En un discurso pronunciado en mayo de 2012, el presidente de Bolivia, Evo Morales, afirmó enfáticamente: “No hemos llegado al Palacio [Quemado, el palacio de Gobierno] de inquilinos, ni estamos de paso, hemos llegado al Palacio para quedarnos definitivamente, si es posible más de 500 años”. La idea de que llegamos para quedarnos, de que gobernaremos siempre, que implicaba estar más de medio milenio en el poder, ya la había manifestado en 2006, poco después de ocupar la presidencia.
Ahora sabemos que su llegamos no incluye al pueblo boliviano, tampoco a las masas indígenas, y que es un plural mayestático, que solo englobaba a su persona. Posteriormente, la misma idea se convirtió en el mantra que dominó su carrera política. En ese camino, el Movimiento al Socialismo (MAS) dejó de ser el partido de masas que empoderó a los sectores populares e indígenas, para convertirse en su herramienta particular. Más allá de posibles impedimentos legales, Morales gobernó ininterrumpidamente desde 2006 a 2019.
El poder no pertenece al pueblo boliviano, a quien Morales dice falsamente representar, sino que es de su propiedad, una propiedad inalienable a la cual se ha aferrado una y otra vez y a la que le resulta difícil renunciar. En ese proyecto no hay lugar para la renovación de los liderazgos, lo cual explica su ansia a la reelección indefinida, con interpretaciones ad hoc de la Constitución, ignorando los referéndums perdidos en su intento de abrir las puertas que le impedían volver a presentarse.
Después de sus maniobras para continuar en el poder en 2019 y de su salida vergonzosa del país, presentada como un golpe de estado, Morales debió impulsar la fórmula actualmente gobernante de Luis Arce y David Choquehuanca. Con ella buscaba que el MAS recuperara el poder y él pudiera volver en 2025. Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha de las elecciones presidenciales, en agosto del año próximo, la tensión entre el presidente y el expresidente en torno a la candidatura del MAS aumentó. Hoy estamos en medio de ese conflicto cainita.
A todo esto, se suma el impacto de una seria crisis económica. Bolivia pasó de ser un “milagro económico” a estar señalada por la debacle en la producción y exportación de hidrocarburos, con el consecuente incremento del déficit fiscal. La falta de dólares, que afecta tanto a empresas importadoras como al público en general, y la de combustible, especialmente gasóleo, agravan aún más las dificultades de la gente. Si en 2006 Morales fue recibido con una gran pancarta que decía “queremos un gobierno que dé pegas [puestos de trabajo]”, hoy se le recuerda a “Lucho [Luis Arce, que] queremos d$lares”. Con los años, el sentir del reclamo popular cambió. Los sectores populares ascendidos conocieron, sin duda, tiempos mejores.
A fines de 2023 la guerra por la candidatura pasó de ser soterrada a abierta y despiadada. Un fallo del Tribunal Constitucional anuló la reelección indefinida e inhabilitó a Morales para presentarse a los comicios de 2025. Tanto el expresidente como sus numerosos seguidores vieron aquí una maniobra de Arce para perpetuarse en el poder. El resultado fue que el MAS y los principales sindicatos y otras organizaciones de masas se fracturaron, provocando el surgimiento de estructuras paralelas, evistas y arcistas, ambas enfrentadas y con nutridos seguidores cada una de ellas.
Frente a Morales está el vicepresidente Choquehuanca, de inequívocos orígenes aimaras, convertido en su enemigo frontal, cuyo mayor objetivo es cerrarle el paso a una nueva reelección. En tanto esto ocurre, la oposición de centro derecha sigue dividida, mirando absorta esta guerra fratricida, mientras es incapaz de responder adecuadamente a los desafíos a la gobernabilidad democrática. Ni siquiera ha sabido convertirse en una alternativa creíble de poder.
En un contexto de máxima crispación, Morales ha convocado una “marcha para salvar Bolivia”, definida por sus adversarios políticos como “marcha de la muerte”. Su principal meta es forzar su reelección. La marcha, acompañada de incidentes violentos, dio lugar a fallidos intentos de negociación, aunque fue vista por el gobierno como un nuevo intento de golpe de estado contra la institucionalidad. Durante su camino a través del altiplano, los insultos cruzados fueron subiendo de tono hasta alcanzar niveles otrora impensados, y se acusó a los evistas de impulsar una guerra civil.
Mientras estos hablan de un “cobarde y criminal genocidio” contra la movilización social, los arcistas insisten en que Morales “continúa con su plan para llenar de sangre y muerte Bolivia”. Desde el gobierno apuntan a que busca convocar elecciones anticipadas, para acortar los mandatos de Arce y Choquehuanca. Para Arce, la insistencia de Morales en presentar su candidatura responde a “una obsesión política electoral y [a] una ambición personal de poder que se reviste de una inexistente preocupación por los problemas del pueblo”.
Nuevamente el mesianismo populista en acción, aunque criticado por otro populista. Pero aquí, solo hay lugar para un auténtico salvador de la patria, que puede ser cualquiera de los dos. Lo demás son fuegos de artificio, maniobras imperialistas para impedir que Bolivia encuentre su destino nacional, popular y socialista. Pero, en el país – feudo de Evo Morales parece que la felicidad solo puede llegar de las manos del expresidente y no de su ahora encarnizado enemigo mortal.
Publicado en El Periodico de España el 23 de septiembre de 2024.
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