miércoles 24 de abril de 2024
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Complicidad o Negligencia: historiografía sarasa y retórica exculpatoria

Exequias manipuladas y revisionismos místicos

Un esplendor inusitado engalanó las calles porteñas a propósito de la partida de un héroe popular incontestado en su renombre. Extraña combinación de dolor y colorido, el entorno citadino desplegó sus brillos en conmemoración de un hecho de opacidad sin igual. Por supuesto, la gestación del acontecimiento público distaba de obedecer a la simple espontaneidad social. La genuina ola de aflicción ciudadana recibió inmediato cauce gubernamental. Junto, o mejor dicho “por detrás”, de la sincera movilización de las masas operaban disposiciones políticas pergeñadas para reconvertir el dolor general en poder personal. El pretendido mandamás ansiaba adueñarse del capital simbólico disponible en el padecimiento espiritual de la población, con objeto de insuflarle ánimo a un pueblo cada vez más perjudicado por el curso de los acontecimientos. Transferir carisma. Tal la meta estratégica que propalaba el esmero de espectacularidad en el acto de rememorar al ídolo caído.

Exacerbada la imagen beatífica del occiso por mor de su súbita partida y a caballo del consabido reflejo de enaltecimiento inercial ―la muerte dignifica―, en el profundo vacío dejado por la sustracción de la figura de referencia grupal yacía un monumental remanente de fulgor a ser adquirido. No cabe duda. La pompa con la que impregnó la organización del funeral de Dorrego (1829) le proporcionó a Rosas el diferencial requerido para consolidar su reciente llegada al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. Pocos años después, otro entierro, esta vez el de Facundo Quiroga (1835), le permitió alzarse con la suma del poder público y terminar de devolver al país a la edad media. El vigor demagógico dos veces extraído de lo exánime tornó posible encaminar los oscuros deseos del “Restaurador”: dar rienda suelta a su monumental sadismo autocrático y teñir el suelo patrio con el punzó de la sangre derramada. ¿Usted pensaba que hablábamos del cataclismo organizativo y la debacle sanitaria de la peronización del funeral de Maradona?

Nadie desconoce el imperativo psicológico lapidario (tanto por el protagonismo de las lápidas como por la afición a arrojar piedras) depositado en el mundo de las fantasías peronistas. Tierra de monumentalizaciones míticas reñidas con cualquier clase de rigor histórico (un usurero que remataba casas al amparo de la circular 1050 emitida por el Proceso militar terminó encarnando al Nestornauta como campeón de los Derechos Humanos) y olvidos calculados con el denuedo del enmascaramiento (¿Quién rememora en “el movimiento” a los mil desaparecidos de los Gobiernos peronistas entre 1973 y 1976?). En ese mundo de ensueños la tradición del PJ ensambla sendos componentes conforme lógicas de retroalimentación versera. La teatralidad justicialista le reserva un lugar de privilegio a la edificación de escenarios mortuorios (el régisseur Javier Grosman instala tablados populistas a la usanza de las picardías de Apold) como soporte ritual de narrativas heroicas donde, de carambola, la ejemplaridad del muerto ―ficticia o no, poco importa― refuerza el atractivo de los vivos (Él, Ella y ahora “ese”).

Lógico. Los cuerpos de creencias ganan esplendor de forma correlativa con la lustre de los cuerpos rígidos que les son asociados. La leyenda de “Evita Montonera” como numen espiritual del terrorismo idealista retrata acabadamente el alcance del embauque. El manejo oportunista del recuerdo adulterado por la épica falaz gira en torno a los restos mortales de quien por fortuna ya no está para opinar. Pero cuya herencia simbólica desata encarnizadas batallas sucesorias dada la opulencia del legado de prestigio. Anatomías físicas fenecidas que vivifican corporalidades políticas. El nexo bidireccional entre la muerte real como catalizadora de vida pública y el pulso gubernamental acelerado por defunciones de carne y hueso, estriba en la posibilidad del renacimiento grupal eclosionado por el sacrificio de un individuo irrepetible.

