miércoles 4 de diciembre de 2024
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¿China prefiere a Harris o a Trump?

Por qué los estrategas chinos ven poca diferencia entre ambos

Por Wang Jisi, Hu Ran y Zhao Jianwei

Traducción Alejandro Garvie

En las últimas semanas, los cambios en la campaña electoral estadounidense han atraído una enorme atención mundial. Incluso antes de que comenzara el verano boreal, los países ya estaban sopesando las consecuencias del regreso del expresidente Donald Trump a la Casa Blanca y, a la inversa, lo que podría traer un segundo mandato del presidente estadounidense Joe Biden. Para muchos países, estas dos posibilidades presentaban perspectivas marcadamente diferentes para la geopolítica y para el futuro papel de Estados Unidos en los asuntos mundiales.

En julio, se produjeron nueve días extraordinarios en los que Trump estuvo a punto de ser asesinado y Biden anunció abruptamente que no buscaría la reelección. Estos acontecimientos, que trastocaron la carrera presidencial estadounidense para ambos partidos, han creado más incertidumbre sobre el rumbo que tomará Estados Unidos en el futuro. Muchos países ven una divergencia cada vez más marcada entre la continuación prevista de la política exterior internacionalista de Biden bajo la presidencia de Kamala Harris y una estrategia mucho más aislacionista bajo la reelección de Trump y su compañero de fórmula, J. D. Vance.

Sin embargo, desde China la visión es algo diferente. Hace ocho años, el primer gobierno de Trump introdujo un enfoque mucho más confrontativo en las relaciones con Beijing, que a muchos observadores chinos les resultó desconcertante. En lugar de tratar a China como un socio comercial y a veces un rival, Estados Unidos comenzó a llamarla una “potencia revisionista”, un competidor estratégico e incluso una amenaza. Más sorprendente aún es que, a pesar de los cambios de tono, el gobierno de Biden ha reforzado ese cambio e incluso lo ha llevado más lejos en algunas cuestiones. De hecho, parece haber un consenso bipartidista en Washington de que ahora hay que tratar a China como un adversario importante, y un contingente cada vez mayor de analistas aboga por un marco de guerra fría.

Para los observadores chinos, en lugar de ofrecer enfoques alternativos para su país y el mundo, los dos principales partidos estadounidenses reflejan un enfoque general hacia China que ha surgido en los últimos años y que está fuertemente influenciado por las preocupaciones políticas internas de Estados Unidos. Lo que es más importante que las opiniones de cada partido son las diversas gradaciones del análisis estadounidense de China y lo que podrían significar en la práctica. La mayoría de los observadores chinos no esperan cambios significativos en la política estadounidense hacia China, pero están tratando de entender qué corrientes del pensamiento actual en Washington pueden llegar a ser predominantes.

JUGANDO PARA EL PÚBLICO LOCAL

Debido a la estructura política de China y a la estrecha gestión gubernamental de la opinión pública china, es difícil comprender cómo los dirigentes de Pekín ven y reaccionan al debate estadounidense sobre China. Sin embargo, se pueden hacer algunas observaciones generales sobre las fuerzas que muchos en China consideran que impulsan ese debate. En primer lugar, las acciones externas de un país tienden a reflejar su política interna. Este fenómeno parece ser especialmente cierto en Estados Unidos, donde los principales debates internos pueden fácilmente desbordarse hacia los asuntos exteriores y ha llegado a desempeñar un papel particular en la forma en que Washington aborda a China.

Así, tanto el mantra de Trump de “Estados Unidos primero” como el lema de Biden de “política exterior para la clase media” demuestran vívidamente la estrecha relación entre la política interna y la política exterior de Estados Unidos. Después de que Trump asumió el cargo, el clima político profundamente polarizado en Estados Unidos dio forma a su política exterior, en particular hacia China. El enfoque de “Estados Unidos primero” fue en gran medida una respuesta a las preocupaciones de los votantes estadounidenses sobre la globalización y la inmigración. Como resultado, la administración Trump elevó barreras comerciales, restringió la inmigración y limitó la participación de Estados Unidos en organizaciones internacionales, priorizando los intereses económicos y la seguridad nacional de Estados Unidos.

