La guerra entre Ucrania y Rusia está descalabrando la economía mundial y poniendo en peligro la seguridad alimentaria del mundo, sobre todo de los países más pobres.
La combinación de guerra y sanciones económicas a Rusia por parte de Occidente están causando una crisis peor que la generada por la pandemia. La escasez de energía producida por el bloqueo a Rusia –pese a que Europa no ha interrumpido el flujo de gas ruso– está aumentando, indirectamente el precio de los fertilizantes. El 30 por ciento de las importaciones de este elemento, vital para cultivar en la UE, provienen de Rusia y ya se disparó un 142 por ciento en comparación con el año pasado, encareciendo la producción de proteínas verdes y rojas. Los dos países en guerra son pesos pesados de los cereales al punto que representan el 29 por ciento de las exportaciones mundiales de trigo.
Los países centrales tienen más recursos para afrontar este primer momento, diversificando y asumiendo el costo inflacionario que ya está en marcha con precios de los cereales que se dispararon un 50 por ciento en las dos primeras semanas del conflicto. Pero los países en desarrollo no pueden hacer ninguna de las dos cosas, sin pagar un costo social elevado, especialmente en el Medio Oriente y el norte de África, que ya afectados por las sequías, podrían enfrentar precios mucho más altos para alimentos básicos como el pan. Y si la gente pasa hambre o no puede alimentar a sus familias, es probable que fogonee la inestabilidad política, tal como ocurrió -como un factor importante, aunque no único- en las revoluciones de la Primavera Árabe hace una década.
También sufren los países en desarrollo que le venden a Rusia. En la Argentina, además de tener que afrontar la suba del combustible con una economía exhausta, el sector frutícola, por ejemplo, verá desvanecer sus exportaciones a las tierras de Tolstoi. “En el 2020-21 Argentina envió 160.000 toneladas: 71.000 toneladas de peras, 41.000 de limones, 20.000 de mandarinas, 16.000 de naranjas, 9.500 de manzanas y 2.500 de uvas. Esto representa, según el caso, entre el 10 y 40 por ciento del total exportado por cada fruta”, según Agrositio.
El daño que la fractura de la economía global -que han producido las sanciones a Rusia- será pagado por los más débiles. La guerra, también afectará a los que menos tienen, y además paralizará el comercio y la producción en Ucrania.
Eso ya está teniendo un gran impacto y los comerciantes se preocupan por cuánto durará esta interrupción. “En el peor de los casos, no habrá exportaciones desde esta región durante un par de años”, dijo Oleg Nivievskyi, profesor asistente de la Escuela de Economía de Kiev, a Politico. La próxima gran prueba para la seguridad alimentaria mundial llegará en el verano cuando, al igual que en la UE, los agricultores ucranianos cosechen sus cultivos. Si han estado luchando en el frente, o han perdido por completo sus tierras de cultivo, el panorama podría ser sombrío. Es demasiado pronto para decir si esos cultivos se podrán renovar esta primavera.
Aunque los líderes europeos han afirmado que no hay una inminente escasez de alimentos, es insoslayable que siendo Ucrania el cuarto mayor proveedor de alimentos de la UE, funciona como un enorme granero, que hoy está en llamas. La UE obtiene allí más de la mitad de sus importaciones de maíz, alrededor de una quinta parte de sus importaciones de trigo y casi una cuarta parte de sus importaciones de aceite vegetal. Esta situación abre las puertas al regreso del trigo, el maíz y el aceite argentinos a esos mercados. Paradójicamente, la guerra lograría lo que el Tratado Mercosur-UE no ha logrado en 20 años.
A la retracción de la globalización le sigue el proteccionismo como una forma reactiva de defenderse de la escasez y de desconectar la economía mundial de la nacional. Hungría ha impuesto controles adicionales a las exportaciones de granos, al tiempo que afirma que la medida no es una prohibición de exportación per se, recibiendo una severa condena de la Comisión Europea. Mientras tanto, Argentina, Turquía, y Serbia, además de Ucrania y Rusia, también impusieron, o amenazaron con imponer, prohibiciones a la exportación.
Si los principales exportadores están haciendo eso, entonces los precios en los mercados internacionales aumentarán mucho más y eso perjudicará a los países que dependen de la importación de alimentos.
La UE importa la mitad de la producción de aceite de girasol de Ucrania, que se puede encontrar en casi todo, desde alimentos horneados, enlatados y prefabricados, hasta cremas para untar, salsas y sopas. También es muy utilizado en productos de repostería y es un ingrediente difícilmente reemplazable en la alimentación infantil. Las próximas semanas serán decisivas para restaurantes, productores de alimentos y demás rubros que dependen del aceite, mientras se pone en marcha una difícil búsqueda de un sustituto.
Mc Donalds se retiró de Rusia –se dice que se pagaron hasta 400 dólares por los últimos “combos”- junto con otras empresas de occidente, pero será difícil que siga friendo sus papas –y casi todo lo que cocina– con el preciado aceite que está siendo acaparado por todos los que lo necesitan. A todo esto, el principal acumulador de alimentos del mundo es China, una estrategia global acentuada durante la pandemia en donde instó a todos sus ciudadanos a hacer acopio de los mismos.