La cultura occidental ansía martirios, entendidos en su rigurosa acepción filológica: dar testimonio. Quien cae en pos de una creencia testimonia su abrazo existencial a ella con un gesto de desborde heroico. Tributarse en el altar de la convicción inmortaliza. Desde ya, entre el hecho y la interpretación de la posteridad media un mundo de distorsiones y resignificaciones en permanente mudanza, donde tallan la veleidad de los imaginarios sociales, las manipulaciones aviesas, los caprichos del azar y las sentencias aparejadas por los siempre provisorios desenlaces. Piénsese en la irreal genealogía San Martín/Rosas/Perón declamada hasta la histeria como linaje de honra. La filiación consiste en una astuta inversión operada contra las críticas endilgadas al “primer trabajador”. ¿Cómo se transformó un dicterio en elogio? Por vía de un ejemplo proverbial de prestidigitación ideológica acompañada por una adición tercera de tenor indiscutible. Ezequiel Martínez Estrada, Mario Bunge, Jorge Luís Borges, Alfredo Palacios y un sinfín de intelectuales horrorizados por los estropicios del primer peronismo postularon la asociación de la tiranía del siglo XX con la del siglo XIX. Lo más granado del pensamiento argentino zahería a Perón (bautizado como “tirano prófugo” luego de su poco heroica escapatoria) al equipararlo con el tirano prototípico de la historia argentina: Juan Manuel de Rosas.

Paradojas. La expansiva ebullición revisionista en la academia argentina no sólo reconvirtió al Restaurador en la figura dorada del nacionalismo religioso. La modificación en el signo evaluativo derivó en que la asimilación entre déspotas deviniera refuerzo litúrgico entre campeones de las causas nacionales, populares y eclesiásticas. El funambulismo historiográfico fue coronado con la transformación del binomio sacralizado en una trinidad santísima liderada por el indiscutible halo broncíneo que la imagen sanmartiniana proyecta en el sentir argentino. Insulto transmutado en loor y dúo denostado sustituido por trío ensalzado. Poco importó que Tulio Halperín Donghi y el resto de los historiadores más prestigiosos de nuestro país desmontaran hasta la invalidación las piruetas teóricas revisionistas. El relato peronizado del pasado nacional pervive lozano en nuestra neurosis conspiranoica de cabotaje. La crónica sarasa rejuvenece con mediocridad meridiana en los cuadernillos de adoctrinamiento secundario diseminados por el desgobierno de Kiciloff. El chamuyo de “la historia que no nos contaron”, al mejor estilo sensacionalista e infundado de Felipe Pigna, postula que nuestro fracaso se explica en complots ideados por extranjeros que ―desde siempre― (la eternidad de la conjura resulta clave en el bolazo) infiltran el suelo patrio con quintas columnas entreguistas al servicio de intereses sinárquicos.

Perón mismo retrató el talante de la confabulación transnacional cuando, bemoles del destino, descalificaba como “imberbes” a quienes poco antes había elevado hasta el firmamento de la audacia. En un renombrado discurso denunció sin ambages a “los que ingenuamente piensan que pueden copar nuestro Movimiento o tomar el poder que el pueblo ha reconquistado. Deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. A los enemigos embozados y encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos porque, cuando los pueblos agontan su paciencia; suelen hacer tronar el escarmiento”. En ese preciso momento ―la dirección de las acusaciones conspiranoicas suele ser transitoria―, una célula de cepa criolla al servicio de maquinaciones planetarias propagaba el virus “entrista” en el cuerpo del movimiento por fuerza de la replicación mimética.