Sin embargo, el gobierno de Biden también ha dejado en claro que sus decisiones de política exterior tienen como objetivo alinearse con los intereses de los votantes en el país y que la prosperidad de los estadounidenses comunes también tiene una dimensión internacional. Por lo tanto, la política exterior de Biden comparte consideraciones políticas similares con la de Trump, ya que apunta a reequilibrar las políticas industriales nacionales y las reglas económicas internacionales para promover los intereses nacionales. Algunas cuestiones estadounidenses tienen componentes tanto internos como externos. Una afluencia continua de inmigrantes no solo es una fuerza impulsora detrás de la prosperidad de Estados Unidos, sino que también afecta su seguridad fronteriza y sus relaciones con el mundo exterior. Desde el gobierno de Trump, la crisis del fentanilo en Estados Unidos ha requerido la cooperación con China, y China ha respondido positivamente. Sin embargo, los miembros del Congreso siguen culpando a China por el fentanilo que ingresa a Estados Unidos desde México.

Una segunda característica de la política exterior estadounidense, en los últimos años, es el creciente papel que desempeña China en ella. Aunque el conflicto armado de Rusia con Ucrania y la guerra de Israel contra Hamás en Gaza atraen mucha atención, China sigue siendo la máxima prioridad en la pronunciada estrategia global de Washington. En esta coyuntura crítica, muchos estrategas estadounidenses están renovando los llamados a que Washington acelere su giro hacia Asia. Por ejemplo, en su nuevo libro, Lost Decade (La década perdida), los analistas de política exterior Robert Blackwill y Richard Fontaine sostienen que las administraciones de Obama, Trump y Biden, de diversas maneras, no han logrado desarrollar políticas sólidas y coherentes hacia China y el resto de Asia. A pesar de los desafíos que siguen enfrentando Estados Unidos en Europa y Oriente Medio, sostienen, es crucial que las autoridades estadounidenses aceleren el giro enfocado en Asia.

La importancia de la política hacia China ya ha quedado clara en la contienda presidencial estadounidense. Ambos partidos compiten por producir la retórica más enérgica sobre la adopción de medidas duras contra Pekín y la limitación de su papel global. Y esto apunta a otra característica del debate estadounidense sobre China: en el actual contexto político estadounidense, la tradicional dicotomía de “palomas” y “halcones” no puede captar las complejidades de las percepciones estadounidenses sobre China. Dado el amplio consenso bipartidista de que China plantea un gran desafío, es más significativo examinar la gama de perspectivas políticas que han surgido dentro de esta visión general.

UN DEBATE A TRES BANDAS

Desde lejos, los estrategas estadounidenses en relación con China pueden dividirse en tres grandes escuelas. La primera podría llamarse la de los Nuevos Guerreros de la Guerra Fría. Los miembros de este grupo creen que la rivalidad entre Estados Unidos y China es un juego de suma cero y que Washington y Pekín están enfrascados en una guerra fría que exige tácticas aún más agresivas por parte de Estados Unidos. Como argumentaron en Foreign Affairs el ex asesor adjunto de seguridad nacional Matt Pottinger y el ex congresista Mike Gallagher, la competencia con China “debe ganarse, no gestionarse”. Para plantear este argumento, ellos y otros se han basado en el ejemplo del presidente estadounidense Ronald Reagan, que estableció la amenaza soviética como máxima prioridad para lograr la victoria en la Guerra Fría.

La segunda escuela podría ser descrita como la de los Gestores de la Competencia. A diferencia de los nuevos guerreros de la Guerra Fría, quienes pertenecen a este grupo sostienen la idea de que la rivalidad entre Estados Unidos y China no es un juego de suma cero y, en consecuencia, que es esencial tener una estrategia para coexistir con China. Los orígenes intelectuales de este enfoque se pueden rastrear hasta un artículo que Kurt Campbell y Jake Sullivan escribieron para Foreign Affairs en 2019, antes de que ambos se unieran a la administración Biden. Como argumentaron, la contienda con China es “una condición que debe gestionarse en lugar de un problema que debe resolverse”. Junto con Rush Doshi, quien fue subdirector sénior para Asuntos de China y Taiwán en el Consejo de Seguridad Nacional desde 2021 hasta principios de 2024, y otros, sugieren que la mejor estrategia de Washington hacia China es liderar con competencia, seguida de ofertas de cooperación.

El tercer grupo podría ser el de los acomodaticios. Aunque comparten la aversión de las otras escuelas por el sistema político chino y su influencia global, tienden a estar más preocupados que sus contrapartes por la posibilidad de que la competencia se transforme en confrontación. Como figuras prominentes de este grupo, los especialistas en relaciones internacionales Jessica Chen Weiss y James Steinberg están en contra de librar una guerra fría con China porque las guerras frías son inherentemente peligrosas. En su opinión, Pottinger y Gallagher ofrecen un llamamiento ilusorio a la victoria, porque “los esfuerzos de Estados Unidos por generar cambios mediante la presión tienen la misma probabilidad de consolidar un régimen autoritario que de debilitarlo”. Chen Weiss y Steinberg sostienen que, por lo tanto, a Pekín y a Washington les conviene reducir el riesgo de guerra y cooperar en cuestiones de interés mutuo, como el cambio climático y la salud pública.

