jueves 25 de abril de 2024
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Carlos Menem rock star 1984 (por un día)

Primero fue un rumor en los recreos. Poco a poco pasó de rumor a noticia y de ahí a certeza. Corría 1984 y recién recuperábamos la democracia.

Eran los años de Alfonsín y todo lo que no era radical olía a los mariscales de la derrota. Jóvenes adolescentes, nos acostumbrábamos a nuevos nombres que salían en televisión, nos parecían cercanos en edad, no como los políticos tradicionales que se vestían de señores grandes. Los del peronismo ya se conocían. En el caso de Menem, creo que la primera noticia que tuve de su existencia fue una foto de la revista Gente de un ramo de flores tirado junto a un árbol en Puerta de Hierro, la residencia madrileña de la expresidente Isabel Martínez. Hasta allí había peregrinado el dirigente para ser rechazado en alguno de sus intentos de bendición. Ya era, sin embargo, un político de frases celebradas aunque aun no había mencionado las más recordadas.

Su olfato le dijo que por ahí no iba la cosa y, asumida la derrota electoral, pegarse a la popularidad de Alfonsín era el paso seguro. Así un gobernador periférico logró la centralidad necesaria para después mantener el poder por años. La fórmula volvería a repetirse años después con otro caudillo peronista.

De un plumazo y con un par de apariciones en televisión hizo olvidar su pasado verticalista con Isabel y fueron esta vez las tapas de las revistas las que lo mostraron más cerca de las modelos del año que de la naftalina de los viejos políticos peronistas. Irrumpió con fuerza la imagen televisiva en ese Carnaval del 1984 festejando arriba de un caballo la Chaya riojana, cubierto de harina. Asociarse a lo novedoso fue la clave. Como el Mulo, el personaje de Asimov, lograba seducir hasta a sus grandes enemigos.

En mi colegio de nombre ampuloso “Nacional Normal Superior Estados Unidos de América de San Martín”, remedo de los años sesenta y la Alianza por el Progreso, desde hacía mucho tiempo había una tradición de apadrinar escuelas rurales riojanas. Todos los años se hacía la colecta: ropa, útiles, alimentos no perecederos y juguetes. Se enviaba en tren todo lo que se juntaba. Los profesores coordinaban todo. Así había sido durante la dictadura y la tradición se mantendría en democracia. Era uno de los mayores orgullos en una escuela pública a la que asistían de todos los rincones de la zona oeste y de parte de la Capital Federal. Entre sus profesores, muchos perseguidos en los claustros universitarios durante la dictadura habían encontrado protección y trabajo. En otros tiempos, estudiantes como Alfredo Bravo o Norma Arrostito pisaron sus aulas. Un colegio en el que las familias habían votado mayoritariamente meses atrás por la Lista 3 completa, pero con un claustro de profesores mayoritariamente peronista.

Una mañana, el rumor fue certeza y no cabíamos de orgullo: el gobernador elegido democráticamente de La Rioja venía a agradecer especialmente a los alumnos del colegio que tanto habían hecho por los chicos humildes de las escuelas riojanas.

Tenía (aún) las patillas largas, corría rally y vivía, como Facundo Quiroga, más en Buenos Aires que en su provincia. Casado con Zulema, se le sospechaban novias en todos los boliches de la metrópolis. Pero eso no importaba. Zulema lo acompañaría de nuevo los últimos años.

La joven democracia tenía un protagonista, Alfonsín, y alguien que quería parecérsele. Para quien el presidente “era el mejor de la historia”, aunque fuese radical. No eran tiempos de grietas. Ni de corrupción ni de explosiones impunes. Ni de indultos vergonzosos o encubrimientos bochornosos. Era la primavera democrática y no había necesidad de refugiarse en fueros renovables.

El gobernador venía al colegio. Y nadie quería perdérselo. Los chicos de quinto le harían de improvisado cordón. Y los de tercero, gracias a buenos contactos en los recreos, también. No venía cualquier gobernador. Venía uno que era salía seguido en televisión y se decía “amigo” de Alfonsín.

En la biografía del expresidente radical, se cuenta que al Beto Imbelloni (siempre sospechado de ser el Caballero Rojo en la troupe de Karadagian) durante la campaña Italo Luder le pregunto si no era conveniente poner custodia personal en los actos. El Beto le respondió “Doctor, con la distancia que pone usted es suficiente”. Luder era el Capitán Frío y Alfonsín todo lo contrario, nuestro paladín justiciero que desde el techo de los vagones de un tren podía tirarse sobre la multitud para abrazar a todos (cuentan que la camioneta que lo ingreso al estadio de Ferro cuando se lanzó la campaña el 30 de septiembre de 1983 tardó una hora en llegar al palco, tan abollada quedó que los militantes radicales no sabían cómo devolverla al concesionario que la había prestado). Menem empezó a embeberse de Alfonsín y a enterrar al Capitán Frío.

Como los Beatles en Estados Unidos, la histeria colectiva se apoderó del patio del colegio. Sentí, en ese improvisado cordón, que todos se venían encima. El gobernador había traído custodia (algún que otro miembro de la policía de la provincia de La Rioja), pero no daba abasto. Todos querían tocarlo. Hablarle. Darle un mensaje. No eran tiempos de selfies, aunque seguro hay fotos. Nadie sabía entonces que le depararía la carrera política. Hasta algunos lo imaginaban tan cercano que podía compartir formula en un hipotético segundo mandato radical. No fue lo que la historia le tenía destinado, aunque vale decir que ese mismo año solo dos dirigentes peronistas importantes acompañaron la decisión presidencial de cerrar el tratado de límites con Chile, uno de los logros más importantes de esos años. Ambos compartirían la fórmula presidencial de 1989.

El profesor Santiago Leiras sintetiza, el día de su muerte: “Menem fue (sería años después) sinónimo de decisionismo presidencial, estabilidad económica, subordinación de las FF.AA. al poder civil, hipoteca económica y social al gobierno de la Alianza, un esquema de corrupción casi amateur comparado con el del kirchnerismo, integración al mundo aunque subordinada y sobreactuada”. Agrego, junto a Alfonsín idearon una reforma constitucional inédita y vigente como ninguna otra hasta la fecha. La foto final de la constituyente tiene el raro mérito de incluir a todos los sectores y actores relevantes de esa etapa, incluyendo a muchos de los que aun hoy son protagonistas.

Después de la primera avalancha de pibes, se metió en la Dirección. Se reunió con las autoridades y regaló un busto de su héroe: Facundo (años después alguien sustrajo el busto y esa historia se convirtió en mito). Algunos pudieron hablar, sacar un autógrafo (no estaba buena la firma de Menem, no era muy estilizada). Era petiso. Un rock star medio asustado por la avalancha de adolescentes. Astuto, anunció que la gobernación invitaba a los chicos de quinto a trabajar en las escuelas rurales un mes, haciéndose cargo de los pasajes en tren (todavía no tenía debilidad por cerrar ramales) y de la estadía, generando un festejó como cuando alguna división ganaba el viaje a Bariloche los domingos en canal 9. Después, dieron asueto, y nos fuimos todos a casa antes de hora.

(Nota del Autor: las políticas educativas de los años noventa durante el menemismo transfirieron las escuelas normales a las provincias. En el caso del Nacional Normal Superior Estados Unidos de América de San Martín .y segurmente otros colegios normales- se traduce en una merma en la matrícula y un deterioro académico -pese al esfuerzo cotidiano de muchos docentes y no docentes que intentan mantener alta la llama- y edilicio que lo hace irreconocible para quienes alguna vez transitamos por sus pasillos).

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