Tan parecidos al resto de la grey justicialista, pero distintos hasta la enemistad cuando convino perseguirlos, la “soberbia armada” chocó de frente con la “patota sindical” explícitamente bancada por el líder. Los herederos gremiales del matrimonio Perón-Duarte litigaron a los tiros (literalmente) con los hijos naturales del amorío Perón-Cooke, buscando monopolizar el legado del progenitor todavía incómodamente vivo. El testamento político del patriarca agonizante contempló una cláusula especial de orden represivo. Como regalo de despedida, “el viejo” agasajó a las columnas de montoneros que osaron darle la espalda en la plaza con un obsequio para-estatal popularizado por su acrónimo pegadizo: AAA (los verdaderos herederos del patrimonio Perón-Perón). Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista…

Paranoia, resivionismo y apología

La diabólica colusión entre la conjura foránea de un gobierno mundial secreto abocado a destruirnos y el cobarde cipayismo de entrecasa, denominado en jerga peronista como “la puta oligarquía” (que, si pinta, bien puede incluir a los terroristas a quien antes se insuflaba temeridad), redunda en la metástasis de un tumor anti-patria enquistado en la fibra más íntima del “ser nacional”. Delirio populista arquetípico donde convergen sin orden ni concierto Rosas, los gauchos, los grupos indígenas, Gardel, Perón, la Mano de Dios y la figura de su vicario justicialista, pero margina como extranjerizantes a Sarmiento, Roca, La Constitución, Borges, Favaloro y Alfonsín. Esperpento mental con partes iguales de dogma de fe empleado como anabólico de la pedagogía militante y marco teórico de barricada esgrimido como chicana en cualquier debate. El injerto macaneador funciona desplegado a nivel subterráneo. ¿Cómo? Estructurando registros argumentales de carácter defensivo u ofensivo que: a) reportan la viga maestra de cualquier superchería exculpatoria; y/o b) asientan el pilar argumental de todo arrebato condenatorio.

Al fin y al cabo, pertrechado de la pseudo-autoridad científica que otorga el delirio de inventar boicots, Taiana pudo establecer dramáticas causalidades bicentenarias donde la democracia yacería a los pies de la perversa manipulación de turno. Quien fuera terrorista, luego canciller, ahora senador y mañana quién sabe qué, se dio el lujo de disertar en la Cámara Alta sobre los puentes delictivos que –según él- unen tragedias pasadas con Gobiernos legales y legítimos recientes. Refritando la trama infantil de innombrables intereses fácticos que en su malignidad imperialista insisten en interponer sabotajes unitarios y neoliberales, Taiana generó un antológico aporte al desconcierto: “A Dorrego lo hicieron fusilar los intereses financieros de la ciudad de Buenos Aires, los mismos que han apoyado al ingeniero Macri, a su Gobierno y nos han dejado en esta penosa situación”.

Para no ser menos extravagante que el montonero retirado, el también senador Parrilli ―honrando el sobrenombre soez que en su oportunidad le endilgó su jefa―; sostuvo que las resistencias al impuesto a las grandes fortunas rememoran las tensiones sociales previas a la campaña de los Andes. Más todavía, el ex jefe de inteligencia K también respaldó la contradictoria obligatoriedad “solidaria” de la exacción, en antecedentes verificados en la lucha de Güemes contra los realistas. En el mundo de las fantasías populistas, el gravamen, que a costa de una recolección exigua y una utilización vidriosa terminará por espantar definitivamente la inversión, trae del pasado las pretendidas mezquindades de los consabidos pudientes anti-patria. “En ese momento, todo el sector poderoso y rico de Cuyo se negó a hacer aportes y [San Martín] tuvo que recurrir a créditos forzosos y a la confiscación de bienes. También le pasó a Güemes. Las familias acaudaladas del Norte argentino también se negaban a contribuir. No quiero compararlos a ellos con nosotros ni mucho menos, pero quiero mencionar a quienes se negaban, que en la historia pasan a ser los mismos”. Si el Frente de Todos (FDT) parte del hecho que el patriciado del Oeste y el Norte del país escamoteó caudales urgentes para la materialización de las gestas patrióticas, en tren de erigir un federalismo fiscal sobre columnas de revisionismo histórico, tal vez cabría indagar en el oscuro proceso de formación de la inconmensurable fortuna de cierta oligarquía patagónica. Sería de interés público determinar tanto el origen real de los millones de dólares pingüiniles como el monto de las contribuciones “solidarias” a esperar de ellas. No sea cosa que justo los más pudientes de todos los argentinos terminen amarrocando por izquierda (en su acepción dual de posición política y manejo avieso).

