lunes 31 de marzo de 2025
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Argentina, tierra de poco amor y mucha venganza

Estoy harta. Me tienen harta. Es imposible vivir en un país donde reina la venganza, donde vamos de extremo a extremo sin una pequeña porción de racionalidad, donde el pasado reaparece desde otros ángulos según los gobiernos de turno. Todos dicen “la verdad”, sin embargo, nadie la revela seriamente, aunque quieran hacernos creer que, la última, es la verdad verdadera.

Tenemos, y tuvimos, dirigentes y gobernantes necios, incapaces de asimilar las culpas que les corresponden por pensamiento, acción, adhesión u omisión. Cada cambio de signo político opta por el renacimiento del rencor, del odio y de la venganza, dentro de un círculo vicioso de nunca acabar.

Tuvimos juventudes que creyeron a pies juntillas que había que hacer una “revolución” en 1968, para estar a tono con lo que sucedía en Francia. Tuvimos “perejiles”, sí, “perejiles” -aunque nos les guste a muchos sobrevivientes de las izquierdas-; hubo sobre ellos unos jóvenes que se erigieron como conductores de una barbarie imperdonable, que terminó con los creyentes bajo tierra. Luego extendieron sus tentáculos hacia la década del 70 -cuando todavía regía el dominio militar de Onganía y Lanusse- para llevar a cabo una “revolución permanente”, dentro de la cual también fusilaban a los cumpas que querían retirarse o discrepaban. No eran santos. Hicieron un desastre estos “héroes de pacotilla”, enfrentando a Juan Perón, presidente constitucional por tercera vez en la Argentina. Para ellos valía más Fidel Castro que el líder del Peronismo, al que el pueblo argentino (69% de los votos) esperó 18 años.

Existió una Triple AAA que nunca debió funcionar, integrada por hombres violentos, en ese entonces “de la derecha peronista”, nacionalistas sin rumbo, atropelladores, malandras y con ánimo de asesinar, cazando jóvenes por doquier. Pero no puede decirse que ese grupo fue el “antecedente” de la dictadura militar de 1976.

El Gobierno del teniente general Rafael Videla fue la peor y la última dictadura militar, la más sangrienta, la que apeló al peor de los métodos: la desaparición de personas, de militantes. La que mantuvo cautivas y torturadas a mujeres preñadas, y a las que no lo estaban, solo por pertenecer a una organización armada. La que expropió hijos y los dio en adopción a familias dispersas en el territorio argentino. Un horror nunca visto

No tiene ninguna importancia cuántos fueron los desaparecidos, para la izquierda terrorista ni para los militares. Hubo desaparecidos y con eso ya es bastante, porque es signo de sistematicidad de la violencia, de perversión al más alto nivel. Se hizo el “Nunca Más” con lo que se encontró después de un trabajo inmenso, un registro más que necesario para condenar a los participantes del oprobio.

Que si hubo uno o dos demonios es irrelevante. Son figuras literarias, narrativas discutibles. Quienes generaron violencias aberrantes -de los dos lados- son imperdonables. ¿Que cobraron indemnizaciones los terroristas exiliados y sobrevivientes? Sí, en el gobierno neoliberal de Carlos Saúl Menem les pagaron sin control indemnizaciones con las cuales los revoltosos compraron viviendas espectaculares, pusieron sus negocios y otras yerbas. Luego el kirchnerismo les otorgó otras indemnizaciones, cargos y más negocios. ¿Qué no les pagaron a las víctimas del terrorismo, familiares de militares? Sí, pero en cualquier momento el gobierno anarcocapitalista puede hacer sus devoluciones, a la luz del video por el 24 de marzo de este año.

Claro, siempre y cuando no le dañe el gasto público o déficit fiscal al presidente Javier Milei (¿?).

En el medio de la resurrección del pasado más atroz, mutado ahora en una rara “celebración” en las calles y en el gobierno, donde no hay ninguna tristeza, ningún lamento por las muertes sino una ácida necesidad de seguir confrontando, aquí y ahora, está el pueblo argentino.

A él nadie le pregunta cómo se bancó todos los atropellos y avasallamientos cometidos desde uno y otro bando en la década del 70. Entonces, no se sabía de dónde venían los tiros, quienes eran los responsables de los asesinatos, de la increíble pérdida de vidas humanas. La gente común no se embanderó por simple racionalidad dentro del marco de una locura expandida e inexplicable. Aquí no hubo ninguna guerra civil.

Este pueblo argentino no vivió un solo “exilio interior”, lo hizo durante las seis dictaduras militares que tomaron el poder desde Hipólito Irigoyen hasta 1983.

¿Alguien sabe a ciencia cierta qué es lo que pensaban los no enrolados en ninguno de los extremos que generaron tanta violencia, muertos y desaparecidos? ¿Alguien preguntó sobre los padecimientos cotidianos de las personas frente a la “autoridad” militar, en sus trabajos, en la calle, en su propia casa? ¿Alguien reivindicó a quienes se quedaron sin trabajo porque había que achicar el Estado? ¿Alguien le preguntó al hombre o la mujer comunes si querían hacer una revolución “para cambiar el mundo”? ¿Alguien le preguntó al pueblo si quería en el 76 una intervención militar carnicera? ¿Alguien le preguntó a los trabajadores apolíticos qué sintieron cuando empezaron a cerrar fábricas y desmantelar el aparato industrial por las decisiones de Martínez de Hoz? ¿Alguien le preguntó a los despedidos por qué no cobraron indemnización cuando fueron despedidos? ¿Alguien le preguntó a los familiares de los dirigentes sindicales presos cuánto dolor sintieron, y cuánta impotencia? ¿Alguien le preguntó a los “exiliados internos” cuánto padecieron en sus trabajos la presencia autoritaria de los milicos, interviniendo sindicatos, organismos del Estado y medios de comunicación?

Una abogada muy reconocida, promotora de “habeas corpus” ante cada desaparición o detención, dijo una vez que no era lícito abonar indemnizaciones a los exiliados políticos porque “ellos tomaron la decisión de irse del país”. Del mismo modo, acotó que tampoco era lícito reconocer económicamente los padecimientos de los que se quedaron, “porque ellos eligieron quedarse”.

¿Adónde íbamos a ir los que nos quedamos?

Pasaron demasiados años desde esta novela que debería convertirse en una serie inacabable.

No está bien olvidar, la memoria es importante cuando sirve para construir hacia adelante sin cometer los errores del pasado. ¿Está ocurriendo, o seguimos chapoteando inútilmente en el mismo barro?

Publicado en Parlamentario el 24 de marzo de 2025.

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