Nos tocó una zona fácil: Zimbawe, Sudán, Líbano, Venezuela y Surinam. Con muy poco esfuerzo ganaremos el grupo del Índice de la Miseria HAMI por sus siglas en inglés (Hanke´s Annual Misery). Aunque nunca hay que subestimar a los rivales.
En cambio en el torneo de “Resiliencia a la Pandemia Bloomberg” que premia a las peores gestiones ante el COVID, la tenemos más complicada. Compartimos el grupo con Colombia, Brasil y Polonia. Pero a no desesperarse, hay que tener fe en las estrategias tribuneras de nuestro Técnico.
La Argentina ha tenido en su historia dos consensos fundacionales básicos. Dos acuerdos de esos que no se discuten, que nos reúnen aunque nos sintamos representados por distintos colores de camisetas, en forma unívoca: el consenso Educativo y el Consenso del Nunca Más, o de los Derechos Humanos. Separados por un siglo pero inspirados en idénticos valores y propósitos.
Al Consenso educativo lo parió Sarmiento y la generación del 80 con políticas públicas potentes, claras, definidas, progresistas, que se consagraron en la ley 1420 y que le dieron al país, por décadas, una ventaja comparativa con el Mundo y ni que hablar con América Latina. No podía haber progreso sin conocimiento.
El Consenso del Nunca Más es hijo de Alfonsín y de quienes en la primavera del 83 jugaron todas las cartas a la ética, a la vida y a la libre expresión de las ideas, como valores que comprendían a toda la sociedad. No podía haber progreso sin estado de derecho.
En las últimas décadas se han ido desarticulando ambos consensos. La educación se fue empobreciendo lentamente, incluso con mayores presupuestos, en un declive paulatino pero pronunciado que parece no tener piso. La calidad educativa ya no pasa por la escuela pública. Los días de clases son cada vez menos y en pandemia directamente no son. Con el agregado de discursos oficiales que descalifican a quienes pretenden sostener la presencialidad en las aulas. Y los derechos humanos dejaron de ser de todos para pertenecer a algunos, dependiendo de las geografías, de los gobiernos y hasta de los nombres y apellidos de quienes se habla.
Aquello que representaron Sarmiento y Alfonsín, hoy está eclipsado por los planetas de los Insfrán o de los Baradel. Hay quienes resisten el atropello, o lo intentan, claro, siempre los hay. Pero son remeros contra la corriente facilista y milagrera.
La visión de futuro y de progreso dio paso a una persistente mediocridad.
Cuentan que una vez le preguntaron a Borges si conocía a un muchacho que andaba por Buenos Aires contando sus proezas como escritor y novelista y que, naturalmente, no tenía ningún talento. Y Borges respondió: “Sí, lo conozco muy bien, para ese muchacho la mediocridad no tiene secretos”.
Por eso no hay que preocuparse por la zona que nos tocó, confiemos en nuestro Director Técnico para quien la mediocridad no tiene secretos. ¡AR-GEN-TI-NA!, ¡AR-GEN-TI-NA!