Taiana proclama que Dorrego fue pasado por las armas “por los mismos que” produjeron la “tierra arrasada”. Parrilli señala que las objeciones de la aristocracia a entregar dinero para sostener los esfuerzos bélicos independentistas expresan canalladas perpetradas por “los mismos” que ahora se niegan a remediar los desastres provocados por la “tierra arrasada”. En otras palabras, ayer y hoy Argentina enrostra una oposición insensible a las necesidades históricas de liberación. Rejunte taimado donde se encarnan una y otra vez los intereses de “los mismos” grupos concentrados que, indiferentes a la monumental epopeya Sanmartiniana, Gaucha y Nac&Pop, luchan por mantener sus privilegios a costa de desfinanciar una proeza emancipatoria alumbrada por revolucionarios transtemporales. Inclusive existe una edición del apócrifo Plan Revolucionario de Operacioneserróneamente adjudicado a Mariano Moreno, donde el responsable del prólogo y el epílogo ―Mariano Saravia― equipara al numen de la Revolución de Mayo con Néstor Kirchner: “Nuestra última intención (…) es aproximar las vidas de dos jacobinos, resaltar las semejanzas de dos luchadores argentinos, como lo fueron Mariano Moreno y Néstor Kirchner” (página 117).

¿Hemos de pensar entonces que el peronismo representa la modalidad aggiornada del esmero independentista del siglo XIX? Mariano Saravia se inclina por esa lectura de la experiencia nacional cuando en la página 29 del libro citado observa: “Hacia noviembre de 1810, el Deán Gregorio Funes, diputado por Córdoba y ladero político de Saavedra, comenzó a operar una conspiración para incorporar a la Junta a los diputados del interior (…). Fue un verdadero protogolpe de Estado porque el Poder Legislativo ocupó el lugar del Ejecutivo. No ha de extrañarnos entonces que 200 años más tarde haya opositores en el Congreso de la Nación que más que dedicarse a dictar leyes, como es su función, se arroguen el papel de decidir el rumbo del Gobierno (…). Basta recordar que después de la derrota electoral del oficialismo el 28 de junio de 2009, una oposición totalmente heterogénea y hasta antagónica entre sí, se reunión con el sólo objetivo de poner todas las trabas posibles al funcionamiento normal del orden constitucional”. Los opositores a Moreno en los albores de nuestra historia (1810) revivieron en la oposición parlamentaria de 2010, renovándose en 2020 con el agregado de runners destituyentes, sojeros acauldalados y, por supuesto, opositores golpistas. En la historiografía sarasa la secuencia San Martín/Rosas/Perón amplía sus capítulos para incluir a Néstor como reencarnación de Moreno y a Cristina como… ella misma. Tamaña sandez histórica demanda recapitulaciones donde aquilatar con datos el verdadero tenor del legado justicialista.

El desastre institucional, las persecuciones políticas y las torturas practicadas entre 1946 y 1955 (donde la Reforma Constitucional corporativista de 1949 destaca cual arrebato supremo del fascismo argento); la locura terrorista desatada durante “la resistencia”; los mil desaparecidos entre 1973 y 1976, gentileza de la Triple A fundada por Perón, y la “juventud maravillosa” auspiciada por Perón; el amague de autoamnistía de Lúder en conjunción con los genocidas conocido como “pacto militar-sindical” en 1983, el desmantelamiento menemista de la base industrial perpetrado con el apoyo de una pareja santacruceña de entusiasmo antológico por la “revolución productiva y el salariazo”; la privatización menemista de YPF con Parrilli como miembro informante ante el Congreso de la Nación, mucho antes de cargar con el bolivariano mote de “pelotudo”; la confiscación y licuación de los ahorros conocida como el “corralón” duhaldista; la ruptura de los acuerdos internacionales/ default festejado en el Parlamento por el peronismo in toto junto a un presidente tan enardecido como fugaz (Rodríguez Saa); el desbaratamiento del sistema jubilatorio obrado por Boudou; la dilapidación de la matriz energética a fuerza de subvenciones (Kicillof); la estatización y el sobrepago de YPF (Kicillof bis, acompañado con el voto de Menem que de la pizza con champagne pasó al chavismo riojano). Tomemos aire. La cantinela prosigue…