A pesar de esta diversidad de opiniones, las tres escuelas coinciden en que China plantea un desafío importante a Estados Unidos y en que la política estadounidense hacia China necesita bases bipartidistas para tener éxito. Sin embargo, no parece haber una opinión predominante en Washington sobre qué enfoque es mejor o sobre qué aspecto del desafío (político, militar, económico o de gobernanza global) es más grave. Para Pekín, este debate sin resolver ha significado que es crucial entender cómo estos diferentes enfoques están influyendo en las políticas estadounidenses y, específicamente, cómo podrían dar forma a la administración estadounidense entrante.

DIFERENTES TÁCTICAS, MISMOS OBJETIVOS

Los estadounidenses pueden verse tentados a preguntar si China prefiere un gobierno de Harris o un segundo gobierno de Trump, o, en términos más generales, si prefiere a los demócratas o a los republicanos. Después de todo, en 1972, el presidente Mao Zedong le dijo al presidente Richard Nixon que le gustaba la derecha política en Estados Unidos y otros países occidentales. Aunque Mao no explicó el motivo de esa preferencia, parece probable que considerara que Nixon y otros líderes occidentales de tendencia derechista prestaban más atención a los intereses económicos y de seguridad de sus países, mientras que los políticos de izquierda tendían a basar sus políticas en la ideología y los valores políticos.

Sin embargo, es difícil juzgar si los demócratas o los republicanos han hecho una mayor contribución a las relaciones entre Estados Unidos y China. Por ejemplo, aunque Nixon, un republicano, fue el primero en romper el hielo con China, fue el presidente Jimmy Carter, un demócrata, quien decidió establecer relaciones diplomáticas con Pekín. Desde la fundación de la República Popular China en 1949, ha habido siete presidentes demócratas y siete presidentes republicanos en Estados Unidos, y bajo ambos mandatos se han producido importantes avances y crisis en las relaciones bilaterales.

La misma incertidumbre se aplica hoy a las evaluaciones chinas de ambos partidos. Cuando Trump asumió el cargo, en 2017, su principal preocupación respecto de China era el enorme déficit comercial estadounidense y, por primera vez en la historia de Estados Unidos, el déficit, así como la ventaja tecnológica de China, fueron tratados como un asunto de seguridad nacional. La administración Trump no sólo etiquetó a China como una “potencia revisionista” y un competidor estratégico, sino que también identificó al Partido Comunista Chino como una amenaza al estilo de vida estadounidense y al “mundo libre”. Con una estrategia agresiva pero inconsistente de “gobierno en su conjunto”, la administración Trump se propuso competir con China y enfrentarla en casi todos los temas.

En materia de comercio, el gobierno de Trump comenzó con aranceles punitivos a las importaciones chinas y luego amplió su campaña para incluir un mayor escrutinio y restricciones a las inversiones chinas, controles más estrictos a las exportaciones de alta tecnología y acciones dirigidas contra empresas chinas específicas con gran presencia en el exterior, como Huawei. En materia de seguridad, el gobierno de Trump también tomó nuevas medidas para mantener la supremacía estadounidense en lo que los estrategas ahora llaman sistemáticamente la región del “Indopacífico”, un término geográfico que antes se había usado sólo ocasionalmente. El gobierno de Trump dio a Taiwán garantías especiales de seguridad y restó importancia a la política de larga data de “una sola China”; invirtió nuevos recursos en el Quad (la agrupación de Australia, India, Japón y Estados Unidos) en un esfuerzo por equilibrar colectivamente a China; e intensificó las actividades militares estadounidenses en el Pacífico occidental para desafiar las reivindicaciones territoriales de China.

En cuanto a la relación política entre Estados Unidos y China, Trump no tenía opiniones ideológicas rígidas sobre el sistema y el liderazgo chinos, pero permitió que los funcionarios de su administración y el Congreso de Estados Unidos criticaran estridentemente al partido gobernante de China y su gobernanza interna, en particular sus políticas hacia Xinjiang y Hong Kong. Y cuando su administración adoptó una narrativa más amplia de “amenaza china”, dañó severamente los intercambios académicos, científicos y sociales entre los dos países que habían existido durante décadas. En la diplomacia multilateral, Washington también comenzó a demonizar a Pekín y a contrarrestar enérgicamente su influencia internacional, tratando de limitar el creciente papel global de China en su Iniciativa del Cinturón y la Ruta y en su creciente participación en los organismos de las Naciones Unidas.

