atrás con Macri, lo más importante para su futuro será evitar que surjan en el peronismo otras voces, figuras de recambio que podrían disputarle el liderazgo de esa fuerza, entre las que ahora están anotados varios que Milei también ha elegido como antagonistas privilegiados, como Axel Kicillof y Martín Llaryora.

Publicado en www.tn.com.ar el 14 de febrero de 2024.

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