El quebranto del país gracias a una cuarentena que sólo consiguió hacernos trepar al podio de los países con más muertes por millón de habitantes (Capitán Beto); la poda criminal de las jubilaciones so pretexto de “cuidar a los abuelos” (dúo dinámico Fernández/Guzmán); la disolución de cualquier esbozo de intangibilidad de los jueces (mayoría peronista de la Corte Suprema), y la asfixia a la sociedad con el impuesto inflacionario que, de yapa, castiga a los más pobres (justo a quienes el FDT dice representar). Desde la conceptualización acomodaticia del enfoque conspiranoico, la saga de estropicios justicialistas recibe tratamiento de causa libertaria. Autobombo cónsono con el enaltecimiento de la degradación de la Educación Pública a manos de Baradel; la demolición de las libertades y garantías constitucionales merced a Zanini, y la compulsiva denuncia de “neoliberal” contra todo lo distinto al más reciente capricho del frankenstein ideológico que conforma el peronismo caraqueño. Los subterfugios de amnesia selectiva de la memoria militante nac&pop dejan perplejo hasta al hipócrita más consumado. El único ensayo político de verdadera genética neoliberal, modelado a imagen y semejanza del consenso de Washington, remite a la década menemista. Período que, olvidos tácticos mediante, hoy nadie parece recordar que fue un Gobierno peronista apoyado con fanatismo por quienes ahora chapean con credenciales bolivarianas.

Efecto dominó y jaque a la reina

La edificación de la historiografía sarasa habilita el despliegue de una pedagogía populista compaginada con el acelerado proceso de pauperización argentino. La peronización curricular plantea una consigna estratégica donde los gremios luchan por fijar las pautas de los contenidos educativos al tiempo que politizan las reivindicaciones salariales: paraban constantemente contra Vidal, quien les aumentaba los sueldos por encima de la inflación, pero apoyan con fanatismo a Kicillof, cuyo Gobierno los condena a perder por paliza frente al aumento generalizado de precios. Para peor, cuando el sindicalismo peronista (valga la redundancia) promueve la idea que los docentes no regresen a las aulas genera un mensaje social inesperado. A diferencia de la Seguridad y la Salud, la Educación pasaría a ser un servicio “no esencial” y por lo tanto susceptible de relegación. Con el mismo envión sanitarista con que cierra aulas pero apelmaza un millón de personas en un funeral devenido cataclismo, el PJ blindado con una narrativa histórica proselitista cuenta con la aptitud de reformular el pasado en aras de acomodarlo como alegato del presente.

A diferencia de la Historia tomada como ciencia social rigurosa, la ductilidad de “la memoria” origina la consecuente plasticidad acomodaticia del “relato”. A lomos de una reconstrucción histórica de fisonomía partidaria, el abierto sesgo pejotista practicado en los rebusques revisionistas explota una cantera de material maleable con el cual articular una conveniente discursiva épica y exculpatoria. Practicar abordajes creativos sobre los acontecimientos pretéritos instaura un clima de opinión signado por la clave del cambalache, donde mística e inocencia denotan dos caras de una misma moneda falsificada. En el lisérgico crisol historiográfico donde Mariano Moreno precede a Néstor Kirchner en una genealogía revolucionaria metafísica, el Deán Funes podría jugar el rol de Cobos, mientras que Lavalle y Agüero presagiaron a, digamos…, Macri y Magnetto. En tamañas acrobacias asociativas también, o sobre todo, se cuecen explicaciones fraguadas ante injustificables escándalos de corrupción contemporánea.