En 2020, en medio de un complicado año electoral en Estados Unidos, la propagación de la pandemia de COVID-19 aceleró la espiral descendente de las relaciones entre Washington y Pekín. La administración Trump culpó de la crisis de salud pública al gobierno chino, suspendió la mayoría de los diálogos bilaterales y adoptó una postura hostil hacia la propia China. En julio de 2020, el gobierno estadounidense incluso ordenó el cierre del consulado general de China en Houston, acusándolo de ser un “centro de espionaje y robo de propiedad intelectual”.

En general, la administración Trump mantuvo un cierto grado de flexibilidad hacia China. A pesar de sus aranceles punitivos y otras medidas, se mantuvo abierta a las negociaciones comerciales y demostró cierta voluntad de llegar a acuerdos en cuestiones espinosas como la competencia tecnológica y Taiwán. Además, el lema “Estados Unidos primero” también significó que Washington tenía menos credibilidad e influencia a la hora de coordinar con otros países sus propias políticas hacia China, con el resultado de que la administración Trump no construyó ni lideró un frente multilateral fuerte para contrarrestar a China. Esto alentó una percepción popular entre algunos comentaristas chinos de que Trump estaba principalmente interesado en los beneficios comerciales y en llegar a un acuerdo con China. En noviembre de 2017, Trump realizó una visita de Estado a Pekín (una medida que Biden no ha tomado durante su administración) y en enero de 2020 firmó un acuerdo comercial de fase uno con China para comenzar a resolver las tensiones comerciales. Al final de la presidencia de Trump, muchos en Estados Unidos caracterizaron la guerra comercial de su administración con China como un fracaso.

Pese a todas sus supuestas diferencias con la administración Trump, la administración Biden ha mostrado una notable continuidad con su predecesora en lo que respecta a China. Principalmente, Biden ha consolidado la orientación generalmente adversaria de las políticas de la era Trump mediante un enfoque más sistemático y multilateral, que su administración ha llamado “invertir, alinearse y competir”. En su primer discurso de política exterior, en febrero de 2021, Biden calificó a China como el “competidor más serio” de Estados Unidos y se comprometió a “abordar directamente” los desafíos que planteaba a la “prosperidad, la seguridad y los valores democráticos” estadounidenses.

Por ello, Biden ha trabajado en estrecha colaboración con el Congreso para implementar inversiones en infraestructura a gran escala y políticas industriales destinadas a hacer que Estados Unidos sea más competitivo y menos dependiente de China. Para competir mejor en tecnologías avanzadas, la administración Biden también ha buscado controles de exportación más estrictos, nuevos aranceles a los productos de tecnología verde de China y esfuerzos internacionales más coordinados, como la alianza Chip 4, una asociación de semiconductores entre Japón, Corea, Taiwán y Estados Unidos.

En Asia-Pacífico, el gobierno de Biden ha intensificado su presencia militar en el estrecho de Taiwán y el mar de China Meridional y ha añadido una dimensión económica regional a las alianzas de seguridad asiáticas de Estados Unidos. Biden también ha convocado a los líderes del G-7 para impulsar la iniciativa Build Back Better World y la Alianza para la Infraestructura y la Inversión Global, ambas destinadas a ofrecer una respuesta occidental a la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda de China. Impulsada por los crecientes vínculos de China con Rusia en medio de la guerra en Ucrania, el gobierno de Biden ha impuesto sanciones a las empresas chinas que comercian con Rusia. Washington también ha dado a la contienda con China una nueva capa de ideología –lo que el gobierno llama “democracia versus autocracia”– en un esfuerzo por construir una gran alianza contra Pekín.

Aunque ha competido ferozmente con China, la administración Biden ha mantenido canales regulares de comunicación de alto nivel y ha seguido explorando áreas de cooperación. A pesar de su énfasis en lo que considera la influencia política de China, el equipo de Biden ha tomado medidas para despolitizar y restablecer los intercambios académicos y sociales bilaterales, como poner fin a la Iniciativa China de la administración Trump, una controvertida ofensiva contra los investigadores de Estados Unidos que tenían contactos con entidades chinas. Biden también se reunió directamente con el presidente chino, Xi Jinping, en Bali (Indonesia), en noviembre de 2022, y en San Francisco en noviembre de 2023, en las que ambos líderes se comprometieron a mantener una relación bilateral estable y saludable.

