jueves 18 de abril de 2024
spot_img

Crisis del 2001: La verdadera razón

Voy a hacer algo sumamente odioso: hablar de mí. Lo haré para demostrar que la caída del presidente De la Rúa —de la cual se cumplieron 20 años hace 21 días— era previsible desde mucho tiempo antes. Y que no se produjo por ninguno de los motivos a los que suelen atribuírsela.

Muchas veces tuve, sobre diversas cosas, convicciones erradas e hice profecías que no se cumplieron. No fue éste el caso de mis pronósticos sobre la crisis del 2001. Sabía que iba a ocurrir, y hasta pensé que ocurriría mucho antes.

Es cierto que había diferencias entre la UCR y el Frepaso. Y que el Presidente careció del vigor necesario. Y que la renuncia del Vice causó una crisis política. Y que los sobornos a senadores mellaron al gobierno. Y que el peronismo empujó. Y que el radicalismo se desentendió.

Sin embargo, nada de eso llevó al cataclismo económico de 2001 y al consiguiente derrumbe de aquel gobierno.

La culpa de esa caída la tuvo una política que combatí en la época del presidente Menem y que el presidente De la Rúa continuó. Una política que ataqué como precandidato presidencial en 1999. Una política que, vanamente, propuse abandonar como Jefe de Gabinete. Una política por la cual debí dejar el gobierno en el 2000. Una política contra la cual argumenté en tres libros. Una política que impugné como candidato a senador en las elecciones que gané en 2001, seis semanas antes del “corralito”.

A lo largo de ocho años (1993-2001) repetí hasta el cansancio que la “convertibilidad” nos llevaba a una hecatombe.

Durante el gobierno de Menem (1993) mantuve sobre el tema un debate televisado con el ministro Cavallo, y advertí entonces lo peligroso que era no sacarle a la economía el “yeso” que con acierto se le había colocado dos años antes.

Cavallo había terminado con la hiperinflación sobre la base de una paridad: 1 peso = dólar. Pero esa paridad no podía durar: la moneda de un país vale lo que vale su economía y la economía argentina no podía valer lo mismo que la norteamericana. Con un peso sobrevaluado, producir sería más caro e importar más barato. Cada vez sería más difícil exportar, y los productos importados inundarían nuestro mercado. En ese punto, disminuirían las reservas, la convertibilidad se haría insostenible y su abandono brusco tendría efectos desastrosos.

No iba de inmediato. Las privatizaciones habían traído un alud de dólares, y gran cantidad de capitales golondrina habían recalado en la Argentina.

Pero los dólares de las privatizaciones se reducirían pronto, y los capitales golondrina volarían a otras tierras. Cuanto antes se saliera de la convertibilidad, mejor.

Claro que no sería fácil, y tendría efectos secundarios. El 1 a 1 había creado confianza en el peso (confianza que le “prestaba” el dólar), y abandonar esa paridad produciría una peligrosa decepción en la sociedad. Había que tener una estrategia que morigerase los efectos negativos y asegurara, a mediano plazo, la estabilidad permanente.

Yo proponía la rectificación gradual de la paridad, la ligazón del peso a una canasta de divisas, el rediseño del presupuesto y la reestructuración de la deuda. Pero sentí que, para proponer un tratamiento preventivo eficaz, debía consultar con expertos En Alemania hablé con Hans Tietmeyer, un gurú de las finanzas internacionales y presidente entonces del banco central alemán (Bundesbank), a quien se considera el precursor del Euro.

Tietmeyer me dijo: “El resto del mundo no esta aferrado a un patrón monetario y, por lo tanto, tarde o temprano el cambio fijo pondrá a la Argentina en graves problemas”. El remplazo ideal (pero a corto plazo inviable) era un Banco Central independiente del gobierno, que manejara la política monetaria sin presiones políticas.

En cuanto a la coyuntura, Tietmeyer sugirió analizar, entre otras cosas, la conveniencia de una convertibilidad limitada, la limitación de los gastos de la burocracia improductiva y la prohibición de monetizar créditos de organismos internacionales.

En Estados Unidos consulté a Joseph Stiglitz, asesor del presidente Clinton y futuro Premio Nobel. Sostuvo que si la Argentina no lograba devaluar y reestructurar su deuda, terminaría en una catástrofe. Recomendó una “salida ordenada” de la convertibilidad y una negociación con los acreedores, anticipándoles que la alternativa era el default.

Difundí las sugerencias de Tietmeyer y Stiglitz, esperando que el gobierno al menos las estudiara. No fue el caso.

Ese año tuve mi segundo debate con Cavallo, que es un economista respetable, pero ante quien debí exponer crudamente lo que yo veía. Estábamos perdiendo 11.000 millones de dólares por año. La Argentina tenía el mayor déficit comercial de su historia. El desempleo era, también, el más alto de la historia. Los fondos de la privatizaciones se habían consumido y los capitales golondrina se volaban.

La soja fue el respirador artificial que permitió prolongar la vida de la convertibilidad.

Un respirador que no tardaría en tornarse insuficiente.

En noviembre de aquel año asumí la presidencia del radicalismo. El domingo siguiente La Nación publicó en su portada una entrevista titulada “Terragno quiere salir de la convertibilidad”. Tomás Abraham recuerda: “Nadie discutía el sistema salvo Terragno”.

De la Rúa tampoco lo discutía . Asumió a fines de 1999 y decidió continuar con la convertibilidad. Con eso, puso en marcha el reloj que explotaría dos años después.

Al principio del 2001 no podía haber duda: la explosión estaba por producirse. Nadie le prestaba la Argentina. El riesgo país llegó a ser el más alto de mundo. El Fondo Monetario nos había soltado la mano. El estado se quedaba sin dólares. No hacía falta tener una bola de cristal para saber que estábamos a punto de tener crisis bancaria, default, devaluación, una estampida social y violencia.

Podía producirse en en cualquier momento. Se produjo en diciembre.

Las lecciones son claras: (1) La peor manera de combatir la inflación es manipular el tipo de cambio. (2) Las grandes crisis políticas y sociales son inevitables cuando los gobiernos perseveran en graves errores económicos.

Publicado en Clarín el 9 de enero de 2022.

Link https://www.clarin.com/opinion/crisis-2001-verdadera-razon_0_Rh7LtxUs1.html

spot_img

Veinte Manzanas

spot_img

Al Toque

Luis Quevedo

Raíces de la crisis: el verdadero significado de la “batalla cultural”

Adolfo Stubrin

El turbio corazón del DNU 70

Alejandro Garvie

Tesla recibe subsidios y recorta empleos