La sedimentación cultural de una narrativa diseñada como andamiaje legitimador de la apropiación del erario público conduce al peronismo a circunstancias inverosímiles. La figura de Boudou en su papel de María Julia Alzogaray 2020, ambos de origen UCD devenidos PJ y condenados por amigos de lo ajeno, sintetiza el empalme de coincidencias cameleras desplegado entre historia deformada y proselitismo deformante. Sepultado por una avalancha de pruebas y condenado por todas las instancias habidas y por haber, la coartada del político rockero fija los cimientos de la penúltima defensa nac&pop (después veremos cuál será el corolario). Curiosidades de los hados propias de las cartas astrales elaboradas por Vilma Ibarra: Saravia en 2010 pontificaba contra el “protogolpe de Estado” ante lo que él entendía ―con su muy peculiar lectura del pasado― como un avasallamiento antirepublicano liderado por el Deán Funes como adlátere de Saavedra (a pesar de que en la época la República no existía como tal).

Una década más tarde, Boudou increpa al Poder Ejecutivo de la Nación (PEN) porque, luego de un año de gobierno, el presidente testimonial no logró revertir la deriva judicial que lo conduce al calabozo. Más todavía. La vicepresidente en funciones ejecutivas permanentes acusó a la Corte Suprema de “condicionar o extorsionar a este Gobierno. O lo que es peor aún: hacerlo fracasar”. ¿Será posible que Ella esté fundando una posición victimista para rebatir su eventual condena en la última instancia aduciendo “me quieren encarcelar porque revelé sus manejos autoritarios”? Que alguien le avise a Saravia que ahora el Padre Gregorio, Don Cornelio y toda la Junta Grande pasaron a ser de los buenos.

Frente al hundimiento jurídico de Boudou en el caso Ciccone, el peronismo bajo asedio legal apeló a la propaganda como último recurso. La solicitada Con lawfare no hay democracia integra en un único texto patriotismos populistas, persecuciones conspiranoicas, confabulaciones público-privadas y mistificaciones tan berretas que no toleran el más mínimo testeo. “La persecución política y el lawfare, como los que sufrió y sufre Amado Boudou por recuperar los fondos de las AFJP devolviéndolos a los jubilados y trabajadores, atenta contra un Estado de Derecho, que debe preservar la vida, las garantías y la libertad de las personas”. Recapitulemos. Boudou no quiso quedarse con una impresora de billetes para lucrar de manera ilícita con el Estado. En realidad, transita los tribunales porque, con vocación de Sargento Cabral, prestó su cuerpo como escudo de los intereses de los sectores vulnerables magullados por… ¡el mismo peronismo! Las AFJP como régimen de capitalización individual, creado en 1993 por la reforma previsional establecida en la Ley 24.241, representó otro invento privatizador de Ménem. La iniciativa reunió el respaldo de la totalidad del arco justicialista de la época. Movimiento hoy transmutado en unidad básica chavista que no cuestiona las elecciones fraudulentas de Venezuela. Aunque sí pone en entredicho las ecuatorianas. Pero dejemos en suspenso estos pequeños datos de color caribeño a fin de no desviarnos del quid de la cuestión.

Donde el expediente de Boudou naufraga por el peso impúdico de la evidencia acopiada en su contra, acaso prevalezca el espíritu sarasa del pasquín político por efecto de su potencia militante. El sendero de inconsistencias históricas reclama racconto para contextualizar la magnitud de la falacia albergada en el supuesto “lawfare”. En los 90 el peronismo neoliberal introdujo las AFJP en una reforma previsional, que luego el peronismo bolivariano desarmó en la subsiguiente reforma previsional ideada en los estertores del primer cristinato. Los caudales incautados a los adultos mayores auxiliaron el apuntalamiento del “vamos por todo”, en momentos en que la baja de la soja ya no podía costear la artificial fanfarria distributiva del segundo gobierno de Cristina. Atrapados en el tercer capítulo de la serie “los gobiernos de Ella” asistimos a la nueva entrega de la apasionante novela de “las reformas previsionales justicialistas”. En el episodio de 2020 del culebrón no se discute régimen privado vs público. Directamente les recortan los haberes a los jubilados a fin de, Dios sabrá cómo, mejorarle las condiciones de vida. Si no fuera su propio gobierno quien comete el criminal atropello contra los abuelos, Dady Brieva repetiría con indignación: “Con los jubilados no”, desde su departamento revolucionario en Puerto Madero.