GRANDES TERRENOS O AMPLIAS COALICIONES

Los estrategas chinos no se hacen muchas ilusiones de que la política estadounidense hacia China pueda cambiar de rumbo en la próxima década. Teniendo en cuenta las encuestas de opinión pública en Estados Unidos y el consenso bipartidista sobre China en Washington, suponen que quienquiera que sea elegido en noviembre de 2024 seguirá priorizando la competencia estratégica e incluso la contención en la estrategia de Washington hacia Pekín, y la cooperación y los intercambios pasarán a un segundo plano.

Es casi seguro que una nueva administración Trump adoptaría una política comercial más agresiva hacia China. Trump ya ha propuesto un arancel del 60 por ciento sobre todos los bienes fabricados en China, así como revocar el estatus permanente de relaciones comerciales normales de China, que le otorgaba condiciones comerciales favorables y no discriminatorias y acceso al mercado desde el año 2000. También ha pedido una doctrina de “gran patio, cerca alta” –una expansión explícita del concepto de “patio pequeño, cerca alta” de la administración Biden, que solo protege las tecnologías críticas y emergentes con medidas de seguridad sólidas– para permitir un desacoplamiento tecnológico más amplio de China.

De todos modos, dada la predilección de Trump por los acuerdos, podría decidir buscar acuerdos bilaterales con Pekín sobre bienes de consumo, energía y tecnología. También podría intentar usar la cuestión de Taiwán como moneda de cambio para ganar influencia en otras áreas, como ofrecer restringir las acciones provocadoras de Taiwán a cambio de que Beijing acepte un acuerdo en materia comercial. Pero es muy poco probable que China acepte un acuerdo de ese tipo, y los asesores de política exterior de Trump también podrían oponerse. Una vez más, con su preferencia general por la diplomacia bilateral en lugar del multilateralismo, Trump también podría ser menos capaz de movilizar aliados y socios contra China y podría buscar un acuerdo separado de Estados Unidos con Rusia, un socio estratégico incondicional de China.

Por su parte, una administración Harris, suponiendo que mantuviera gran parte del enfoque de Biden, probablemente intensificaría la competencia estratégica con Pekín y consolidaría los esfuerzos de Biden por construir una coalición de países occidentales y asiáticos para contrarrestar a China. En comparación con las políticas arbitrarias y caprichosas de Trump, estas estrategias probablemente seguirían siendo más organizadas y predecibles.

Sin embargo, en general, desde una perspectiva china, las políticas de un nuevo gobierno de Trump y de un gobierno de Harris hacia China probablemente serán coherentes desde el punto de vista estratégico. Como presidentes, ambos candidatos presentarían desafíos y desventajas para China, y ninguno parece querer un conflicto militar importante o cortar todos los contactos económicos y sociales. Por lo tanto, es poco probable que Pekín tenga una preferencia clara. Además, China tiene fuertes incentivos para mantener una relación estable con Estados Unidos y evitar la confrontación o las grandes perturbaciones. Dadas las sensibilidades políticas en torno a las elecciones y las relaciones entre Estados Unidos y China, cualquier acción china para interferir probablemente sería contraproducente.

A medida que se calienta la carrera presidencial estadounidense de 2024, los funcionarios de Pekín han hecho comentarios cautelosos y reservados al respecto, y los funcionarios del gobierno han descrito la elección como “un asunto interno de Estados Unidos”. En una conferencia de prensa en julio, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, Lin Jian, destacó que China “nunca ha interferido y nunca interferirá en las elecciones presidenciales de Estados Unidos”. Sin embargo, Lin también dijo que el gobierno chino “rechaza firmemente a cualquiera que haga de China un problema y dañe los intereses de China con fines electorales” y que los dos partidos políticos estadounidenses “no deben difundir desinformación para vilipendiar a China y no deben convertir a China en un problema”. Eso indica que Pekín puede sentirse obligado a responder, al menos retóricamente, si es atacado durante las campañas. A pesar de su principio declarado de no interferencia, Pekín puede no ser capaz de silenciar las voces sensacionalistas, irresponsables y provocadoras en las redes sociales en idioma chino. Algunas de ellas se transmiten fuera de China y pueden reflejar las agendas específicas de determinadas comunidades chinas externas y, por lo tanto, no deben interpretarse como la representación de la posición oficial de China.

