El 18 de mayo se celebró e l Día Internacional de los Museos. Lejos, muy lejos de las actividades habituales, los museos lo recordaron desde sus redes sociales. Diarios y revistas aprovecharon para entrevistar a sus directores sobre los protocolos de reapertura. Se habló de cantidad de visitantes por metro cuadrado, de rotar al personal, del fin de las grandes muestras por el costo de los seguros y las dificultades de circulación de obras, de estrategias digitales.
De lo que no se habla todavía es de las decisiones éticas, poéticas y conceptuales que podrían tomarse para que este cambio de ritmo y de escala sea también, y en el sentido contrario, un cambio de escala en el rol de los museos. Se trata de construir, con paciencia y cuidado, un espacio de relevancia social que trascienda el campo de la cultura, muchas veces autorreferente y sin dudas opaco para la mayoría en sus modos de validación más allá del paseo o del entretenimiento.
Esta experiencia planetaria nos obligó a mirar alrededor con ojos nuevos. Nuestra familia, nuestro entorno, el mundo tal como lo conocíamos, cobraron nuevo significado a partir de la incertidumbre desatada. Imaginamos un nuevo orden cuyas reglas y límites nos resultan imposibles de describir. Presentimos desafíos inéditos en nuestras vidas. En este contexto, a los museos se les presenta una oportunidad única.
Hay museos de arte, de ciencia, de historia, de juego. Muchos son pequeños; aunque algunos son grandes y tienen recursos, todos batallan con presupuestos que nunca parecen alcanzar. Algunos cuentan con un staff diverso y profesional; otros, con personal escaso y vocacional. Hablar de museos en plural cuando la realidad es tan diversa parece imposible. Sin embargo, los museos tienen un denominador común: son los templos del mundo contemporáneo, son espacios metafóricos en los cuales se guardan cosas que debiéramos mirar y se cuentan historias que debiéramos conocer.
El espacio que las contiene puede ser un lugar al que se acude buscando iluminación. Sobre nuestra historia, sobre la construcción de nuestra subjetividad, sobre los viajes de las ideas, sobre el descubrimiento de identidades ajenas. Un lugar para comprender. El desafío reside entonces en diseñar el formato adecuado para que el patrimonio brille con un valor agregado que involucra la importancia del encuentro y la conversación que allí sucede. Una conversación valiente, y por lo tanto atractiva.
Los museos son importantes porque son una zona de contacto entre el pasado, el presente y el futuro. Como tales, son extraordinarias cajas de herramientas simbólicas, espacios propicios para dotar de significado a las experiencias recientes y conectarlas con experiencias del pasado para rescatar de allí estrategias y soluciones. Pensemos a los museos como espacio de escucha atenta a lo que las comunidades necesitan a nivel espiritual. Imaginemos a los museos como espacios de cuidado, de salud, de bienestar. Museos que utilizan los objetos y las obras que preservan y estudian como detonadores de una conversación que multiplica y ordena esta nueva sensibilidad surgida de la emergencia. Imaginemos a curadores y educadores pensando recorridos a partir de palabras puente como incertidumbre, peste, cuidado, miedo, aislamiento. No debería sorprendernos el modo en que artistas y pensadores hablaron de estos temas a través el tiempo. Ensayemos otras palabras para generar una conversación perdurable: inmigrar, amor, belleza, tiempo, soledad, distinto, nuevo, desigual, espacio, naturaleza, prejuicio, frontera, libertad. Cada museo, cada ciudad, cada colección, tiene sus palabras, esas que resuenan en sus comunidades con más fuerza.
Llevemos ahora el ejercicio un poco más allá: imaginemos un lenguaje claro y simple de comprender, depurado de los giros y de las modas a los que el campo de la cultura es tan propenso; el lenguaje utilizado con precisión, economía y propósito. El modelo de comunicación de los museos ya está cambiando: la interacción con sus públicos en las redes sociales marca una nueva dinámica, más horizontal y democrática, en la cual el lenguaje se simplifica y la palabra fluye en ambas direcciones.
Memoria, inspiración, cobijo: es hora de que los museos se animen a dejar atrás la repetición, para rendir homenaje verdadero a los tesoros que custodian. Después de todo, a los artistas les importa menos ser reconocidos y legitimados por sus pares que trascender a fuerza de producir una interpretación acertada del mundo.
Publicado en La Nación el 6 de junio de 2020.