La flamante presidenta de México es toda una novedad político cultural para su país que es católico y tradicionalmente machista. En la científica y la militante tenaz el progresismo tiene depositadas grandes esperanzas para México y la región.
Sheinbaum, ex alcaldesa del DF, de 61 años, recibió casi el 59 por ciento de los votos, según resultados preliminares de la oficina electoral, será la primera mujer en gobernar la segunda economía más poderosa de América Latina, luego de 200 años de historia constitucional.
Su discurso es conciliador pero firme, tal vez debido a la tranquilidad que le da su respaldo popular y una mayoría en la legislatura que le permitirá – si quiere – llevar adelante reformas que su antecesor y mentor – Andrés López Obrador – no pudo cristalizar. Una señal: mantiene en su cargo al actual Secretario de Hacienda y Crédito Público de México, Rogelio Ramírez de la O.
En su campaña propuso una plataforma de propuestas llamadas 100 pasos para la transformación, en las que promete terminar la tarea iniciada por AMLO desde el partido MORENA.
“Claudia” como se la llamó durante la campaña, ha alternado entre dos aspectos de su personalidad. Por un lado, es una física egresada de grado y maestría en la UNAM con doctorado en Berkeley, especializada en ciencias ambientales, lo que le da un cariz pragmático; y por el otro, es una activista de izquierda desde hace mucho tiempo, una aliada cercana y defensora de López Obrador – y sus iniciativas – una figura que llegó al poder prometiendo representar a los escalones más bajos de la sociedad mexicana, que fue beneficiada directamente durante el gobierno de AMLO con un aumentó del gasto social a un nivel histórico.
Pero se ha diferenciado del presidente saliente que ya ha anunciado su retiro de la política. Durante la pandemia de COVID-19, como alcaldesa del DF – de unos 9 millones de habitantes -adoptó un enfoque diferente, una perspectiva científica, diferente al que AMLO impulsó desde el gobierno nacional.
Entonces surge la posibilidad de que munida de ambas características, la flamante presidenta pueda tener una buena relación con su dominante vecino del norte – sea quien sea el que gobierne, aunque mejor que sea Joe Biden – apertura para relacionarse con Europa y el resto de América Latina en términos de integración política y comercial y, a la vez, representar los intereses de los más necesitados en su país.
Algunos prefiguran el surgimiento de una Ángela Merkel que traiga estabilidad y crecimiento en épocas de turbulencia – y extrema violencia política en México – en las que las propuestas de ultra derecha aparecen como soluciones rápidas y efectivas en muchas partes de la región.
La inmigración, el narcotráfico, la conversión a energías limpias y el apaciguamiento del conflicto con la división de poderes que avivó AMLO, son algunos de los desafíos, a los que siempre se le suma lograr que la economía avance y mejore la condición de los más rezagados.
Otros avizoran la posibilidad de que México marche hacia la reedición del Partido Revolucionario Institucional (PRI), con una fuerte ideologización que termine con la división de poderes y emule al gobierno de China que se propone hoy ante el mundo como rector de un nuevo orden que incluye su esquema político de democracia centralizada, de partido único.
Pero México ya pasó por esa experiencia. Durante casi 70 años, el PRI gobernó el país, ocupando la presidencia, las gobernaciones y el Congreso. Pero eso es poco probable esa reedición porque la propia Sheinbaum se cuenta entre los estudiantes que militaron por la democratización de la vida mexicana durante los años finales del PRI en los que estuvo en las filas del Partido de la Revolución Democrático (PRD), un partido de izquierda que desafiaba al PRI.
Con el triunfo de Scheinbaum, las dos economías más poderosas del Cono Sur – Brasil y México – comparten una sintonía política importante como para conformar un polo de atracción hacia el progresismo en la región y como antídoto a nefastas experiencias conservadoras que se están desplegando en países en donde la democracia misma está en peligro.
Ni hablar del hecho de ser la primera mujer presidenta de su país en momentos en que los experimentos de raigambre conservadora en Sudamérica están abandonando, incluso, políticas de género y diversidad en favor de una visión medieval de la sociedad del siglo XXI.