PRECAUCIÓN, NO CATÁSTROFE

Al igual que Washington, la principal preocupación de Pekín en 2024 es su situación interna. En contraste con la polarización política y la volátil temporada electoral en Estados Unidos, China parece ser políticamente estable y socialmente cohesionada bajo el liderazgo del Partido Comunista Chino. A mediados de julio, el XX Comité Central del PCCh concluyó su tercera sesión plenaria con una evaluación positiva de la recuperación económica de China, a pesar de las cifras de crecimiento económico por debajo de las expectativas para la primera mitad de 2024, y formuló una propuesta para profundizar integralmente las reformas para avanzar en la modernización de China. En su afán por equilibrar el desarrollo económico y la seguridad nacional, la principal prioridad de Pekín sigue siendo la construcción institucional, en particular el fortalecimiento del liderazgo del PCCh y la aplicación de la disciplina partidaria.

Por un lado, Pekín reconoce que el crecimiento económico sostenido es imperativo para la estabilidad interna y toma medidas graduales para mejorar el comercio exterior, la inversión y la cooperación tecnológica. En este sentido, no ve ninguna ventaja en antagonizar a Estados Unidos y Occidente. Por otro lado, el gobierno chino no ha escatimado esfuerzos para protegerse contra lo que considera intentos occidentales (y en particular estadounidenses) de socavar su autoridad y legitimidad en el país, y no sacrificará principios políticos y seguridad nacional por ganancias económicas.

Aunque busca la estabilidad con Washington, Pekín también se ha estado preparando para una creciente turbulencia en la relación bilateral. En marzo de 2023, Xi observó: “Los países occidentales encabezados por Estados Unidos han implementado una contención, un cerco y una represión totales contra nosotros, planteando desafíos severos sin precedentes al desarrollo de nuestro país”. Dos meses después, en la primera reunión del nuevo Comité Central de Seguridad Nacional, Xi instó al partido a “estar preparado para los peores escenarios y los escenarios extremos y estar listo para soportar la gran prueba de vientos fuertes, aguas agitadas e incluso tormentas peligrosas”. En materia de política exterior, Pekín todavía presenta al mundo como un conjunto de países en desarrollo y desarrollados en lugar de presentarlo como bloques occidentales y antioccidentales que compiten por la influencia en el Sur global.

China se ha resistido firmemente a la interferencia de Estados Unidos en lo que considera sus asuntos internos, en particular en cuestiones como Hong Kong, Taiwán, el Tíbet, Xinjiang y los derechos humanos. China considera que la cuestión de Taiwán, en particular, tiene una importancia central. Pekín cree que ha ejercido una moderación significativa hacia Taiwán y está lejos de agotar sus posibles opciones políticas para impedir que la isla obtenga la independencia de iure. En estas circunstancias, el liderazgo chino se adherirá a su principio declarado de unificación pacífica con Taiwán y de “un país, dos sistemas”, a menos que se lo provoque de manera drástica e irreversible. En su disputa territorial con Filipinas en el Mar de China Meridional, China considera que su enfoque es calibrado y seguro. En sus tensiones con Estados Unidos sobre comercio y tecnología, China se ve a sí misma centrándose en contraataques medidos y obligada a redoblar sus esfuerzos en pos de la autosuficiencia.

Dadas las amplias similitudes entre la estrategia de las administraciones de Trump y Biden para abordar a China, Pekín se está preparando para el resultado de las elecciones estadounidenses con gran cautela y esperanzas limitadas. En abril, Xi reiteró al secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, que “China da la bienvenida a unos Estados Unidos confiados, abiertos, prósperos y florecientes y espera que Estados Unidos también vea el desarrollo de China desde una perspectiva positiva”. Lamentablemente, la probabilidad de que la próxima administración estadounidense vea el desarrollo de China desde una perspectiva positiva es baja. Mientras China siga priorizando el desarrollo y la seguridad internos, es probable que se esfuerce por defender sus modelos económicos y de gobernanza, preservando al mismo tiempo el espacio para el comercio y la inversión globales. Parece poco probable que las relaciones entre Estados Unidos y China vuelvan a los profundos intercambios y la cooperación que se dieron a principios del siglo XXI. Sin embargo, si un acercamiento está fuera de cuestión, China y Estados Unidos aún pueden mantener la estabilidad y evitar la catástrofe, quienquiera que esté en la Oficina Oval.

Link https://www.foreignaffairs.com/united-states/does-china-prefer-harris-or-trump

 

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