Sin sonrojarse por las inconsistencias de su propia fantasía, la “orga” peronista, ayer privatizadora, luego estatizadora y ahora ajustadora, patalea para no ahogarse ante su electorado. ¿Cómo? Explicando a sus votantes que el artífice del saqueo K contra los ahorros de los pasivos y proyecto fallido de impresor privado de moneda de curso legal, purgará su pena en una cárcel por haber protagonizado un duelo a muerte contra los poderes fácticos. Quien antaño compartía escenario con músicos adosados al presupuesto estatal ahora enhebra una defensa judicial encastrando argumentos del más rancio abolengo revisionista. Cuando denuncia que estos son “los tiempos en que las corporaciones están ejerciendo todo su poder y toda su fuerza”, sin duda la razón lo asiste. La tentacular corporación peronista presiona por todos los flancos para impedir que el adorable guitarrero y motociclista de los desposeídos con pasado junto a Alsogaray, presente mediático y futuro a la sombra, no siente las bases para ulteriores ingresos penitenciarios de antiimperialistas enriquecidos en el poder.

De fondo el problema no es la negociación con el Fondo. Tampoco la inflación acumulada y a punto de dispararse a la estratósfera (franja del firmamento donde ayer nomás paseaban las promesas menemistas de viajes espaciales). Mucho menos la ampliación del mundo de la pobreza, en tanto y en cuanto el voto conurbánico siga recalando en el amarradero del PJ. Toda la agenda política oficialista, y por extensión nacional, queda supeditada al cumplimiento exprés de una única prioridad de exoneración: Ella no puede ir presa. He allí la pulsión de todos los desvelos del FDT y el origen de las ojeras del presidente testimonial. Si el exvicepresidente termina tras las rejas, se planta un incómodo antecedente patibulario para la actual vicepresidente. La importancia de desmantelar el pasado para reorganizarlo en sentido apologético responde al mandato idealista de no caer en cana. Salvar a Boudou significa proteger a Cristina. Con ese objetivo en mente transcurren los delirios más recientes de la vertiginosa reescritura de la experiencia nacional.

La meta última consiste en edificar una historia por completo mendaz pero absolutamente solidaria con las demandas del aciago presente procesal penal. El pase de manos populista apunta a sustituir el vigor de la evidencia judicial por la fuerza de la convicción camporista. La confección de una perspectiva heroica propende a reemplazar los juicios desarrollados a derecho y conducentes a sentencias o absoluciones, por juicios históricos cuyos fallos sólo obedezcan a principios de retórica militante. Descoyuntar las complejidades del pasado supone el paso necesario para ensamblar un ulterior gólem saturado de maniqueísmos. Los claroscuros, sinuosidades, vaivenes y contradicciones de la andadura argentina claudican ante una historización simplificada, donde buenos y malos se agrupan en atención a las necesidades políticas contemporáneas y conforme a lo dictado por una dialéctica revolucionaria tan existencial como imaginaria.

La pregunta peronista por lo sucedido dista del genuino interrogante histórico. Antes bien, el perfil de la incógnita por lo ocurrido se recuesta sobre la necesidad de contar las cosas de la manera requerida para reforzar el proselitismo y, más específicamente, para desplegar un manto de inmunidad sobre las conductas delictivas de determinados “compañeros”. ¿Pero de qué historia estamos hablando al fin y al cabo? De aquella construida a imagen y semejanza de los ensueños de Cristina. Sólo así resulta tentativamente viable su inverosímil acto de autoamnistía (dicho con el debido permiso del peronismo de 1983 y la cúpula militar genocida). Ella misma determinó la extinción de sus causas cuando apeló a una paráfrasis de origen castrista anclada en un estallido de reivindicación: “la historia ya me absolvió”.

