jueves 31 de octubre de 2024
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Atrapados… ¿sin salida?

Kirchneristas y no kichneristas no se bancan los unos a los otros. No se toleran. Tampoco aspiran en serio a un espacio neutral de transacciones útiles para ambos y las demás personas. Imaginan vivir en países distintos y mundos diferentes, hacia atrás y hacia adelante. El duopolio de magnitud política suficiente como para incidir sobre nuestra gobernanza, sólo admite una ecuación final categórica: ganar en solitario o con  una coalición estrictamente afin. Para imponer su poder sin concesiones al otro gran polo político que resulte perdedor. Ese mecanismo resulta estéril para dar frutos provechosos, aun suponiendo su rotación cíclica. 

Con espíritu rupturista –fundacional– de ambas partes,  las alternancias no alcanzan. Para fraguar una identidad nacional superior  se precisa  coincidir en continuidades esenciales. 

La teoría de los juegos, aplicada en matemáticas, economía y otros ámbitos, ayuda a comprender las interacciones humanas, con una modalidad de juego no cooperativo, llamada de suma cero. El ganador se lleva todo lo que el perdedor resigna. Los dos participantes están obligados a triunfar, porque saben que de ser derrotados no tendrán ninguna compensación. Si el valor común es cero, el final del juego resulta unilateralmente egoísta y disruptivo. 

Hacia la década de 1980, la ecuación fue glosada con suceso por un estudioso norteamericano llamado Lester Thurow ( 1938-2016), ex Decano de la Escuela de Administración del MIT, que ante  la observación de la dinámica política y económica no cooperativa entre los factores de USA, propugnó una amplia dirección e intervención gubernativa fundada en el conocimiento, en base a un modelo al que se aludió como  “Filosofía de la tercera vía”. Con énfasis en la regulación de la propiedad intelectual,  su objetivo esencial fue proponer un modo de sacar a la sociedad del eterno y pernicioso juego de suma cero.  

Siguiendo con nuestra actualidad, podríamos conjeturar  dos escenarios para el 2023: Uno:  el kirchnerismo vuelve a ganar, en cuyo caso el panorama –sin adjetivaciones-  no cambiaría mucho más allá de los aspectos modales del momento. Y el otro: gana el no kirchnerismo. Es razonable creer que –en tal caso y tras la pandemia integral- podrá gobernar con el kirchnerismo y sus vinculados como  oposición ? 

Este ligero y prematuro enfoque indica que existe una oportunidad intermedia que podría condicionar para bien los comportamientos mutuos. Y esa es la alternativa de las próximas elecciones intermedias y sus resultados. Quizás más que las acciones mutuas, y los efectos de la pandemia y su tratamiento, sea el voto instintivo de los ciudadanos el que consiga producir elementos compensatorios de distribución y control del poder para un futuro mejor. 

Será un momento crucial, con efectos superiores y más perdurables que las circunstancias de su realización, superando incluso las limitaciones negativas de las dirigencias y los excesos de los medios, enconados en el odio antes que en el equilibrio crítico.  

Quienes se crean de centro izquierda y otros tantos  de centro derecha, -me refiero a todos los que integramos el universo político del país-  deberíamos crecer en madurez e institucionalidad compartida. El último recurso, la fuerza genuina y depurativa de engaños y distorsiones dirigenciales, es la soberanía del pueblo, que debe prevalecer por sobre los militantes del odio de uno u otro bando. 

En un curioso y lúcido libro Enrique Vila Matas nos habló de “Suicidios ejemplares” (Anagrama 1991). En su prólogo se habla de unos grafiti misteriosos que aparecieron en la ciudad nueva de Fez, en Marruecos, y se “descubrió que los trazaba un vagabundo, un campesino emigrado que  no se había integrado en la vida urbana y que para orientarse debía marcar itinerarios de su propio mapa secreto, superponiéndose a la topografía de la ciudad moderna que le era extraña y hostil”. 

Al escribir esta nota -como el campesino-,  procuro orientarme trazando un itinerario imaginario de sensatez colectiva, evitando pensar que la reiteración crónica, la repetición patológica de  comportamientos  no cooperativos, pueden conducirnos a que la Argentina –solita y sola- siga incluida entre las autofrustraciones sociales ejemplares. 

Como aquél país que,  teniéndolo todo, no tiene mucho más que su creciente pobreza, una flecha en el tiempo que huye de sus grandezas, de tropiezo en tropiezo, cumpliendo de manera comunitaria el complejo edípico hacia el pasado que organizó e hizo crecer la república, al que niega y aspira a borrar de la memoria histórica tras  sus propias mediocridades resignadas. 

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