Sancionar el sentido de lo pretérito según los afanes electorales del presente acude a minimizar el riesgo judicial sembrado en el futuro. Pero con insistencia empacada, en las brumas de un mañana liberado de presiones facciosas se asoma la posibilidad de desenlaces amargos para la abogada exitosa que no ejerció jamás su profesión. El temor por Boudou radica en su posible función de espejo que adelante. ¿Si cae el rockero puede precipitarse la doctora? La consabida secuencia de aprisionamientos permite retratar una correlación ascendente en la cadena de mando político-delictual. Presos varios secretarios de Estado (Jaime, Schiavi y López), un ministro (De Vido, jefe directo de los tres secretarios antes mencionados) y el vicepresidente (Boudou), una elemental disquisición concluiría por determinar la identidad de la siguiente persona en la seguidilla criminal. El encadenamiento de transfugueadas, tan palmario que abruma por su obviedad, obedecería a una lógica autoevidente. Si la corrupción habitó en todos los estratos del PEN del segundo cristinato, los grados de responsabilidad, participación, indiferencia o desconocimiento de la situación por parte de la cabeza del armado punguista se resumen en dos alternativas: complicidad o negligencia.

La simplicidad del razonamiento lo torna implacable. O formó parte de una red mafiosa, y por lo tanto debe enfrentar las consecuencias jurídicas de sus actos, o su miopía la transforma en la persona más inepta de la historia que haya disfrutado de un poder casi absoluto. ¿Partícipe y líder de un entramado de corrupción sistémica o irresponsablemente desprevenida de la fiesta cleptocrática que ocurría en su entorno inmediato? Como fuere, el destino carcelario del guitarrista suplente de La mancha de Rolando concluiría la edificación de un cerco público. ¿Quién en su sano juicio podría suponer inocente de toda culpa y cargo a la ex presidente de la Nación si todos, absolutamente todos los principales funcionarios que de ella dependían, están presos por ladrones? Cuando declama su absolución a la luz de la historia, se exculpa merced a un pasado rehecho a su entera conveniencia. La trapisonda supone eludir la fuerza de los hechos incontrovertibles mediante la potencia del verso. Cuando Cristina ataca a la Justicia no sólo atenta contra la ética republicana. En la invectiva manifiesta la clásica inquina del autócrata insatisfecho: embiste contra el único poder que no controla del todo. Frustración de no lograr coronar sus fantasías de dominación totalitaria con el éxtasis de lo tiránico.

Su patológico “rosismo interruptus” no agota el significado de su hostilidad postal. Lo más relevante de la agresión al Máximo Tribunal por no comportarse del todo como “El Tribunal de Máximo” se desdobla en materia de estrategia mediática. La maniobra responde a una disposición de orden preventivo: anticipa las jugadas del adversario con objeto de contrarrestarlas. ¿Cómo? Adelantando una pieza de propaganda hasta ocupar un casillero de martirización desde donde proclamar: “La Corte me condena porque desenmascaré su vocación antidemocrática”. Cual efecto dominó, la caída (en cana) de las sucesivas fichas (sus funcionarios) vaticina escenarios adversos (no se lea “alverso”) cuya prevención epistolar urge cual reflejo de supervivencia. El desmoronamiento generalizado de las koartadas (sic) mandó a la leonera a todas las piezas centrales del ajedrez kirchnerista. La prosecución del desplome incluso amenaza con poner en jaque al principal bastión populista: Ella. Si cae la reina, no sólo se perderán las partidas electorales de 2021 y 2023. El tablero populista colapsará. ¿Tendrá el PJ su 2001 a causa de las causas corrupción? 

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